Soy
mujer. Mi talla de sujetador es una 95B, y uso una 34-36 de pantalón,
dependiendo de la tienda en la que lo compre. Tengo granos, puntos
negros y pelos en el entrecejo y en el bigote. Visto ajustado, a veces
con escote, me depilo y de vez en cuando me maquillo. Tengo complejos:
he querido un vientre plano, menos estrías y menos varices. He querido
una cara más perfilada, los labios mas gordos, los dientes más blancos y
las tetas más grandes. He hecho dieta, muchas veces.
Soy
mujer. Como bien, hago deporte, me gusta salir de fiesta y no soy mala
estudiante. Pero tengo miedo cuando vuelvo sola a casa, y me cuesta
rebelarme ante el acoso callejero, eso a lo que algunos llaman piropos.
Finjo que hablo por teléfono por las noches cuando camino sola por
alguna calle, y odio los chistes machistas. Me acompleja el catálogo de
bañadores de Calzedonia, me repugnan los “buf” de los tíos que se cruzan
conmigo, y sufro con cada mujer asesinada por violencia machista.
Soy
mujer. Conozco a mujeres que han sido humilladas, acosadas,
perseguidas, controladas, manoseadas y violadas. Conozco a hombres que
han humillado, acosado, perseguido, controlado, manoseado y violado. No
soporto que nos hagan creer que la violencia machista es violencia de
género. Porque es violencia machista, no violencia de género. No soporto
que entre machismo, feminismo e igualdad, se elija igualdad. No
queremos una sociedad igualitaria, queremos una sociedad feminista.
Soy
mujer. He estudiado filosofía y un máster en comunicación política. En
la mayoría de las asignaturas he tenido profesores, no profesoras, y
juraría que he tenido más compañeros que compañeras. Una vez le pregunté
una duda a un profesor, y me dijo que las dudas me las resolvería en
una cena. He tenido un profesor que, después de un examen, me ha
invitado a comer. He tenido que escapar corriendo de un hombre que no
aceptó un NO por respuesta.
Soy
mujer. Un tío me pidió hacer la cama después de echar un polvo, me han
invitado a copas por tener los ojos bonitos, me han acosado a llamadas y
me han metido la mano entre las piernas por la calle. Me han llamado
malfollada, histérica, borde, puta, guarra, granosa, chica gamba,
preciosa, tía buena, cachonda, morenaza, calientapollas, frígida… Me han
dicho que vaya piernas tengo, que vaya culo tengo, que vaya tetas
tengo. Me he sentido intimidada por hombres de 15, 20, 25, 30, 35, 40,
45, 50, 55, 60, 65, 70, 75 y 80 años.
Soy
mujer. He leído sobre feminismo, he escrito sobre feminismo, he hablado
sobre feminismo y he discutido sobre feminismo. He militado en espacios
solo de mujeres, y en espacios de mujeres y de hombres. He sido
pedagógica con mis compañeros, he sido paciente, he sido comprensiva y
hasta dulce. Pero también he sido agresiva, violenta y combativa. Me he
sentido sola, desamparada, incomprendida y rechazada. Me he repensado.
Me repienso cada día. Y me pregunto por mi cuerpo, por mi identidad, por
mis gustos, por mis deseos y por mi lugar en el mundo.
El
feminismo me ha jodido la vida porque ahora todo es denigrante,
maltratador y violento para mí, que soy mujer: el anuncio de Somatoline
Cosmetic, el pelo de Eva Longoria en el anuncio de Pantene Pro V, las
películas de Disney, las canciones de reggaeton de Don Omar, pero
también las de rock de The Rolling Stones. Las obras de Kant, la
literatura que hace apología de la sumisión, que la talla 44 de pantalón
se venda en tiendas de “talla grande”, la piel de Jane Fonda en el
anuncio de la crema antiedad de L’ORÉAL, y la idea misma de que a medida
que nos hacemos viejas somos más feas y gustamos menos a los hombres.
El
feminismo me ha jodido la vida porque entendí que las mujeres estamos
destinadas a cuidar, a limpiar, a hacer la compra y a hacer la comida.
Entendí que las mujeres estamos destinadas a estudiar enfermería,
educación infantil o una FP en peluquería, pero no matemáticas, ni
física, ni ingeniería.
Entendí que las mujeres estamos destinadas a
ocupar puestos inferiores que los hombres, a cobrar salarios más bajos
que nuestros compañeros por el mismo trabajo, a decidir si ser madres o
no en función de las necesidades de nuestro jefe y de su empresa, a
estar dispuestas a adelgazar por un puesto de trabajo, a terminar el día
con los pies ensangrentados por los tacones y a tener que pelear mucho
más que los hombres por un trato digno, simplemente digno.
Entendí que
las calles y los bares dejaron de ser nuestros espacios, si es que en
algún momento lo fueron, que no podíamos caminar solas sin que se nos
interpelara, que no podíamos estar tomando una caña sin “ser una chica
tan guapa en un sitio como éste”. Entendí que en los debates políticos
se le dedicaran 26 segundos al tema de la “violencia de género”, de los
cuales solo 16 fueron destinados a proponer medidas, porque los bloques
de economía y política internacional son más importantes, y entendí que
son los hombres los que hablan de ella, que son los hombres quienes
dicen qué necesitamos para ser mujeres libres y disfrutar de los mismo
derechos que ellos, y no nosotras.
Entendí, gracias al feminismo, por
qué las mujeres no queremos que nuestros muslos se rocen entre ellos,
por qué las mujeres tenemos miedo por las noches cuando volvemos solas a
casa, por qué las mujeres somos violadas y por qué las mujeres somos
asesinadas. Sí, asesinadas, porque no morimos, nos matan.
Día tras día.
El
feminismo me ha jodido la vida, pero también me la ha salvado. Con el
feminismo entendí que lo que duele en nuestros cuerpos, en nuestras
relaciones y en nuestras vidas es la violencia machista. Lo que el
feminismo hace es aliviar ese dolor.
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