El 16 de junio de 1936 tuvo lugar una de las sesiones parlamentarias
más dramáticas de toda la historia de España
.Fue José María Gil-Robles
el que habló en primer lugar, relatando los gravísimos y diversos
sucesos ocurridos en España desde el día 16 de febrero hasta el 15 de
junio de 1936.
La diputada comunista Dolores Ibárruri contestó a la intervención de
Gil-Robles y a la posterior de José Calvo Sotelo, en los siguientes
términos:
Señores Diputados!
Por una vez, y aunque ello parezca
extraño y paradójico, la minoría comunista está de acuerdo con la
proposición no de ley presentada por el señor Gil Robles, proposición
tendente a plantear la necesidad de que termine rápidamente la
perturbación que existe en nuestro país; pero si en principio
coincidimos en la existencia de esta necesidad, comenzamos a discrepar
en seguida, porque para buscar la verdad, para hallar las conclusiones a
que necesariamente tenemos que llegar, vamos por caminos distintos,
contrarios y opuestos.
El Sr. Gil Robles ha hecho un bello
discurso y yo me voy a referir concretamente a él, ya que al Sr. Calvo
Sotelo le ha contestado cumplidamente el Sr. Casares, poniendo al
descubierto los propósitos de perturbación que traía esta tarde al
Parlamento con el deseo, naturalmente, de que sus palabras tuvieran
repercusiones fuera de aquí, aunque por necesidad me referiré también en
algunos casos concretos a las actividades del señor Calvo Sotelo.
Decía que el Sr. Gil Robles había
pronunciado un bello discurso, tan bello y tan ampuloso como los que el
Sr. Gil Robles acostumbraba a pronunciar cuando en plan de jefe
indiscutible –esto no se lo reprocho– iba por aldeas y ciudades
predicando la buena nueva del socialismo cristiano, la buena nueva de la
justicia distributiva se tradujese en hechos de gobierno, cuando el Sr.
Gil Robles participaba intensamente en él, tales como el
establecimiento de los jornales católicos en el campo, de los jornales
de 1,50 y de dos pesetas.
El Sr. Gil Robles, hábil parlamentario y
no menos hábil esgrimidor de recursos oratorios, retóricos, de frases de
efecto, apelaba a argumentos no muy convincentes, no muy firmes, tan
escasos de solidez como la afirmación que hacía de la falta de apoyo por
parte del Gobierno a los elementos patronales. Y al argüir con
argumentos falsos, sacaba, naturalmente, falsas conclusiones; pero muy
de acuerdo con la misión que quien puede le ha confiado en esta Cámara y
que S.S., como los compañeros de minoría, sabe cumplir a la perfección,
esgrimía una serie de hechos sucedidos en España, que todos lamentamos,
para demostrar la ineficacia de las medidas del Gobierno, el fracaso
del Frente Popular.
Su señoría comenzaba a hacer la relación
de hechos solamente desde el 16 de Febrero y no obtenía una conclusión,
como muy bien le han dicho los señores Diputados que han intervenido; no
obtenía la conclusión de que es necesario averiguar quiénes son los que
han realizado esos hechos, porque el Sr. Gil Robles no ignora, por
ejemplo, que, después de la quema de algunas iglesias, en casa de
determinados sacerdotes se han encontrado los objetos del culto que en
ocasiones normales no suelen estar allí.
No quiero hacer simplemente un discurso;
quiero exponer hechos, porque los hechos son más convincentes que todas
las frases retóricas, que todas las bellas palabras, ya que a través de
los hechos se pueden sacar consecuencias justas y a través de los hechos
se escribe la Historia. Y como yo supongo que el Sr. Gil Robles, como
cristiano que es, ha de amar intensamente la verdad y ha de tener
interés en que la Historia de España se escriba de una manera verídica,
voy a darle algunos argumentos, voy a refrescarle la memoria y a
demostrarle, frente a sus sofismas, la justeza de las conclusiones
adonde yo voy a llegar con mi intervención.
Pero antes permítame S.S. poner al
descubierto la dualidad del juego, es decir, las maniobras de las
derechas, que mientras en las calles realizan la provocación, envían
aquí unos hombres que, con cara de niños ingenuos vienen a preguntarle
al Gobierno qué pasa y a dónde vamos.
¡Señores de las derechas! Vosotros venís
aquí a rasgar vuestras vestiduras escandalizados y a cubrir vuestras
frentes de ceniza, mientras, como ha dicho el compañero De Francisco,
alguien, que vosotros conocéis y que nosotros no desconocemos tampoco,
manda elaborar uniformes de la Guardia Civil con intenciones que
vosotros sabéis y que nosotros no ignoramos, y mientras, también, por la
frontera de Navarra, ¡Sr. Calvo Sotelo!, envueltas en la bandera
española, entran armas y municiones con menos ruido, con menos escándalo
que la provocación de Vera del Bidasoa, organizada por el miserable
asesino Martínez Anido, con el que colaboró S.S. y para vergüenza de la
República española, no se ha hecho justicia ni con él ni con S.S., que
con él colaboró. Como digo, los hechos son mucho más convincentes que
las palabras.
Yo he de referirme no solamente a los ocurridos desde el
16 de febrero, sino un poco tiempo más atrás, porque las tempestades de
hoy son consecuencia de los vientos de ayer.
¿Qué ocurrió desde el momento en que
abandonaron el Poder los elementos verdaderamente republicanos y los
socialistas? ¿Qué ocurrió desde el momento en que hombres que,
barnizados de un republicanismo embustero, pretextaban querer ampliar la
base de la República, ligándoos a vosotros, que sois antirrepublicanos,
al Gobierno de España? Pues ocurrió lo siguiente: Los desahucios en el
campo se realizaban de manera colectiva; se perseguía a los
Ayuntamientos vascos; se restringía el Estatuto de Cataluña; se
machacaban y se aplastaban todas las libertades democráticas; no se
cumplían las leyes de trabajo; se derogaba, como decía el compañero De
Francisco, la ley de Términos municipales; se maltrataba a los
trabajadores, y todo esto iba acumulando una cantidad enorme de odios,
una cantidad enorme de odios, una cantidad enorme de descontento, que
necesariamente tenía que culminar en algo, y ese algo fue el octubre
glorioso, el octubre del cual nos enorgullecemos todos los ciudadanos
españoles que tenemos sentido político, que tenemos dignidad, que
tenemos noción de la responsabilidad de los destinos de España frente a
los intentos del fascismo.
Y todos estos actos que en España se
realizaban durante la etapa que certeramente se ha denominado del
«bienio negro» se llevaban a cabo, ¡Sr. Gil Robles!, no sólo apoyándose
en la fuerza pública, en el aparato coercitivo del Estado, sino buscando
en los bajos estratos, en los bajos fondos que toda sociedad
capitalista tiene en su seno, hombres desplazados, cruz del
proletariado, a los que dándoles facilidades para la vida, entregándoles
una pistola y la inmunidad para poder matar, asesinaban a los
trabajadores que se distinguían en la lucha y también a hombres de
izquierda: Canales, socialista; Joaquín de Grado, Juanita Rico, Manuel
Andrés y tantos otros, cayeron víctimas de estas hordas de pistoleros,
dirigidas, ¡Sr. Calvo Sotelo!, por una señorita, cuyo nombre, al
pronunciarlo, causa odio a los trabajadores españoles por lo que ha
significado de ruina y de vergüenza para España y por señoritos cretinos
que añoran las victorias y las glorias sangrientas de Hitler o
Musolini.
Se produce, como decía antes, el
estallido de octubre; octubre glorioso, que significó la defensa
instintiva del pueblo frente al peligro fascista; porque el pueblo, con
certero instinto de conservación, sabía lo que el fascismo significaba:
sabía que le iba en ello, no solamente la vida, sino la libertad y la
dignidad que son siempre más preciadas que la misma vida.
Fueron, ¡señor Gil Robles!, tan
miserables los hombres encargados de aplastar el movimiento, y llegaron a
extremos de ferocidad tan terribles, que no son conocidos en la
historia de la represión en ningún país. Millares de hombres
encarcelados y torturados; hombres con los testículos extirpados;
mujeres colgadas del trimotor por negarse a denunciar a sus deudos;
niños fusilados; madres enloquecidas al ver torturar a sus hijos;
Carbayín; San Esteban de las Cruces; Villafría; La Cabaña; San Pedro de
los Arcos; Luis de Sirval. Centenares y millares de hombres torturados
dan fe de la justicia que saben hacer los hombres de derechas, los
hombres que se llaman católicos y cristianos.
Y todo ello, ¡señor Gil Robles!,
cubriéndolo con una nube de infamias, con una nube de calumnias, porque
los hombres que detentaban el Poder no ignoraban en aquellos momentos
que la reacción del pueblo, si éste llegaba a saber lo que ocurría,
especialmente en Asturias, sería tremenda.
Cultivasteis la mentira; pero la mentira
horrenda, la mentira infame; cultivasteis la mentira de las violaciones
de San Lázaro; cultivasteis la mentira de los niños con los ojos
saltados; cultivasteis la mentira de la carne de cura vendida a peso;
cultivasteis la mentira de los guardias de Asalto quemados vivos. Pero
estas mentiras tan diferentes, tan horrendas todas, convergían a un
mismo fin: el de hacer odiosa a todas las clases sociales de España la
insurrección asturiana, aquella insurrección que, a pesar de algunos
excesos lógicos, naturales en un movimiento revolucionario de tal
envergadura, fue demasiado romántico, porque perdonó la vida a sus más
acerbos enemigos, a aquellos que después no tuvieron la nobleza de
recordar la grandeza de alma que con ellos se había demostrado.
Voy a separar los cuatro motivos
fundamentales de estas mentiras que, como decía antes, convergían en el
mismo fin. La mentira de las violaciones, a pesar de que vosotros
sabíais que no eran ciertas, porque las muchachas que vosotros dábais
como muertas, y violadas antes de ser muertas por los revolucionarios,
ellas mismas os volcaban a la cara vuestra infamia diciendo: «Estamos
vivas, y los revolucionarios no tuvieron para nosotras más que
atenciones.» ¡Ah!, pero esta mentira tenía un fin; esta mentira de las
violaciones, extendida por vuestra Prensa cuando a la Prensa de
izquierdas se la hacía enmudecer, tendía a que el espíritu caballeroso
de los hombres españoles se pronunciase en contra de la barbarie
revolucionaria.
Pero necesitábais más; necesitábais que
las mujeres mostrasen su odio a la revolución; necesitábais exaltar ese
sentimiento maternal, ese sentimiento de afecto de las madres para los
niños, y lanzásteis y explotásteis el bulo de los niños con los ojos
saltados. Yo os he de decir que los revolucionarios hubieron, de la
misma manera que los heroicos comunalistas de París, siguiendo su
ejemplo, de proteger a los niños de la Guardia Civil, de esperar a que
los niños y las mujeres saliesen de los cuarteles para luchar contra los
hombres como luchan los bravos: con armas inferiores, pero guiados por
un ideal, cosa que vosotros no habéis sabido hacer nunca.
La mentira de la carne de cura vendida al
peso. Vosotros sabéis bien –nosotros tampoco lo desconocemos– el
sentimiento religioso que vive en amplias capas del pueblo español, y
vosotros queríais con vuestras mentira infame ahogar todo lo que de
misericordioso, todo lo que de conmiseración pudiera haber en el
sentimiento de estos hombres y de estas mujeres que tienen ideas
religiosas hacia los revolucionarios.
Y viene la culminación de las mentiras:
los guardias de Asalto quemados vivos. Vosotros necesitábais que las
fuerzas que iban a Asturias a aplastar el movimiento fuesen, no
dispuestas a cumplir con su deber, sino impregnadas de un espíritu de
venganza, que tuviesen el espolique de saber que sus compañeros habían
sido quemados vivos por los revolucionarios. Allí convergían todas
vuestras mentiras, como he dicho antes: a hacer odiosa la revolución, a
hacer que los trabajadores españoles repudiasen, por todos estos
motivos, el movimiento insureccional de Asturias.
Pero todo se acaba, ¡Sr. Gil Robles!, y
cuando en España comienza a saberse la verdad, el resultado no se hace
esperar, y el día 16 de febrero el pueblo, de manera unánime, demuestra
su repulsa a los hombres que creyeron haber ahogado con el terror y con
la sangre de la represión los anhelos de justicia que viven latentes en
el pueblo. Y los derrotados de febrero, aquellos que se creían los amos
de España, no se resignan con su derrota y por todos los medios a su
alcance procuran obstaculizar, procuran entorpecer esta derrota, y de
ahí su desesperación, porque saben que el Frente Popular no se
quebrantará y que llegará a cumplir la finalidad que se ha trazado.
Por eso precisamente es por lo que ellos
en todos los momentos se niegan a cumplir los laudos y las disposiciones
gubernamentales, se niegan sistemáticamente a dar satisfacción a todas
las aspiraciones de los trabajadores, lanzándolos a la perturbación, a
la que van, no por capricho ni por deseo de producirla, sino obligados
por la necesidad, a pesar de que el Sr. Calvo Sotelo, acostumbrado a
recibir las grandes pitanzas de la Dictadura, crea que los trabajadores
españoles viven como vivía él en aquella época.
¿Por qué se producen las huelgas? ¿Por el
placer de no trabajar? ¿Por el deseo de producir perturbación? No. Las
huelgas se producen porque los trabajadores no pueden vivir, porque es
lógico y natural que los hombres que sufrieron las torturas y las
persecuciones durante la etapa que las derechas detentaron el Poder
quieran ahora –esto es lógico y natural– conquistar aquello que vosotros
les negábais, aquello para lo cual vosotros les cerrábais el camino en
todos los momentos.
No tiene que tener miedo el Gobierno
porque los trabajadores se declaren en huelga; no hay ningún propósito
sedicioso contra el Gobierno en estas medidas de defensa de los
intereses de los trabajadores, porque ellas no representan más que el
deseo de mejorar su situación y de salir de la miseria en que viven.
Esto se liga a lo que yo decía antes: al doble juego de venir aquí a preguntar lo que ocurre y continuar perturbando la situación en la ciudad y en el campo.
Concretamente, voy a referirme a la provincia de Toledo, y al hablar de la provincia de Toledo reflejo lo que ocurre en todas las provincias agrarias de España. En Quintanar de la Orden hay varios terratenientes (y esto es muy probable que lo ignore el Sr. Madariaga, atento siempre a defender los intereses de los grandes terratenientes) que deben a sus trabajadores los jornales de todas las faenas de trabajo del campo.
¿Qué diría el Sr. Madariaga si en un momento determinado estos trabajadores de Quintanar de la Orden, como los de Almendralejo, como los de tantos otros pueblos de España, se lanzasen a cobrar lo que es suyo en justicia? ¡Ah! Vendría aquí a hablar de perturbaciones, vendría aquí a decir que el Gobierno no tiene autoridad, vendría aquí, como van viniendo ya con excesiva tolerancia de estos hombres, a entorpecer constantemente la labor del Gobierno y la labor del Parlamento.
Y que por parte de los grandes terratenientes, como por parte de las Empresas, hay un propósito determinado de perturbar, lo demuestra este hecho concreto que os voy a exponer.
En Villa de Don Fadrique, un pueblo de la provincia de Toledo, se han puesto en vigor las disposiciones de la reforma agraria, pero uno de los propietarios que se siente lastimado por lo que significa de justicia para el campesinado, que no ha conocido de la justicia más que el poder de los amos, de acuerdo con los otros terratenientes, había preparado una provocación en toda regla, una provocación habilísima, ¡señores de las derechas!, que vais a ver en lo que consistía y que demuestra la falsedad del argumento del Sr. Calvo Sotelo, cuando afirma que los terratenientes no pueden conceder a los trabajadores jornales superiores a 1,50.
Estos señores terratenientes con fincas radicantes en Villa de Don Fadrique, cuya cosecha está valuada en 10.000 duros, tenían el propósito de repartirla entre los campesinos de los pueblos colindantes, como Lillo, Corral de Almaguer y Villacañas. Esto, que en principio podrá parecer un rasgo de altruismo, en el fondo era una infame provocación; era el deseo de lanzar, azuzados por el hambre, a los trabajadores de un pueblo contra los de otros pueblos. Y que esto no es un argumento sofístico esgrimido por mi lo demuestra la declaración terminante del hermano de uno de las terratenientes delante de D. Mariano Gimeno, del alcalde y de la Comisión del Sindicato de Agricultores, que dijo textualmente: «Si mi hermano hubiera hecho lo que se había acordado, es decir, el reparto de la cosecha, a estas horas se habría producido el choque y esto había terminado».
Y es ahí, ¡Sr. Gil Robles!, y no en los
obreros y en los campesinos, donde está la causa de la perturbación, y
es contra los causantes de la perturbación de la economía española, que
apelan a maniobras «non sanctas» para sacar los capitales de España y
llevárselos al extranjero; es contra los que propalan infames mentiras
sobre la situación de España, con menoscabo de su crédito; es contra los
patronos que se niegan a aceptar laudos y disposiciones; es contra los
que constante y sistemáticamente se niegan a conceder a los trabajadores
lo que les corresponde en justicia; es contra los que dejan perder las
cosechas antes de pagar salarios a los campesinos contra los que hay que
tomar medidas. Es a los que hacen posible que se produzcan hechos como
los de Yeste y tantos pueblos de España a los que hay que hacerles
sentir el peso del Poder, y no a los trabajadores hambrientos ni a los
campesinos que tienen hambre y sed de pan y de justicia.
¡Señor Casares Quiroga, Sres. Ministros!:
ni los ataques de la reacción, ni las maniobras, más o menos
encubiertas, de los enemigos de la democracia, bastarán a quebrantar ni a
debilitar la fe que los trabajadores tienen en el Frente Popular y en
el Gobierno que lo representa.
Pero, como decía el señor De Francisco,
es necesario que el Gobierno no olvide la necesidad de hacer sentir la
ley a aquellos que se niegan a vivir dentro de la ley, y que en este
caso concreto no son los obreros ni los campesinos. Y si hay generalitos
reaccionarios que, en un momento determinado, azuzados por elementos
como el señor Calvo Sotelo, pueden levantarse contra el Poder del
Estado, hay también soldados del pueblo, cabos heroicos, como el de
Alcalá, que saben meterlos en cintura.
Y cuando el Gobierno se decida a cumplir
con ritmo acelerado el pacto del Frente Popular y, como decía no hace
muchos días el Sr. Albornoz, inicie la ofensiva republicana, tendrá a su
lado a todos los trabajadores, dispuestos, como el 16 de febrero, a
aplastar a esas fuerzas y a hacer triunfar una vez más al Bloque
Popular.
Conclusiones a que yo llego: Para evitar
las perturbaciones, para evitar el estado de desasosiego que existe en
España, no solamente hay que hacer responsable de lo que pueda ocurrir a
un Sr. Calvo Sotelo cualquiera, sino que hay que comenzar por
encarcelar a los patronos que se niegan a aceptar los laudos del
Gobierno.
Hay que comenzar por encarcelar a los
terratenientes que hambrean a los campesinos; hay que encarcelar a los
que con cinismo sin igual, llenos de sangre de la represión de octubre,
vienen aquí a exigir responsabilidades por lo que no se ha hecho.
Y cuando se comience por hacer esta obra
de justicia, ¡Sr. Casares Quiroga, Sres. Ministros!, no habrá Gobierno
que cuente con un apoyo más firme, más fuerte que el vuestro, porque las
masas populares de España se levantarán, repito, como en el 16 de
febrero, y aun, quizá, para ir más allá, contra todas esas fuerzas que,
por decoro, nosotros no debiéramos tolerar que se sentasen ahí.
http://www.eroj.org/biblio/ibarruri/ibarruri.htm
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