Los grandes imperios mediáticos y económicos están construyendo la realidad de que España y sus ciudadanos necesitan un ejecutivo.
Ocultan que hablan de un gobierno determinado favorable a sus intereses y con unas políticas muy concretas.
Han pasado 233 días desde que los
españoles acudieron a las urnas el pasado 20 de diciembre. 33 semanas en
las que los líderes de los partidos políticos han dicho una cosa y la
contraria sin ruborizarse. 5.591 horas de hastío ciudadano que,
incrementado con la canícula de agosto, favorecen que se instaure un
pensamiento de parte. España necesita gobierno. Pero no un gobierno, sino uno determinado con unos intereses muy particulares.
En el nuevo ciclo político abierto tras
el 26 de junio se ha instalado en la agenda pública la necesidad de
formar Ejecutivo por encima de cualquier circunstancia antes de acudir a
unas terceras elecciones. Para evitar la nueva coyuntura electoral se
está presionando al PSOE para que se abstenga y permita gobernar al PP
de Mariano Rajoy a pesar de que el partido de Pedro Sánchez tenía como
línea principal de su campaña electoral el no frontal al Partido
Popular. La apelación a la responsabilidad institucional y los intereses de España se esgrimen para favorecer una determinada posición
que esconde unos intereses concretos muy diferentes a los que tiene la
ciudadanía, que a tenor de lo mostrado en las urnas el pasado mes de
junio es muy diversa y heterodoxa.
La principal circunstancia que ha
impedido que en España haya un gobierno, del color que sea, ha sido la
decisión de los ciudadanos en las urnas. Los votantes han elegido un
parlamento multicolor con abundancia de diferencias y vetos cruzados. Apelar
a que la ciudadanía quiere un gobierno determinado por encima de
cualquier otra consideración es hablar de espaldas a las urnas y
atribuyendo una portavocía genérica que no es posible. Si los
ciudadanos hubieran querido que Mariano Rajoy gobernara hubieran votado
esa opción de forma mayoritaria, sin embargo los datos arrojan una
realidad diferente. De los 35 millones de ciudadanos llamados a las
urnas 28 millones eligieron una opción distinta a la que ofrecía el PP.
El régimen parlamentario que rige en
España dicta la posibilidad de que Rajoy gobierne con su 33% de los
votos y sus casi 8 millones de apoyos, pero ésa no es ni mucho menos la
opción elegida de forma mayoritaria por los españoles, ni la única
posible, ni sobre todo la prioritaria por encima de unas terceras
elecciones. Ese alegato es una posición política, muy particular, pero
no es la única aceptable ni la única que evitaría unas terceras
elecciones, que parecen ser el mal a evitar según los editoriales cebrianinos. Lo cierto es que los
vetos y bloqueos, y las necesidades de conseguir apoyos para gobernar,
no tienen nada que ver con la responsabilidad de Estado e institucional, sino que se deben a simples intereses partidistas y un cuidado exquisito de los egos y bienes personales.
El Partido Popular empuja al PSOE con el
mantra de la responsabilidad y la sensatez. Pide a Pedro Sánchez que se
abstenga para facilitar el gobierno por el bien de España, que necesita
un Ejecutivo para afrontar sus compromisos con Europa y no perjudicar
más la economía. Ignoramos dónde estaba la responsabilidad de Estado del
PP cuando votó en contra de un acuerdo del PSOE y Ciudadanos para
formar gobierno. Un acuerdo que ahora esgrime en 125 puntos coincidentes para acercar a Ferraz a sus postulados. Parece ser que en marzo la economía no sufría y no había compromisos que cumplir con Europa.
Y Rajoy no se toca, todos los partidos coinciden en que su presencia es
el mayor obstáculo, pero por encima de España está la carrera
profesional del señor Brey.
Ciudadanos ha cambiado su negativa
radical a Rajoy por una abstención “responsable”, pero no por los
españoles, ni por esa supuesta visión de Estado, sino por el miedo a
desaparecer cual CDS sepultados por el voto útil en favor del PP en unas
hipotéticas terceras elecciones. Los medios de comunicación de
forma mayoritaria, una vez más, alaban a Albert Rivera lo que llevan
años criticando del resto de formaciones. Que digan una cosa en
campaña y cuando consiguen los apoyos cambien de posición. Al menos
Ciudadanos miente a los electores de forma orgullosa. Fernando de
Páramo, secretario de comunicación de Ciudadanos, lanzaba un aviso a
navegantes, no les importa la hemeroteca y cambiarán su palabra las
veces que haga falta por el bien de los españoles. Aunque no sabemos qué
españoles son esos de los que habla a los que se miente por su bien.
El PSOE bastante tiene con soportarse. Lo único coherente que han hecho en la última década es mantener, por ahora, el no a Rajoy.
Cualquier lector interesado en política tiene que asistir asombrado a
cómo los periodistas más ilustres y los editoriales de los
diarios antaño respetados exigen a Pedro Sánchez que rompa el compromiso
electoral que firmó con los votantes. Vivimos tiempos extraños. Años
pidiendo desde páginas de periódicos, cadenas de televisión, tribunas
académicas y consejos de administración a los políticos que no mientan
en campaña y cuando por fin un partido se mantiene en su posición
prometida se le presiona para que la cambie.
Víctima de la agenda mediática de esta
nueva etapa, el PSOE es a pesar de todo el único responsable de su
situación. Sus propios vetos a aceptar abstenciones de independentistas
para intentar un gobierno de izquierdas le mantiene anquilosado. Otrora
partido de izquierdas, hoy vive acomplejado por la repercusión
que tendría acercarse a los independentistas para negociar una salida
cordial con los nacionalistas en Cataluña. Los antiguos
compromisos del PSC para convocar un referéndum han sido borrados del
ideario socialista, como una nebulosa, para no aceptar que su actual
política con Cataluña es un complejo socialista con la posición de la
derecha en lo que respecta a la organización territorial.
Pedro Sánchez tiene miedo de desatar la
ira furibunda de los medios de masas por “romper España” y ha dejado que
Susana Díaz imponga el veto a los nacionalistas para arrinconar al
secretario general en una posición imposible y ocupar su lugar cuando
fracase. Díaz sabe que imponiendo el veto a los nacionalistas impide un
posible acuerdo con Podemos, sabe que sin esos votos no dan los números.
Y, mientras, espera silente desde el sur verse despeñar a su compañero con su vara de mando y pajes a los flancos.
Aunque todo esto no sería posible sin Podemos. El verdadero stopper de la constitución de gobierno.
Si no existe un Ejecutivo es por el partido de Pablo Iglesias, que tras
el golpe sufrido en las pasadas elecciones asiste en cuarto plano a la
constitución de una legislatura que impide con su simple existencia.
Iglesias atusa sus barbas esperando un paso en falso del PSOE sabiendo
que su mera abstención pone a Podemos en una situación privilegiada. La
oposición ante el gobierno de la casta. Término que sería
convenientemente recuperado. La ocasión sería propicia: PP y Ciudadanos
gobernando con la connivencia del PSOE. Casi el sueño húmedo
de Pablo Iglesias, que preferiría una gran coalición que los dejara
como única alternativa. Sin Podemos, sin Pablo Iglesias, el PSOE ya
habría negociado una abstención técnica, si no la Große Koalition. Pero la amenaza por la izquierda los mantiene atemorizados y atenazados.
El miedo ganó en las pasadas elecciones.
Unos comicios polarizados favorecieron la pervivencia del statu quo y
que los intereses del establishment permanecieran a salvo. Al miedo se
le está sumando el hartazgo, y los creadores de la agenda son
conscientes de los réditos que otorga manejar estos sentimientos en su
propio interés. No es cierto que España necesite gobierno,
este gobierno. Existen muchas alternativas que los que no están
interesados en ellas se encargan de que parezcan imposibles o
perjudiciales. Nos están engañando. España no necesita un gobierno. Su
España necesita este gobierno.
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