MI EXPERIENCIA CON EL ACEITE DE COLZA “TÓXICO”, LA GIGANTESCA PATRAÑA ORQUESTADA POR EL ESTADO ESPAÑOL
En el año 1981, el que suscribe, siendo adolescente, vivía en León que, junto con Valladolid, fue la segunda ciudad española más afectada, después de Madrid,
por el envenenamiento masivo atribuido oficialmente al aceite de colza
desnaturalizado. Sin otro medio de información que el propagandismo
oficial televisivo y los medios escritos que hacían piña con el coro de
mentiras gubernamentales, muy pocos se atrevían a publicar o exponer
opiniones disidentes en torno a aquella epidemia que fue propagada
deliberadamente. El trabajo investigador del doctor Muro, mencionado en
la anterior entrada, fue uno de ellos mientras que otros desmontaron la
farsa mediante la denuncia escrita que fue, todo hay que decirlo,
saboteada por todos los medios posibles.
Entre estos últimos estuvo Andreas Faber Kaiser,
un personaje que quizás era el menos indicado para ello puesto que,
lamentablemente, estaba en el lado “oscuro” de las elucubraciones
paranormalistas, la ufología y otras rancias mercancías esotéricas. Lo
cual no quiere decir, matizo, que estuviera privado de razón en el
asunto que nos ocupa. Ni mucho menos.
La
aportación de Faber Kaiser a la tragedia del “síndrome tóxico” fue,
seguramente, lo único decente que hizo en su vida. Faber Kaiser escribió
un libro de investigación sobre aquel “affaire” que llamó Pacto de Silencio
y que fue publicado de forma prácticamente clandestina, hoy
inencontrable en librerías, aunque existe alguna copia por Internet. De
todas formas, las referencias o claves a buscar en el engaño criminal
del “aceite de colza” seguían siendo los doctores que pusieron
arriesgaron su carrera profesional a costa de exponer la verdad sobre
aquel sucio asunto, como fueron los doctores Muro, Martínez, Clavero o
Monge, es decir, gente que estaba vinculada a la ciencia de la verdad,
no a los corrompidos asalariados de la ciencia prostituida que trabajan
en favor de los grandes intereses mafiosos de la industria farmacéutica,
alimentaria o biotecnológica.
Ahora
vayamos a lo que yo “experimenté” con el síndrome tóxico en aquel año
del “golpe cuartelero” y la “colza”. El trasiego de vendedores
ambulantes en los barrios, sobre todo periféricos o en los cinturones
industriales, de las grandes o pequeñas ciudades era un paisaje habitual
en la España franquista, aunque a finales de los años ochenta empezó a
entrar en declive debido a que había cada vez más controles y normas en
materia de salud e higiene alimentaria. Pero a principios de la década
de los ochenta todavía eran perceptibles las visitas de los “tenderos de
la calle ambulantes” que ofrecían productos alimenticios como aceite,
pan o leche fresca, o bien se dedicaban a la venta de prendas textiles y
otros enseres.
Un poco (estos últimos) como la tómbola de los hermanos
Cachichi, para el que recuerde, añejamente, a estos legendarios
feriantes-charlatanes. En el barrio donde yo vivía, en concreto en mi
calle, el tan temido “aceite de colza” se distribuyó ampliamente entre
el vecindario. No puedo recordar durante cuánto tiempo, pero sé que hubo
varias “visitas” de los vendedores ambulantes hasta el mismo momento en
que se ordenó detener la venta de aceite. Dudo muchísimo que el aceite
lo empezaran a distribuir un mes antes del primer caso conocido de
envenenamiento, como señalaron las fuentes oficiales ya que, repito, los
“aceiteros” vinieron más de una vez a mi calle, muy probablemente a lo
largo de los primeros meses del año 1981 e incluso es posible que antes,
aunque esto último no lo puedo confirmar con certeza.
Entre aquellos compradores del aceite de “colza” estuvo mi madre. Es decir, en mi familia (cuatro personas) consumimos VARIAS garrafas del “aceite asesino” (que eran de cinco litros la unidad, aquí sí, en consonancia con la versión oficial), no puedo precisar cuantas pero en torno a no menos de cuatro pasaron por nuestro domicilio, según me ha confirmado mi madre recientemente. [Y todavía, más de treinta años después, andamos por aquí jodiendo la marrana
a las élites globalistas, como pueden ver]. En otras viviendas sucedió
exactamente lo mismo e, incluso, se adquirieron bastantes más litros ya
que el precio por garrafa era bastante económico y también era mayor el
número de integrantes de según que familia.
De haber existido un solo
afectado por el consumo de la “colza” se hubiera corrido la voz de
alarma de forma inmediata y el caso se hubiera sido conocido rápidamente
entre todo el vecindario de la calle. Pero no hubo tal envenenamiento
“aceitero” puesto que nadie fue “contaminado”, nadie enfermó, ni nadie
tuvo síntoma alguno relacionado con la ingesta del aceite al que
atribuyeron, falaz e interesadamente, el “síndrome tóxico” por lo que,
de este modo, se desmontaba (a través de los hechos) la tremenda burla
oficial.
Por tanto, no podía existir un “aceite” bueno de colza y otro “malo” puesto que tal hipótesis (el envenenamiento masivo por su causa)
se extendió a todo el aceite distribuido en los distintos puntos de
venta ambulante del centro y noroeste de España, estableciéndose tal
premisa (todo el aceite vendido fue igual a contaminación tóxica) como
dogma oficial. Podían haber jugado, desde el Estado, con la
conjetura dual del aceite “bueno” y el “malo” (disyuntiva engañosa, al
fin y al cabo), pero prefirieron lanzar un arma de distracción masiva
global, chapucera, para salir al paso del crimen.
Pero es que, hay que
afirmar, no tenían, por otro lado, herramientas teóricas científicas
sólidas para defender su pusilánime versión.
Así pues, puedo
afirmar con total rotundidad que ninguna persona de la calle donde
vivía (que serían aproximadamente unos 250 a 300 vecinos), ninguno,
repito, padeció el llamado síndrome tóxico atribuible al llamado aceite
de “colza” que supuestamente estaba adulterado. Y casi
aseguraría, al cien por cien, que en el resto del barrio nadie fue
afectado por el consumo de ese aceite.
Un aceite que, por supuesto, era
de menor calidad que el distribuido por los canales comerciales
habituales (tiendas y supermercados), pero que no provocaba ningún
efecto secundario que no fuese el engordar vía consumo calórico. Ni
siquiera el sabor era desagradable.
A todo lo anterior habría que añadir flagrantes incongruencias de libro,
omitidas clamorosamente por los palmeros oficiales, algo que no han
podido refutar ni argumentar los propagandistas del oficialismo, tales
como el hecho de que en algunas
familias unos miembros resultaron intoxicados y otros no; familias que
afirmaron consumir tomate en ensalada (sin aceite de colza) resultaron
afectadas del “síndrome tóxico” en su totalidad; en regiones españolas
como Cataluña hubo distribución y venta del supuesto “aceite tóxico” y
nadie fue afectado, así como que muchas personas enfermaron oficialmente de dicho “síndrome” a pesar de que nunca probaron “aceite de colza desnaturalizado”,
puesto que los “garrafistas” ambulantes del aceite “adulterado” jamás
viajaron hasta la localidad donde se intoxicaron esas personas.
En algunos
pueblos de la provincia de León se constató, con gran sorpresa, este
último hecho (no haber consumido el aceite tóxico y haber enfermado),
algo que fue conocido por el Ministerio de Sanidad pero lo ocultaron de
forma deliberada. El doctor Enrique de la Morena denunció esta circunstancia “anómala” en el documental de la cadena inglesa Yorkshire TV, titulado Poisoned Lives (Vidas envenenadas),
de 1991, reportaje independiente y veraz que fue vetado en TVE (¿para
qué adquirieron el documental si querían ocultar el crimen?) que
cuestionaba la versión oficial a través de los testimonios de algunos
afectados y de las personas citadas en esta entrada (doctores Martínez,
Clavera y Monge).
El reportaje fue emitido por TV3 y se puede ver en Youtube narrado en catalán, a excepción de los testimonios que intervienen hablando en castellano.
El genocidio o asesinato de Estado (etimológica y estrictamente así debe denominarse) de 2.500 personas
(fallecidas a día de hoy) se produjo gracias a las conclusiones a las
que llegó la inmensa e impagable investigación del doctor Muro (al que
habría que ofrecer un “Nobel” a título póstumo) y a los trabajos de los
doctores Martínez, Clavera y Monge. Lo demás, el circo de la corrupta
OMS en Madrid y el vergonzante oficialismo transmitido por los medios a
su servicio, fue un cuento con aroma a conspiración criminal de Estado,
incluidas las sentencias judiciales que conminaron a los afectados a
declarar que habían consumido “aceite de colza adulterado” para poder
cobrar las correspondientes indemnizaciones. Una extorsión y chantaje
para culminar un crimen de Estado. Las cortas penas impuestas a los
industriales aceiteros (cabezas de turco) en el juicio de la “colza”, en
función de tan gigantesco delito, demostró, de alguna manera,
que todo (incluido el juicio) fue un montaje orquestado por el Estado
para cerrar filas en torno al amaño oficial.
La vergüenza
es que el asunto de la colza continúa a día de hoy con, inclusive,
artículos pseudocientíficos a cargo de “expertos” médicos que tienen la
desfachatez de seguir dando por bueno el fraude que se manejó entonces y
se sigue manteniendo hoy. Pseudoexpertos que, eso sí, se curan en salud
afirmando que “En
los 20 años de evolución de la enfermedad los investigadores no han
podido comprobar una relación entre el consumo de aceite y la gravedad
de la enfermedad, pero sí entre la concentración de tóxico del aceite y
el riesgo de enfermar. Es decir, son incapaces de
correlacionar consumo de aceite con los efectos devastadores en la salud
que se produjeron hace treinta y cinco años pero especulan a un nivel
de charlotada (que sonrojaría a cualquier científico honesto) de que sí
hay, de alguna manera, relación entre aceite “contaminado” y enfermedad.
Eso sí, estos próceres de la corrupta ciencia oficial señalan La
imposibilidad de reproducir experimentalmente las condiciones que
llevan a la formación de estos compuestos (anilidas), hace pensar que
durante el proceso de refino sucedió un accidente –en la temperatura,
tiempo de refinado o cualquier otra variable- que originó un tóxico tan
potente. Se contradicen y elucubran, al mismo tiempo,
con presupuestos teóricos anti-empíricos. Siguen utilizando una mentira
científica como arma de contrabando, señalando que Demostración
de la elevada toxicidad es que el primer lote de aceite de colza es del
14 de Abril de 1981 y, los primeros casos de afectados conocidos son de
15 días después.
Ni tan elevada toxicidad….ya que ésta
nunca se produjo en personas que consumieron el demonizado aceite de
“colza”. Mintiendo al compás de la charada delictiva de Estado…ya que la
distribución del aceite comenzó bastante antes del 14 de abril
republicano, constatable en primera persona del que suscribe, siendo
imposible que en tan escaso lapso de tiempo adquiriéramos en nuestro
domicilio varias garrafas de aceite al mismo tiempo. Y encima remachan
su penosa y repugnante argumentación del siguiente modo La
conclusión fue que la etiología del síndrome estaba inducida
toxicológicamente, presumiblemente, por algún agente presente en el
aceite.
Pero el
agente, finalmente, no estuvo presente en el aceite sino que se infiltró
en unos tomates en forma de veneno letal. Tal vez ese agente era un
empleado terrorista del gobierno (o más exactamente varios) que realizó
eficazmente el trabajo sucio de, por una parte, mentir y, en segundo
lugar y más importante, propagar un asesinato masivo.
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