Los aristócratas del PSOE se han topado con los reglamentos y así, claro, no hay quien dé un golpe de mano en condiciones. Tras meses de contubernios, los amotinados confiaban en que 17 dimisiones de miembros de la Ejecutiva bastarían para hacer huir al enemigo, pero hete aquí que Pedro Sánchez no rinde el fuerte y sólo le ha faltado lanzarle el cuchillo a Susana Díaz para emular a Guzmán el Bueno en la defensa de Tarifa.
Los golpistas entienden que, según los
Estatutos, Sánchez debe recoger las fotos de la familia y desalojar el
despacho para hacer sitio a una gestora, con la que abortarían su
intento de que la militancia elija al líder. Y los asediados se disponen
a aprovechar las dimisiones para convocar un comité federal que fije la
fecha de un congreso extraordinario donde se manifiesten los afiliados,
algo que también infieren de los mismos Estatutos. Como se ve, el lío
es antológico y no es descartable que en algún momento intervengan los
tribunales para decidir quién se queda con las llaves de Ferraz y las
plazas de garaje.
La excusa de barones y sultanas para protagonizar este bochornoso tamayazo han sido los malos resultados de las elecciones gallegas y vascas y la negativa de Sánchez a facilitar la investidura de Rajoy
con una abstención del PSOE. En realidad, existía un plan para
liquidarle fuera cual fuese el camino que eligiera, aunque su idea de
celebrar un congreso en diciembre, previa elección directa del
secretario general, ha precipitado las cosas. Había que evitar a
cualquier precio que la militancia se pronunciase y por ello han sacado
los tanques a la calle al toque de corneta de ese exconsejero de Gas
Natural llamado Felipe González.
Tal era así que hasta tenían cubierto el
escenario de una repetición de elecciones, donde pensaban defender la
opción de sustituir al candidato natural, es decir Sánchez, por Ángel Gabilondo,
quien fue por cierto el elegido para encabezar la lista autonómica de
Madrid cuando la dirección federal decidió pasar la apisonadora por
encima de la cabeza de Tomás Gómez, quien desde entonces sigue molesto, para qué nos vamos a engañar.
Lo de Gabilondo merece un apunte porque
el catedrático de Metafísica no es de los que creen que su reino no es
de este mundo, sino más bien al contrario. De hecho, rápidamente tomó
partido por los ahora amotinados y, según dicen, se lleva a partir un
piñón con el valenciano Ximo Puig y, pese a que en su momento fue la opción de Sánchez, siente por él un desprecio que difícilmente puede disimular.
El plan actual era otro. Se trataba de
imponer una gestora que, además de apoyar la abstención socialista en
una reedición de la investidura de Rajoy, durmiera el proceso y dilatara
la convocatoria del congreso varios meses, hasta que el propio Sánchez
se convirtiera en un recuerdo lejano para la militancia. Sería entonces
cuando uno de los suyos, probablemente la sultana andaluza, se coronase
sin mayor oposición.
Como curiosidad cabría una reflexión
sobre los Estatutos del PSOE, que pese a unas lagunas como las de
Ruidera, distinguen dos situaciones respecto a la Ejecutiva Federal, que
es elegida por el congreso y que tiene una fuente de legitimidad
distinta a la del secretario general, al que votan directamente los
militantes.
Los Estatutos contemplan que el
secretario general y su Ejecutiva puedan ser reprobados políticamente y
forzados a hacer las maletas, pero la vía prevista es la moción de
censura que se contempla en el artículo 36.c y para ello es necesario
que lo decida la mayoría del Comité Federal.
De prosperar, sería el
propio Comité el que designara una gestora. Barones y sultanas han
renunciado a este camino porque no debían de tener todas consigo de que
salieran triunfantes en el Comité Federal.
Algo distinto son las dimisiones en
masa, que en los Estatutos se contemplan como vacantes y que bien
podrían producirse por otras razones, tal que un accidente de avión. En
este caso, según el artículo que invocan los conjurados, el 36 o, prevé
que el Comité Federal se reúna para convocar un Congreso Extraordinario
pero ni habla de gestora ni se entiende como una censura política.
De lo
anterior se deduce que lo que queda de la Ejecutiva, con su secretario
general al frente, sigue en funciones y, lo que es más importante,
controla el proceso hasta la convocatoria del Congreso. Pretender
conseguir con 17 dimisiones lo que exige 146 votos del Comité Federal no
es muy serio que digamos.
Aún con los tanques detenidos en el
semáforo, es posible concluir que los golpistas ya han triunfado.
Obviamente, nadie en su sano juicio cree ya posible el intento de formar
un gobierno alternativo y, de repetirse las elecciones, el PSOE estaría
condenado a descender todavía más a los infiernos.
A esas terceras
elecciones estaría abocado Sánchez en el improbable escenario de que
saliera vivo de la conjura. En definitiva, si pierde la batalla del
Congreso está muerto y, de ganarla, perdería la guerra y estaría muerto
igualmente. Descanse en paz.
Juan Carlos Escudier | Cuarto Poder | 29/09/2016
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