Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


lunes, 2 de mayo de 2016

La última mentira de Osama bin Laden


 Osama Bin Laden veía la televisión y tenía un ordenador en la casa donde se ocultaba en Abbottabad (Pakistán), antes de que lo mataran, el 1 de mayo de 2011. Arriba, una imagen facilitada por el Departamento de Defensa de Estados Unidos


 Lo cuenta en su nuevo libro: los pakistaníes vendieron al 'jeque' y guiaron a los americanos hasta su casa, donde lo tenían retenido




"Esa bestia no existe". Así de categórico se muestra Seymour Hersh cuando Crónica le pregunta sobre el supuesto helicópteroinvisible al radar que se estrelló en la casa de Osama bin Laden hace ahora justo cinco años, aquel 1 de mayo en el que las Fuerzas Especiales de la Armada de EEUU entraron a matar al autor intelectual del 11-S.


"Esa bestia no existe. Lo más que hay son helicópteros adaptados para esquivar el radar que se empleaban en Corea del Norte", declara el Premio Pulitzer, maestro de los periodistas de investigación de Estados Unidos y, desde hace unos años, objeto de ridículo entre sus colegas por sus artículos, en los que ha descrito las intimidades religiosas (de índole más bien extrema) de los generales de la Fuerza Aérea y, sobre todo, un relato alternativo a la muerte de Osama Bin Laden.


Y ahí es donde "esa bestia" no existe. No existe porque no hacía falta que existiera. Estados Unidos no necesitaba helicópteros especiales que evadieran el radar... (Está muy bien que un helicóptero evada el radar, pero ¿qué pasa con el ruido que hace cuando aterriza a un kilómetro y medio de la Academia del Ejército pakistaní, en la que hay varios miles de cadetes? ¿O es que "esa bestia", además de invisible, es inaudible?).


No lo necesitaba porque los pakistaníes sabían que los estadounidenses estaban viniendo. Es más: les estaban esperando. Un alto oficial del ISI, el servicio de inteligencia de Pakistán -el creador, junto con el de Arabia Saudí, de los talibán y de Al Qaeda-, guió a los Navy SEAL en la ciudad de Abbotabad hasta la casa del jeque, como sus seguidores llamaban reverencialmente al hombre que dirigió la muerte de 3.000 personas en Washington, Nueva York y Pennsylvania en 2001.


El relato de Hersh fue publicado hace un año en la London Review of Books. Ningún medio estadounidense quiso imprimirlo, incluyendo al semanario The New Yorker, en el que el veterano periodista, que sigue jugando al tenis a sus 79 años, logró sus últimos éxitos profesionales, cuando expuso, en 2004, las torturas generalizadas llevadas acabo por los soldados estadounidenses en la cárcel iraquí de Abu Ghraib. Ahora, Hersh ha desarrollado un poco su tesis con la publicación de un libro de apenas 124 páginas tituladoEl asesinato de Osama Bin Laden (The Killing of Osama Bin Laden). 


La tesis central del libro es la misma que la del artículo. Pakistán, un país que vive permanentemente al borde de la guerra atómica con India y que da cobijo a la plana mayor de los talibán afganos, sabe quién entra y quién sale -al menos, si lo hace volando, y no por senderos de montaña- por su frontera con Afganistán. La muerte de Bin Laden es un juego de traiciones de los pakistaníes a su antiguo aliado, al que mantenían en un cómodo arresto domiciliario.


En año preelectoral, el Gobierno de Obama no dejó pasar la oportunidad de incumplir su acuerdo con Pakistán y declarar que Bin Laden no había muerto en un ataque con un dron en las montañas afganas, sino en un barrio de una ciudad pakistaní en el que hay nada menos que dos grandes bases militares. Y la CIA aprovechó para dar a entender que habían descubierto el escondite de Bin Laden gracias a las torturas a los presos de Al Qaeda desaparecidos y dispersos en cárceles secretas en todo el mundo (entre ellas, en Polonia y Reino Unido).


Hersh sostiene que el ataque que en 2014 hizo en sus memorias el entonces secretario de Defensa, Robert Gates, al Gobierno de Obama, se explica precisamente porque tanto Gates como el Pentágono vieron aquello -fabricar una acción heroica con propósitos electoralistas- como una traición. Además, tenían un motivo de preocupación práctico: a lo largo de los infinitos vaivenes de la relación entre EEUU y Pakistán, ambos países habían tratado siempre de salvar la cara del otro.


La clave es que Washington no quiere perder todos los canales de comunicación con un país que tiene más de 200 bombas atómicas y militares que acaso sean como la Mafia siciliana, pero también una oposición que es, lisa y llanamente Al Qaeda (y ahora, el Estado Islámico). La humillación pública de la muerte de Bin Laden puso esa comunicación en peligro, algo que para los estadounidenses es demasiado peligroso como para poder vivir con ello.

Un juego de traiciones

 

Así pues, fueron los propios pakistaníes los que, animados por un botín de 25 millones de dólares, traicionaron a Bin Laden, igual que fue un militante de Al Qaeda quien, por una cifra similar, destapó el escondite de Khalid Sheikh Mohamed, el cerebro del 11-S, que fue apresado en 2003 en la ciudad de Rawalpindi, en Pakistán, una población que en realidad es sólo el barrio de los militares de la capital de ese país, Islamabad. Ciertamente, no deja de ser llamativo el hecho de que los líderes de Al Qaeda no están "en desiertos remotos ni en montañas lejanas", como dijo José María Aznar de los terroristas del 11-M español, sino al lado de las mayores bases del Ejército de Pakistán.


Entretanto, el libro de Hersh ha sido acogido con un silencio estentóreo en Estados Unidos. Eso, por una parte, se debe al propio volumen de la obra. "Disfruto buscando información, pero odio escribir", declara Hersh, que es la plasmación en tres dimensiones del viejo periodista gruñón, en estado de cabreo permanente, y que viste como un detective privado de una película de los setenta (Colombo, por ejemplo, pero con una voz fuerte que emplea habitualmente para mandar callar al interlocutor).



The Killing of Osama bin Laden es en realidad una serie de reportajes que van desde el que da título al volumen hasta la implicación de EEUU en la rebelión contra el dictador sirio Bashar al Asad, pasando por cómo Turquía está manipulando a Washington para aventurar su enfrentamiento con Moscú, o por el apoyo de China al régimen de Damasco. En cierto sentido, el libro es un pequeño caos, acaso porque los cuidadosos editores del New Yorker no han estado esta vez puliendo los textos de Hersh.


Pero la manera en la que los colegas de profesión han dado la espalda al maestro tiene también mucho que ver con cómo funciona el periodismo.


Muchos periodistas -Peter Bergen, por ejemplo, unánimemente considerado el mayor experto en Osama Bin Laden- han apostado toda su carrera profesional al líder de Al Qaeda. Imaginar a Osama sin contacto con el mundo exterior implica que sus teorías acerca de Al Qaeda eran totalmente erróneas y que se han pasado años escribiendo de un personaje que estaba en realidad en arresto domiciliario.


Cuando los SEAL mataron a Bin Laden, el autor de estas líneas preguntó a Bergen en una entrevista para EL MUNDO si en su exilio interior de Abbotabad el jeque estaba de veras al mando de Al Qaeda. Se produjo un silencio al otro lado de la línea. Y entonces llegó la respuesta:
-Me sorprende que me hagas esa pregunta. Por supuesto que estaba.


Hoy sabemos, porque lo ha declarado Washington, que los documentos, tanto en papel como en formato electrónico, que EEUU capturó en la casa de Bin Laden eran mínimos, y que carecían de valor para la comunidad de inteligencia. Son las pequeñas grietas de la versión oficial que Seymour Hersh quiere dinamitar.


 http://www.elmundo.es/cronica/2016/05/01/572491e3268e3ed07d8b4655.html






No hay comentarios:

Publicar un comentario

GRACIAS POR TU OPINION-THANKS FOR YOUR OPINION