¿Qué pasa cuando los bancos de inversión se mudan a Frankfurt y los
británicos más pobres tienen que recoger fresas en Kent? Sería un
espejismo pensar que el Reino Unido puede sobrevivir sin la UE. Tenemos
que encontrar un modelo económico alternativo.
No es la primera vez que lo hacemos. En
septiembre de 1931, cuando supieron que les iban a pagar un 25% menos
debido a los planes de austeridad del gobierno, la Marina Real Británica
se amotinó en el puerto escocés de Invergordon. Los marineros de la
embarcación HMS Rodney se negaron a realizar sus tareas, arrastraron un
piano hasta la cubierta y entonaron canciones de taberna. Otros barcos
decidieron seguir su ejemplo. No fue exactamente como el acorazado
Potemkin pero consiguieron destruir el orden económico mundial.
Empezó a circular la libra y el Reino Unido se convirtió en el primer
país que abandonó el patrón-oro. Uno tras otro, los países dejaron el
patrón-oro y apostaron por el nacionalismo económico. Esto tuvo un
efecto favorable sobre el Reino Unido: bajaron los tipos de interés,
disminuyeron las medidas de austeridad y, una vez devaluaron la libra,
se recuperaron las exportaciones. Sin embargo, el abandono del oro
supuso el fin del sistema económico mundial.
En estos momentos, vivimos unos acontecimientos igual de
trascendentales; pero contados con las mentidas de la prensa
sensacionalista y los memes de Internet, y con unas perspectivas
económicas más deprimentes. El Brexit será recordado como el gran logro
del neoliberalismo; el sistema de la economía de libre mercado y del
comercio mundial que empezó en la década de los noventa.
En último término, se desencadenó porque un porcentaje suficiente de
ciudadanos asociaron sus problemas económicos y sus escasas perspectivas
con un tratado que coordina las políticas económicas de distintos
países.
El impacto ha sido inmediato. Aunque
prácticamente ha pasado desapercibido en medio de la histeria
post-Brexit, lo cierto es que el presidente francés François Hollande ha
anunciado su intención de vetar el tratado de libre comercio entre la
UE y Estados Unidos. Para entenderlos; esto supone la muerte de este
tratado.
El peligro es que la colaboración
transnacional retroceda. Cuando los gobernantes estudian el periodo
comprendido entre Invergordon y la victoria electoral de Hitler en 1933,
aprenden la siguiente lección: en los años treinta los primeros en
abandonar el sistema global fueron también los primeros en recuperarse.
El gráfico más deprimente de la historia económica es el relativo al
desempleo en Alemania tras la toma de posesión de Hitler. Pasaron de 5,5
millones de desempleados en 1932 a tener solo medio millón seis años
más tarde. Esto demuestra que la derecha nacionalista tiene soluciones
que, a corto plazo, a menudo funcionan mejor que las propuestas por los
demócratas y los partidarios de la globalización.
Si
quieren entender el motivo por el cual los progresistas del Reino Unido
partidarios de la globalización están histéricos, deben entender que se
han percatado de que no solo hemos cortado nuestra relación con Europa
sino que además hemos dado un paso al vacío.
La
derecha más conservadora, a diferencia de Stanley Baldwin y Ramsay
MacDonald en la década de los treinta, no tiene un John Maynard
Keynes al que acudir. Solo tiene la promesa que se hizo a sí misma: que
muchos países en el mundo van a querer cerrar acuerdos bilaterales con
el Reino Unido y que, de algún modo, el Reino Unido terminará siendo más
global y que tendrá más amplitud de miras que cuando tenía un mercado
potencial de 500 millones de personas.
Esto es un
espejismo. No pasará. Y si se sinceran con ellos mismos, muchos de los
que votaron a favor de la salida de la UE saben que no pasará. Hablen
con ellos: quieren mercados menos libres, menos inmigración y menos
libre comercio. Y, a diferencia de lo que pasaba en los años treinta,
tienen periódicos y radios que difunden su mensaje. Así que la auténtica
pesadilla no es el Brexit sino lo que va a pasar, social y
económicamente, cuando el Brexit fracase.
¿Qué pasa
cuando los bancos de inversión se mudan a Frankfurt, la industria del
automóvil a Hungría, los genios de los paraísos fiscales a Dublín, y las
compañías tecnológicas a la nueva Escocia independiente? ¿Qué va a
pasar cuando ya no sean los polacos sino los ingleses los que recojan
las fresas de Kent para intermediarios mafiosos que luchan contra los
derechos sindicales?
No podemos extrapolar lo que ha
pasado en los últimos días a los próximos tres años; pero lo cierto es
que el patrón produce escalofríos: pedidos cancelados, contratos
cancelados, y la posible exclusión de las universidades británicas de
los proyectos de salud y ciencia europeos que cuentan con un presupuesto
multimillonario.
Nos tenemos que cargar el neoliberalismo
Desde el colapso de Lehman Brothers es evidente que si queremos salvar
la globalización nos tenemos que cargar el neoliberalismo. Tenemos que
encontrar un modelo económico alternativo que promueva el crecimiento,
el bienestar, el aumento de salarios y la movilidad social para las
personas del mundo desarrollado. La pregunta que todo político
partidario de la globalización debe hacerse, incluidos los tories
y Mark Carney, el presidente del Consejo de Estabilidad Financiera del
G20, tiene que ver con cuanta globalización podremos salvar durante el
proceso de desconexión con la UE.
Esta semana, la
política del Reino Unido parece fluir, ya que todas las fuerzas se están
alineando hacia dos proyectos completamente opuestos: aquellos que
quieren reforzar la desarticulación económica y los que quieren
minimizarla. Yo estoy a favor de minimizarla a través de un instrumento
concreto: el EEE; el Espacio Económico Europeo en el que también
participan Noruega e Islandia.
En la batalla para la sucesión de
Cameron, la primera pregunta que debe formularse al Partido Conservador
(y también al Laborista) es: El Espacio Económico Europeo, ¿Sí o no?
Permanecer en el EEE debería ser la piedra de toque de todos aquellos
que quieren que el Reino Unido salve la globalización cuando se cargue
el neoliberalismo. Nos permite seguir en un mercado único, nos obliga a
definir nuestra nueva política migratoria en el marco del principio de
libertad de movimiento de la UE. Podríamos pedir, e incluso obtener,
cierta flexibilidad en relación a qué reglas del mercado debemos seguir y
optar por una libertad de movimiento con limitaciones.
También podemos
fracasar pero vale la pena intentarlo.
La otra
posibilidad es la estrategia de "golpear y esperar" propuesta por
Michael Gove y el UKIP. No funcionará y les diré por qué. En los años
treinta la apuesta por el nacionalismo económico produjo perdedores pero
también ganadores ya que unos y otros podían competir ya que había
crecimiento.
En la actualidad, nos encontramos en medio de una crisis
bastante más profunda. Los bancos mundiales temen que se produzca una
situación de estancamiento mundial.
En 1931, el Banco
de Inglaterra pudo elevar los tipos de interés, que pasaron del 4,5% al
6%. Esta semana, en el supuesto de que haga algún movimiento, el Banco
tendrá que rebajarlos directamente a cero. Esta es la diferencia entre
tener municiones o una sola bala.
En la década de
los treinta, el nacionalismo económico permitía arrebatarle riqueza a un
país rival, incluso a un imperio, por medio de medidas
intervencionistas agresivas y de la rivalidad comercial. Ahora no
tenemos un modelo o un caso de estudio a seguir si un país apuesta por
el nacionalismo económico pero se produce una situación de estancamiento
del todo el sistema. En este caso, el juego terminará en cifras
negativas.
Así que olvídense del espectáculo
ideológico. Resulta aburrido si lo comparamos con los discursos
nacionalistas y racistas que se pueden oír en las tabernas y en los
baños públicos. La única pregunta que los líderes de los partidos deben
responder ahora es la siguiente: ¿Van a luchar por mantener el Reino
Unido en el EEE?
Traducción de Emma Reverter
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