Muchas de las nociones que las sociedades actuales tienen sobre el sexo
se originaron durante la Edad Media, bajo la batuta de la Iglesia
Puede ser que sintamos que pertenecemos a
una civilización avanzada, refinada y racional, pero muchas de las
nociones que tenemos sobre el sexo actualmente fueron formuladas en la Edad Media,
especialmente por la Iglesia, que tenía opiniones sobre todos los
aspectos del sexo. Por ejemplo, la fornicación y el adulterio en algunos
casos eran considerados como pecados cuyo castigo era la muerte.
Por
otro lado y aunque nos resulte difícil de creer, la Iglesia condonó la
prostitución por un tiempo admitiendo que era un "mal necesario".
Además, durante la primera parte del medievo los sacerdotes tenían
derecho a casarse y tener hijos. Estos son algunos datos sobre cómo era
tener sexo durante la Edad Media:
Durante este período la Iglesia estaba
más preocupada con el aspecto pecaminoso de los placeres carnales que
por la anticoncepción. Desde entonces los teólogos tenían opiniones
encontradas sobre este último tema pero a la Iglesia no le importaba
hablar tanto al respecto, pues la anticoncepción era considerada un
problema moral menor, no un pecado mortal. Hay referencias históricas de
condones hechos de vejigas o intestinos de animales que se amarraban
con un cordel y eran usados muchas veces, aunque su utilización estaba
más relacionada con la prevención de enfermedades venéreas como la
sífilis que con evitar embarazos no deseados. Versiones posteriores del
condón incluyeron algunos hechos con lino, pero su uso anticonceptivo no
empezó hasta mediados del siglo XVII.
La Iglesia también dictaba en qué
posiciones debían tener sexo los devotos. Cualquier cosa que no fuera la
posición del "misionero" era considerada antinatural y por lo tanto un
pecado. Las posiciones con la mujer arriba o el coito a tergo no
eran bien vistas porque alteraban los roles “naturales” del hombre y la
mujer. Tanto el sexo anal como el oral eran considerados pecados porque
la única razón detrás de su práctica era el placer y no la procreación,
como la Iglesia quería.
El teólogo católico Peter Damian definió en su Libro de Gomorra
los “actos contra la naturaleza” que incluían masturbarse en solitario,
masturbarse mutuamente y la copulación interfemoral --es decir entre
los muslos y el sexo anal. Santo Tomás de Aquino quizo abundar en el
tema y señaló que el único acto que no calificaba como sodomía era el
coito vaginal; además calificó el lesbianismo de pecado y la Iglesia
empezó a procesar a los pecadores entre los siglos XII y XIII. La
sodomía podía ser castigada con la muerte y esto podía involucrar
mutilaciones, arder en la hoguera, la horca y, en algunos casos, los
sacerdotes descubiertos en el acto eran colgados de una jaula
suspendida, donde morían de inanición.
La prostitución tuvo un auge durante la
Edad Media, ya fuera aprobada por la Iglesia o no. En los pueblos más
grandes las prostitutas podían ejercer su oficio bajo el velo del
anonimato y esta era considerada una profesión honesta y esencial.
Durante un tiempo la Iglesia aprobó la prostitución, como una forma de
prevenir el adulterio y la homosexualidad. Las cortesanas de más
categoría trabajaban en burdeles, casi todas las villas tenían el suyo y
en algunos poblados se identificaba a quienes trabajaban en ellos
gracias a prendas particulares como velos o listones. Las mujeres que
intentaban ejercer su oficio fuera de un burdel con frecuencia tenían
muchos más problemas; a veces eran encarceladas, torturadas o
mutiladas.
La Iglesia prohibía la expresión del
deseo sexual, pero en la Edad Media existía la noción de “amor cortés”
que expresaba el amor de forma noble, sincera y caballeresca. Este tipo
de amor es asociado con el caballero que se enamoraba de una mujer
casada, o al menos con la idea de una mujer pura y la miraba desde
lejos, luego iba a la guerra por ella y sacrificaba su vida. Los
trovadores iban de pueblo en pueblo cantando estos relatos que
representaban la vida del amor cortés con una connotación sexual. Sus
palabras hablaban de un deseo que iba de lo erótico y carnal a lo
sublime y espiritual.
Para la moral cristiana el sexo fuera
del matrimonio no era una opción, de tal manera que los solteros debían
permanecer célibes. Los sacerdotes requerían que los miembros de su
congregación reportaran a los adúlteros y fornicadores, es decir
aquellos teniendo sexo fuera del matrimonio. Los castigos para ellos
podían ir desde años de penitencia hasta la muerte. A la par la Iglesia
no era la única que desaprobaba el adulterio y la fornicación, también
los nobles lo hacían, pues deseaban asegurarse de que sus hijos
realmente eran suyos. Una historia real al respecto involucra al rey
Felipe de Francia, que descubrió a sus tres hijas teniendo relaciones
con algunos de sus caballeros, a quienes destripó en público. Luego
mandó a sus hijas a diferentes monasterios, y una de ellas al parecer
fue asesinada.
Si un hombre no podía cumplir con sus
deberes maritales la Iglesia hacía uso de un grupo de “investigadores
privados”, de forma tal que las mujeres sabias de la aldea examinaban el
miembro viril del hombre en cuestión para evaluar su salud general y
determinar si era capaz de procrear. Si existía alguna deformación o
alguna otra razón por la cual no pudiera consumar su matrimonio, la
pareja era separada.
Este panorama histórico hace más fácil
comprender de dónde vienen los prejuicios y retos que enfrentamos en
materia de sexualidad actualmente. Puede ser que en algunos aspectos la
sexualidad humana se haya vuelto más abierta; sin embargo hay mucho por
remontar en materia de violencia de género, respeto a los derechos LGBT y
otras muchas cuestiones, ya que a pesar de que la revolución sexual
transformó cómo abordamos este aspecto de la vida humana no ha terminado
de demoler todos los tabúes, miedos, culpas y prejuicios que lo
rodean.
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