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viernes, 6 de mayo de 2016

¿Llamados al liderazgo?(I). La crisis de régimen


Miembrxs de Colectivo Germinal


«El marxismo no es la doctrina de las revoluciones, sino la de las contrarrevoluciones: todos saben orientarse a la hora de la victoria, pero pocos son los que saben hacerlo cuando la derrota llega, se complica y persiste (Amadeo Bordiga, Lecciones de las contrarrevoluciones)».





La crisis de régimen



Vivimos un ciclo histórico que tiene en su carácter populista uno de sus elementos decisivos. Populismos de espectro político variado, de la extrema derecha (Front National, Donald Trump, UKIP…) o de izquierdas (Podemos o Syriza de modo peculiar) o de “un lado y otro” (Il Movimiento Cinque Stelle). En España, este ciclo populista va de la mano de una profunda crisis del régimen del 78′ y del agotamiento, al menos temporal, del periodo de acumulación por medio de la burbuja financiera e inmobiliaria. Tres elementos, un crimen.



La transición española tiene ciertas particularidades históricas. Fue el franquismo el que introdujo en el 59′ maquinaria importada y llevó a cabo la intensificación de los ritmos de trabajo efecto del plan de estabilización y por tanto posibilitó el proceso de definitiva subsunción real de la sociedad española en el capital. Este proceso histórico supuso la necesidad de un nuevo encuadramiento de masas, que de facto, el Movimiento Nacional no estaba preparado para realizar. De este modo, toda la historia de la etapa tardía del Movimiento se resume en cómo llevar a cabo esa integración, que en otros países se había llevado a cabo por medio de los sindicatos obreros y los partidos políticos.


La transición viene marcada por imitar en gran medida los patrones de las potencias europeas en el terreno de la configuración de los aparatos de Estado, sin embargo, se podría decir que llega tarde, porque viene a sancionar una relación de capital-trabajo que rápidamente se reconfigura en un nuevo marco financiarizado y europeo.


De este modo, este proceso de transformación del régimen de producción hispano se reconfigura, y con él va cambiando la forma y función de sus aparatos de Estado: 


«La Constitución del 78 era la constitución de la relación salarial, la constitución del trabajo productor de valor y capital, aquella en la que la producción de valor y plusvalor (el crecimiento económico y la generación de empleos) podía generar recursos suficientes para financiar los servicios públicos que harían efectivos los derechos consagrados por ella.
Pero desde los 80´ el aumento de la productividad derivado de la revolución microelectrónica ha hecho cada vez más superfluo el trabajo humano en la producción. Esa reducción del trabajo en la producción de valor ha sido “compensada” en nuestro país por los empleos creados por la expansión de los sectores inmobiliario y de la construcción generados por las inversiones que, no pudiendo aplicarse en sector productivo alguno, acudían generosamente al ladrillo con el estímulo de las políticas urbanísticas y fiscales orientadas al negocio de la producción inmobiliaria (Otro tiempo.


La burbuja inmobiliaria se convirtió en una palanca esencial de valorización del capital ficticio que por una parte reforzó un potente bloque inmobiliario-financiero-partidista, que a su vez fue capaz de construir una lealtad de masas al régimen a través de convertir la vivienda en un activo financiero que servía de recurso de compra de las propias familias endeudadas con una hipoteca. Por otra parte, facilitó un nuevo reparto en el peso entre el sector dedicado a la producción de materiales de producción –sector I, según Marx– y el sector dedicado al consumo –sector II; transformación que ha cambiado sensiblemente el aspecto de las grandes metrópolis. 


Cuando hablamos de crisis de régimen, hablamos de una crisis de aquellos actores que juegan un papel fundamental en la esfera política. La crisis de régimen no es por tanto una crisis de hegemonía, que sólo sucedería ante la emergencia de poderes independientes y auto-organizados frente a las instituciones del capital –o en un colapso del modo de producción capitalista. La crisis de hegemonía cuestiona al Estado y la subsunción. La crisis de régimen significa que una parte de los anteriores aparatos de Estado son incapaces de llevar a cabo una reproducción normalizada de la esfera política.


¿Por qué sucede esto? El Estado es la condensación de la lucha de clases en la esfera política e interviene en la esfera económica para facilitar la reproducción ampliada del capital. Pero esfera política está atada, unida, por la ley del valor, la cual organiza las relaciones de producción. El carácter del Estado es separado –autónomo decía Poulantzas– por derivar de la atomización que genera la producción privada a gran escala, y es esta separación, la que le permite efectuar una normalización del espacio público y privado que posibilita facilita el funcionamiento de la ley del valor. Por tanto, el Estado, a través de su intervención, es un elemento esencial en la reunión de elementos atomizados. Esto explica porque el Estado es condensación de la contradicción que nace de entre capital y trabajo1.


Los efectos de la crisis de régimen se pueden ver especialmente en la escasa influencia del papel que juegan los sindicatos tras la expulsión del trabajo, así como de la imposiblidad cada vez mayor de los partidos del régimen de integrar ideológicamente a los distintos estratos sociales. 


Una de las funciones fundamentales del Estado es la intervención y reacomodamiento en los procesos de desvalorización y destrucción de capital –constante, pero también variable, como demuestra la última reforma laboral– para recuperar, en la medida de lo posible, la tasa de ganancia. De este modo, las propias contradicciones que genera los efectos de la crisis entre los distintos capitales a través de la lucha que lleva cada uno para salir vivo de la quema que anuncia la bajada de la tasa de ganancia, espolea las luchas inter-capitalistas, como son la crisis territorial –agudizada por el hecho de que la construcción de la nacionalidad española ha sido históricamente muy precaria, y no las menos de las veces militar y anti-popular– así como la aparición pública de los casos de corrupción.



En resumen, la crisis de régimen ha generado un fuerte combate entre todas las partes del capital, ya sea el catalán frente al resto del territorio, ya sea entre las redes clientelares usadas como modos de reproducción de las clases dominantes, ya sea entre los propietarios del capital variable –los trabajadores– y del capital constante.


Pasando a un plano más sociológico, aparece un discurso de carácter populista, que trasciende a Podemos, y que está socialmente instalado. Este discurso obedece a una profunda crisis ideológica que deriva de la desafección que siente la mayoría de la población ante estos aparatos. Esta desafección, en el plano más individual y particularista se basa en las dificultades de muchas personas –y no sólo de aquellas que tienen menos recursos– de reproducir sus condiciones de vida anteriores a la crisis, y en muchos casos, en condiciones bastante dramáticas. Dado que la crisis no sólo afecta a los estratos populares, sino que implica un profundo proceso de proletarización de los estratos medios, que significa sobre todo la reproducción ampliada de la mercancía fuerza de trabajo.


Pero el momento populista no es sólo efecto de la sencilla de una crisis ideológica. Al contrario, hay que partir de que el populismo es consustancial al capitalismo. Construcción de una comunidad imaginada –y abstracta– llamada pueblo, que se une frente a un enemigo exterior. Es un mecanismo que no es la primera vez que se da. Responde a la unidad ficticia de aquellos –los ciudadanos– que están separados, frente a unos “malos” –los políticos, los corruptos, el españolismo, la casta, los multimillonarios, hay malos para cada perfil social– sobre los cuales se proyecta la culpa derivada de la incapacidad de la sociedad de reapropiarse de sus capacidades productivas. Si históricamente el populismo pudo jugar un rol progresista a la hora de construir los modernos Estado-nación, hoy responden a la fase de declive del capital: la crisis del trabajo como modo de medir la riqueza.


El 15-M implicó una profunda agudización de la crisis de régimen y de la crisis ideológica. Pero como comentamos en un artículo anterior:


«que es el 15-M y los movimientos derivados de éste, los que hacen estallar la crisis de régimen. Y que si esa crisis de régimen se está quedando sólo en eso, en una mayor dificultad de que se recomponga el escenario político, es porque el movimiento no ha sido capaz de superar sus lastres e instituir un sujeto antagónico2 (Las instituciones son el límite)».


Es desde esta doble dinámica que debemos entender el actual ciclo, que comprende: 

  1. Por una parte las luchas internas intercapitalistas por no ser las víctimas de la destrucción/desvalorización de capital a la par que intentar estar situadas estratégicamente en una posición ventajosa para un ciclo económico que los economistas burgueses más sensatos prevén como de estancamiento, esto es, que no va a haber crecimiento, sino que se va a dar lugar a una competición feroz por mantener y ampliar la cuota de mercado –que es la razón fundamental por la que hay una posición tan reactiva a una participación de Podemos en cualquier gobierno, y no porque se piense que este va a implementar medidas socialdemócratas, sino porque puede ser un elemento que agudice la presión de la troika y las luchas intercapitalistas.

  1. Por otra parte una profunda deslegitimación del régimen derivada de la explosión del 15-M, la lucha por la vivienda, por la escuela y la sanidad pública; luchas que a finales de 2013 fueron acompañadas por importantes luchas en defensa de las condiciones laborales. Estas luchas desbordaron en buena medida los aparatos sindicales y de partido; y deslegitimaron algunos aparatos de Estado relevantes –antidisturbios, judicatura, gobierno, corona, etc.– y mostraron en algunos casos una capacidad de auto-organización notable.

La crisis de régimen por tanto aparece como el efecto de unos aparatos de Estado que han quedado en muy dudosa posición frente a una auto-construcción antagónica que alcanza unos límites, los cuales no puede rebasar y sufre una descomposición parcial que si bien no cierra las posibilidades históricas del momento –entre otras cosas porque la lucha es más que nunca internacional– implican un retroceso, al menos momentáneo.






1 Si Poulantzas hubiera comprendido la relación entre la atomización de la producción privada y la centralidad que juega la ley del valor como conector social universal, seguramente no hubiera derivado de su premisa del Estado como condensación de correlación de fuerzas una postura eurocomunista.


2 Sobre los límites implícitos de todo el proceso de movilizaciones de abril de 2011 hasta marzo de 2014 hemos escrito bastante para volver a insistir en ellos. Partimos de un axioma que establece la revista Endnotes («Apéndice: desenterrad a vuestros muertos») sin reservas y que hemos ido, con dolor y experiencias, aprendiendo lentamente: el primer responsable del fracaso de un movimiento es el propio movimiento. 



La ruptura de algunas compañeras y compañeros del colectivo con lecturas más trotskistas y gramscianas para derivar posturas más cercanas a la izquierda comunista es perfectamente coherente con este proceso de aprendizaje. Algunos textos sobre el desarrollo de esta crítica son: Podemos y anticapitalismo actual; Activismo y clases medias; La acampada Sol: una interpretación desde la teoría del valor; Podemos: ¿quién asalta a quién?.













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