No es culpa de Sánchez que alguien le
crea socialista, ni de Mariano que los nostálgicos sin un duro o los que
se creen clase media le regalen el voto. Tampoco es culpa de Albert
Rivera seducir a ‘emprendedores’ y ‘libernadies’ pese a empeñarse en
demostrar con mentiras y malas artes que no es más que un mercenario;
una muleta del régimen sin más ideología que la de su bienestar
personal.
Ni es culpa de Pablo Iglesias que una buena parte de la
sociedad no haya podido escapar a ochenta años de condicionamiento
acultural. Los candidatos no engañan a nadie. Ni son tan hábiles, ni
hacen ningún esfuerzo por serlo. Lo que pasa es que hay quien no da para
más, o no quiere hacerlo.
Habría que estar muy próximo a la indigencia intelectual para no entender que Rajoy defiende los intereses de la mafiosa alta sociedad
(de ese 0,01%). Tampoco lo oculta, porque ahí están sus políticas.
Dentro de todo, hay que agradecerle que sea correcto en las formas y que
no abuse de la difamación ni del cretinismo en el cara a cara. Si
alguien que no pertenece a ese 0,01% vota a su partido, el imbécil no es
Mariano.
Lo del votante de Ciudadanos es otra
historia; una historia más triste si cabe. El partido de Rivera es como
la mierda para las moscas. Es el ideal para los entrampados del BMW
serie 3 y el adosado de urbanización colmena; para todos esos que
creyeron que eran empresarios y/o emprendedores cuando en ciertos
sectores todo se pagaba con billetes de 500.
Para los fanáticos del
cuento de la lechera y la ley de la selva desde la perspectiva del
cervatillo que cree ser león. Para los que no desperdician la ocasión
para soltar eso de feedback, business o community manager
hasta cuando se dirigen al empleado de la gasolinera mientras repostan,
o para los trepas que por sus tragaderas y falta de ética han sido
ascendidos a un puesto intermedio y sueñan que van a heredar la empresa.
En definitiva, para todos aquellos que sufrieron una fijación de la
fase fálica.
Y luego está Sánchez y su PSOE. Carne de
cañón. Un tonto útil con pose de prepotente. El chivo expiatorio que
juega a lo que no sabe marcándose inútiles faroles. Un pésimo actor con
una sonrisa hollywoodiense interpretando un guión infumable. Aunque
tampoco se le puede pedir más. ¿Quién podría defender lo indefendible en
un partido que lleva ‘socialista obrero’ en sus siglas pero que está
obligado a ser sostén del régimen neoliberal? Es por esto que lo peor de
todo son sus votantes: los unos por miserables pesebreros (el PSOE
reparte migajas entre cientos de miles de familias), y los otros, los
que encima no se llevan nada, por obtusos.
De Unidos Podemos no se puede decir otra
cosa que el que saben que a muchos ya nos tienen comprometidos, y que
por ello con su discurso de circunstancias intentan arañar algún otro
voto de los indecisos. En cualquier caso: programa, programa, programa. Y
desde luego, ningún cheque en blanco.
Lo de ayer fue el reflejo de lo que son y
lo que pretenden las diferentes opciones que son solo dos. Tres
partidos quieren apuntalar el estado de la desigualdad y los privilegios
de clase, y el otro intentar hacer la cesta más digna posible con los
mimbres existentes. El país, desgraciadamente, no está culturalmente
para revoluciones. Y por ese motivo, si algún día tienen acceso a ellos
(a esos mimbres), tampoco podrán tejer ninguna maravilla. Pero a muchos,
de momento, nos basta con saber que alguien tiene la sana intención de
intentarlo, que ya es mucho.
La suerte de estas elecciones está
echada, pero dentro de dos o cuatro años sí nos jugaremos el cambio.
Hasta entonces toca no bajar la guardia y seguir haciendo toda la
pedagogía posible. Y especialmente no desesperarnos por lo que vemos.
Fundamentalmente porque no sirve de nada.
Por Paco Bello
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