Lo dejó bien clarito, hace unos siglos,
Buda Gautama: “Avanzando en estos tres pasos, llegarás más cerca de los
dioses: Primero: Habla con verdad. Segundo: No te dejes dominar por la
cólera. Tercero: Da, aunque no tengas mucho que dar”. Rodrigo Rato lleva
tiempo adiestrándose en la filosofía milenaria del budismo, pero por lo
visto no le sirve de mucho porque ni dice la verdad (no se recuerda la
última vez que soltó algo sincero), ni ha dominado su cólera (la lleva
de serie desde que nos arreaba con el látigo de los recortes del FMI) y
mucho menos ha repartido lo que tenía (sus bolsillos están repletos de
tanto pillar, o sea que sigue igual de tacaño con los pobres). Por lo
visto, R.R. se ha saltado unas cuantas lecciones del amigo Siddhartha y
no ha pasado del primer cursillo introductorio gratuito. Debe haber
hecho muchos novillos el bueno de Rodrigo y cuando llega la clase
práctica de abrirse los chacras, él se abre discretamente y se larga al
yate a poner el culo en remojo. Así claro, ni el mismísimo Dalái Lama
que bajara del Himalaya haría de él un buen budista.
Lo cual que Rato, pese a sus ímprobos
esfuerzos por meterse en el rollo zen, no se entera mucho de qué va esta
religión. Rato fue una piltrafa de católico que trincaba mientras el
cura pasaba el cepillo en misa de doce y ahora es una piltrafa de
budista, un budista de todo a cien, como esos muñecos regordetes,
sonrientes y chapados en oro malo que se venden en los chinos y que se
caen a trozos nada más ponerlos encima del aparador. Rato solo se parece
a Buda en los michelines y en la calva, porque lo que es la teoría y la
práctica la tiene algo olvidada de tanto desfalco, tanto Bankia
fraudulento y tanto paraíso fiscal. En realidad, lo que le sucede es que
está tan enganchado al dinero que de vez en cuando le pueden los
remordimientos del karma sucio y en cuanto Rato tiene un rato se va de
misiones budistas a Alicante, que no es un monasterio del Nepal
precisamente pero da el pego con tanto yonqui de la Gurtel andando en
bata blanca por ahí.
Allí, para purificarse el cuerpo, come unas cuantas
lechugas y rábanos y aspira el humo del incienso celestial (ahora se
llama así a colocarse) después de tanto banquete y atracón
internacional. Luego se sienta en el mullido cojín forrado de billetes
panameños, hace la postura yogui de la flor de loto, se canta el
pertinente ‘om’ para entrar en trance y se echa una siestecilla gorda,
como diría El Fumi de José Mota. Más parafernalia que otra cosa, más
tontería que profunda filosofía.
Los monjes de las túnicas naranjas tienen
mucho trabajo por delante si pretenden limpiar el alma fangosa de Rato,
que está toda podrida de mentiras, de papeles de Panamá, de juicios
oscuros y de billetes morados de quinientos. El budismo es una filosofía
interior que exige meditación, abandono cósmico, paz y trascendencia
espiritual, pero la verdad, no vemos muy preparado a Rato, que todavía
está demasiado en sus cosas, demasiado pegado a los bienes materiales,
mayormente a la pasta gansa de Bankia y a su tarjeta black, que desde
que fue cazado por los de la UCO duerme con ella debajo de la almohada
para que no se la quite Montoro. A R.R, cuando le llegue la hora de la
reencarnación, no escogerá reencarnarse en perro, ni en mono, ni
siquiera en rata, que es su animal simbólico, sino otra vez en Rato,
porque en ese cuerpo serrano se vive como dios por toda la eternidad.
Rodrigo quiere llegar a santón, levitar, levantarse unos lingotes de oro
por telepatía y poder mental, pero al final no es más que un pobre
hombre que debido a sus vicios y errores va reencarnándose una y otra
vez en sí mismo en una especie de gran déjà vu cósmico, clónico, cíclico
para infortunio de la humanidad, que tiene que soportar una sucesión
desgraciada y nefasta de muchos e infinitos Ratos, quizá demasiados, a
lo largo de la historia. Franco se llevaba a sus ministros de ejercicios
espirituales al Valle de los Caídos; Rato es más moderno, avanzado,
religiosamente progre. Él quiere ser un buen budista, parecerlo al
menos, solo que no se puede estar en misa nepalí y repicando en Panamá.
Vamos, que el chico no tiene ni madera ni alma. Ya lo dijo Buda.
Por José Antequera
Imagen: Interviú
No hay comentarios:
Publicar un comentario
GRACIAS POR TU OPINION-THANKS FOR YOUR OPINION