Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


domingo, 23 de diciembre de 2012

Hace varios milenios comenzó a producirse un cambio notable en muchas de las antiguas civilizaciones humanas. El célebre historiador marxista V. Gordon Childe describió el modo en que unas sociedades basadas en la cooperación se transformaron en sociedades basadas en la explotación

Hace varios milenios comenzó a producirse un cambio notable en muchas de las antiguas civilizaciones humanas. El célebre historiador marxista V. Gordon Childe describió el modo en que unas sociedades basadas en la cooperación se transformaron en sociedades basadas en la explotación. Lo hizo con las herramientas del materialismo histórico y bautizó a este proceso como "Revolución Urbana". Desde entonces este modelo explicativo apenas puede ser discutido en sus líneas generales salvo en cuestiones de detalle.
La revolución urbana se debió a que las mejoras técnicas en la producción de alimentos generaron excedentes que a su vez generaron una fuerte división entre clases productoras y clases improductivas -sacerdotes, guerreros y jefes. Para que éstos últimos fuesen capaces de someter con ideología o con armas a aquéllos y poder mantener así su posición de privilegio ha sido necesario el empleo durante todos estos milenios de tal cantidad de mentira, injusticia y violencia que con razón puede decirse que desde entonces, el mundo ha sido un infierno progresivamente más sofisticado y global.
Poco a poco todos los pueblos se han ido sumando, por la fuerza o voluntariamente, por contagio o por evolución propia, a esta revolución urbana que en suma consiste en que un 90% de la humanidad sea esclava del resto. En las cunetas de la historia millones de víctimas anónimas jalonan este proceso. El Estado en sus diversas versiones es la forma política en que han cristalizado estas relaciones de explotación.
Ha habido sin embargo un pueblo de irreductibles que se ha negado a adoptar el modelo de sociedad de explotadores y explotados. Su organización tradicional ha permitido que los lazos de parentesco y de comunidad prevalezcan ante el embate de los que pretendían asimilarlos al sistema de explotación masiva. El pueblo gitano no necesita un estado, porque no quiere ni explotar ni ser explotado. Ese es su orgullo y eso es también lo que nunca les han tolerado los opresores, que ejercen sin cesar una presión sobre los gitanos que quizá ningún pueblo más que éste habría podido soportar. A esa presión social y policial permanente se unen periódicas deportaciones y actos genocidas, como el hoy tristemente célebre de Francia.
En España se registró bajo el reinado del borbón Fernando VI uno de los primeros intentos modernos conocidos de genocidio. El marqués de la Ensenada se encargó de realizar una operación para capturar e ingresar en campos de trabajo a todas las familias gitanas del Reino. Su objetivo era acabar con la raza, dejándoles morir en los campos de concentración y sin descendencia. Las idiosincráticas desidia, inoperancia e imprevisión hispanas lograron que el plan no prosperase. Poco después, incluso Carlos III, uno de los reyes más dignos y por ende más odiados por la chusma patria, mostró su repugnancia y vergüenza por el intento de genocidio de su antecesor en el trono.
Pero el dato más revelador de este episodio de la historia de España es que sigue siendo prácticamente desconocido. La Gran Redada se ha dado a conocer gracias a los esfuerzos casi solitarios de investigadores como Antonio Gómez Alfaro.
Los gitanos no importan a nadie. Y es que quien no esclaviza y quien no quiere ser esclavo no suscita interés. Si no se obtiene nada adulándolo ni se le puede explotar ¿para qué sirve un hombre?.
Tampoco suscita hoy el menor interés ese millón de gitanos que fueron exterminados durante el Holocausto. Todo el mundo sabe lo que fue la Shoah, centenares de películas nos hablan de ello. Pero casi nadie sabe lo que fue el Porrajmos. Quizá por eso siga existiendo y se siga tolerando.
La tragedia de su permanente persecución por parte de nosotros, los civilizados payos, es tan consubstancial al pueblo gitano que su himno nacional, -una nación no solo sin estado, sino sin afán de tenerlo- es el terrible relato de los hechos acaecidos hace 70 años en la Europa que de nuevo los ve repetirse. El romà yugoslavo Jarko Jovanovic, a partir de una canción popular de los gitanos del Este, compuso Gelem, gelem, un lamento por las víctimas gitanas de los campos de concentración nazis. Hace tiempo que no estaba tan justificado como en estos tristes días entonar de nuevo este bellísimo himno nacional.


Anduve, anduve por largos caminos
Encontré afortunados romà
Ay romà ¿de dónde venís
con las tiendas y los niños hambrientos?

¡Ay romà, ay muchachos!

También yo tenía una gran familia
fue asesinada por la Legión Negra
hombres y mujeres fueron descuartizados
entre ellos también niños pequeños

¡Ay romà, ay muchachos!

Abre, Dios, las negras puertas
que pueda ver dónde está mi gente.
Volveré a recorrer los caminos
y caminaré con afortunados calós

¡Ay romà, ay muchachos!

¡Arriba Gitanos! Ahora es el momento
Venid conmigo los romà del mundo
La cara morena y los ojos oscuros
me gustan tanto como las uvas negras

¡Ay romà, ay muchachos!

Hace varios milenios comenzó a producirse un cambio notable en muchas de las antiguas civilizaciones humanas. El célebre historiador marxista V. Gordon Childe describió el modo en que unas sociedades basadas en la cooperación se transformaron en sociedades basadas en la explotación. Lo hizo con las herramientas del materialismo histórico y bautizó a este proceso como "Revolución Urbana". Desde entonces este modelo explicativo apenas puede ser discutido en sus líneas generales salvo en cuestiones de detalle.

La revolución urbana se debió a que las mejoras técnicas en la producción de alimentos generaron excedentes que a su vez generaron una fuerte división entre clases productoras y clases improductivas -sacerdotes, guerreros y jefes. Para que éstos últimos fuesen capaces de someter con ideología o con armas a aquéllos y poder mantener así su posición de privilegio ha sido necesario el empleo durante todos estos milenios de tal cantidad de mentira, injusticia y violencia que con razón puede decirse que desde entonces, el mundo ha sido un infierno progresivamente más sofisticado y global.

Poco a poco todos los pueblos se han ido sumando, por la fuerza o voluntariamente, por contagio o por evolución propia, a esta revolución urbana que en suma consiste en que un 90% de la humanidad sea esclava del resto. En las cunetas de la historia millones de víctimas anónimas jalonan este proceso. El Estado en sus diversas versiones es la forma política en que han cristalizado estas relaciones de explotación.

Ha habido sin embargo un pueblo de irreductibles que se ha negado a adoptar el modelo de sociedad de explotadores y explotados. Su organización tradicional ha permitido que los lazos de parentesco y de comunidad prevalezcan ante el embate de los que pretendían asimilarlos al sistema de explotación masiva.
El pueblo gitano no necesita un estado, porque no quiere ni explotar ni ser explotado. Ese es su orgullo y eso es también lo que nunca les han tolerado los opresores, que ejercen sin cesar una presión sobre los gitanos que quizá ningún pueblo más que éste habría podido soportar. A esa presión social y policial permanente se unen periódicas deportaciones y actos genocidas, como el hoy tristemente célebre de Francia.

En España se registró bajo el reinado del borbón Fernando VI uno de los primeros intentos modernos conocidos de genocidio. El marqués de la Ensenada se encargó de realizar una operación para capturar e ingresar en campos de trabajo a todas las familias gitanas del Reino. Su objetivo era acabar con la raza, dejándoles morir en los campos de concentración y sin descendencia. Las idiosincráticas desidia, inoperancia e imprevisión hispanas lograron que el plan no prosperase. Poco después, incluso Carlos III, uno de los reyes más dignos y por ende más odiados por la chusma patria, mostró su repugnancia y vergüenza por el intento de genocidio de su antecesor en el trono.

Pero el dato más revelador de este episodio de la historia de España es que sigue siendo prácticamente desconocido. La Gran Redada se ha dado a conocer gracias a los esfuerzos casi solitarios de investigadores como Antonio Gómez Alfaro.

Los gitanos no importan a nadie. Y es que quien no esclaviza y quien no quiere ser esclavo no suscita interés. Si no se obtiene nada adulándolo ni se le puede explotar ¿para qué sirve un hombre?.
Tampoco suscita hoy el menor interés ese millón de gitanos que fueron exterminados durante el Holocausto. Todo el mundo sabe lo que fue la Shoah, centenares de películas nos hablan de ello. Pero casi nadie sabe lo que fue el Porrajmos. Quizá por eso siga existiendo y se siga tolerando.

La tragedia de su permanente persecución por parte de nosotros, los civilizados payos, es tan consubstancial al pueblo gitano que su himno nacional, -una nación no solo sin estado, sino sin afán de tenerlo- es el terrible relato de los hechos acaecidos hace 70 años en la Europa que de nuevo los ve repetirse. El romà yugoslavo Jarko Jovanovic, a partir de una canción popular de los gitanos del Este, compuso Gelem, gelem, un lamento por las víctimas gitanas de los campos de concentración nazis. Hace tiempo que no estaba tan justificado como en estos tristes días entonar de nuevo este bellísimo himno nacional.


Anduve, anduve por largos caminos
Encontré afortunados romà
Ay romà ¿de dónde venís
con las tiendas y los niños hambrientos?

¡Ay romà, ay muchachos!

También yo tenía una gran familia
fue asesinada por la Legión Negra
hombres y mujeres fueron descuartizados
entre ellos también niños pequeños

¡Ay romà, ay muchachos!

Abre, Dios, las negras puertas
que pueda ver dónde está mi gente.
Volveré a recorrer los caminos
y caminaré con afortunados calós

¡Ay romà, ay muchachos!

¡Arriba Gitanos! Ahora es el momento
Venid conmigo los romà del mundo
La cara morena y los ojos oscuros
me gustan tanto como las uvas negras

¡Ay romà, ay muchachos!
 

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