No solo preocupa el acceso a los alimentos. Ahora también preocupa su falta de calidad.
Había una vez una pequeña y próspera ciudad a la que cada vez iban a vivir más familias. Los
cultivos que la rodeaban pronto fueron insuficientes para abastecer a
una población que crecía cada día, así que el alcalde halló una
solución: traer las frutas y las verduras de huertos lejanos, de otros
continentes si era necesario. Nadie debía pasar hambre.
Un día llegó al pueblo una científica que afirmó tener una idea aún
mejor: hacer que los cultivos del pueblo fueran súper cultivos. Con la
ayuda de unas pócimas, la tierra iba a dar cuatro veces más frutos, ocho
veces más verduras, y durante todo el año.
El alcande aceptó hacer la prueba con un huerto. Aquello parecía magia, los vegetales brotaban casi sin esfuerzo. De
pronto los dueños de las tierras quisieron transformarlas para vender
frutas y verduras a otras ciudades, y vieron crecer sus ganancias.
Meses después, los puestos de la ciudad estaban rebosantes, ya nadie
pasaba hambre. Incluso los mendigos podían comer las frutas que se
pudrían porque sobraban. Un día de mercado, después
de morder la manzana que le había dado su padre, un niño exclamó algo
que paralizó la actividad de toda la plaza: “¡Esta manzana no sabe a
nada!”. De pronto todos los habitantes cayeron en la cuenta de que el
niño tenía parte de razón.
Aún no
sospechaban que, además del sabor, algunas frutas y verduras habían
empezado a perder algo aún más importante: los nutrientes.
“Malnutrición B”
Empezar un reportaje en forma de cuento tiene explicación: además de
querer ser una metáfora sobre cómo ha cambiado la agricultura y el
consumo de vegetales en el último siglo, la información que sigue puede
ser interpretada como un cuento sobre la avaricia, o sobre el ingenio aplicado a la supervivencia.
Y será el lector quien extraiga su propia lección.
A partir de la década de 1940, la agricultura intensiva empezó a tener cada vez más protagonismo en el mundo que conocemos:
se buscaba maximizar la productividad de la tierra a través de
monocultivos, variedades genéticamente optimizadas y el uso controlado
de fertilizantes y pesticidas. Para ello fueron, y siguen siendo
precisas, grandes inversiones de dinero y energía.
Anemia, falta de yodo, vitaminas... en los países desarrollados también existe malnutrición por falta de micronutrientes
La también llamada agricultura industrial permitió producir cada vez
más alimentos ante una demanda también creciente, al mismo tiempo que
las autoridades sanitarias garantizan su salubridad. Aun así,
en la comunidad científica no existe consenso sobre los efectos a largo
plazo de este sistema productivo y de los compuestos químicos, tanto sobre la salud humana como sobre la naturaleza.
Pero el debate que hoy planteamos es otro. Tiene que ver con nutrición, y está relacionado con todo lo anterior.
Existen dos grandes tipos de malnutrición: la “clásica”,
asociada a la falta de comida y la carencia básica de nutrientes, y la
que algunos expertos llaman “malnutrición B” por diferenciarla de la
anterior.
La primera malnutrición afecta a los países más pobres y sigue siendo un problema global ( 25.000 muertes al día) al tiempo que se siguen tirando a la basura toneladas de alimentos.
La segunda afecta, también, a los países desarrollados:
“Tiene que ver con dietas basadas en las calorías y las proteínas, y
con la carencia de micronutrientes esenciales, es decir, de vitaminas y
minerales”, explica João Breda, director del Programa de Nutrición,
Actividad Física y Obesidad de la oficina europea de la Organización
Mundial de la Salud (OMS).
El bajo consumo
de frutas y verduras, cuenta Breda, es la principal causa de la
malnutrición por falta de micronutrientes en los países desarrollados:
“Por ejemplo, en muchos grupos de población de la UE hay carencia de
yodo. Tendríamos que comer 5 raciones al día de frutas y verduras, y la
gran mayoría de gente no las consume”.
Podríamos estar produciendo alimentos que no alimentan. Sanos, que quitan el hambre, pero con muy poco valor nutricional
Precisamente son estos micronutrientes los que previenen de males
contemporáneos como el cáncer, las enfermedades cardiovasculares, la
diabetes y la demencia. Y más del 30% de la población mundial, también en países ricos, sufre déficit de micronutrientes.
"Es una malnutrición que no se ve, que es casi superficial, pero existe”, explica João Breda.
Los alimentos de origen vegetal (que según este experto deben
representar entre un 70% y un 80% de una dieta ideal, omnívora)
contienen estos tesoros de la alimentación: calcio, hierro, vitaminas y
antioxidantes son esenciales para el sistema nervioso, cardiovascular, e
inmunitario.
Y aquí es donde aparece un problema
inesperado. Además de consumir pocos alimentos de origen vegetal, ¿qué
ocurre si los propios vegetales están perdiendo micronutrientes?
En marzo de 2006 la ONU reconocía un nuevo tipo de malnutrición
relacionada con la calidad de los alimentos, no con su disponibilidad: se
empezó a detectar que algunos vegetales no contenían los
micronutrientes de antaño, o que contenían muy pocos.
En otras palabras:
podríamos estar produciendo alimentos que no alimentan. Sanos, que
quitan el hambre, pero con muy poco valor nutricional.
Frutas dulces, frutas rápidas
Es lógico pensar que la agricultura intensiva, en comparación con la
tradicional, es la culpable de que comamos tomates que no saben ni
aportan nada. Pero no es cierto, al menos no del todo. La "culpable
original" es la agricultura en sí misma.
Si bien es cierto que los estudios publicados en los últimos 15 años
demuestran que la mayor parte de la producción agrícola es bastante baja
en micronutrientes, su pérdida no empezó hace 50 años, sino hace 10.000, cuando la humanidad abandonó los frutos de las plantas silvestres y nos convertimos en agricultores.
Desde entonces se ha tendido a seleccionar aquellas variedades de
vegetales más agradables, altas en azúcar, almidón y aceite (las menos
saludables). Así apartamos de nuestra dieta a los alimentos más ácidos o
astringentes, los grandes contenedores de micronutrientes.
De vuelta al siglo XX, son numerosos los estudios que demuestran la
agricultura intensiva está contribuyendo a destruir el valor nutricional
de los alimentos, sobre todo de los vegetales.
El melón, la sandía y el aguacate son las frutas que más nutrientes han perdido
Así lo ve, por ejemplo, María Dolores Raigón,
doctora en Ingeniería Agronómica de la Universidad Politécnica de
Valencia y presidenta de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica
(SEAE): "La práctica durante años de una agricultura intensiva con
presencia de químicos ha provocado que los niveles de minerales en
frutas y verduras disminuyan peligrosamente", explica en este artículo publicado el pasado mayo.
Según un registro de la Agencia de Estándares de Alimentos, que compara los nutrientes del período 1929-1944 y 2002, e
l melón, la sandía y el aguacate son las frutas que más nutrientes han
perdido. Según el mismo registro, las verduras se llevaban la peor
parte: la patata, la zanahoria, la cebolla y la endivia han perdido la
totalidad de los elementos minerales.
Los alimentos no alimentan porque se producen de forma forzada y fuera
de temporada, y porque la tierra está tan explotada que no puede
recuperar los nutrientes y minerales y transmitirlos después.
La tierra está tan explotada que no puede recuperar los nutrientes y minerales y transmitirlos después
“Puede que con la agricultura intensiva algunas variedades de alimentos
tengan menos vitaminas y minerales”, admite João Breda, de la OMS. A
continuación añade: "No es correcto decir que los productos intensivos
son siempre de mala calidad, pero una agricultura biológica y orgánica
puede ser más interesante a nivel nutricional. Los últimos estudios
indican que tienen un poco más de nutrientes".
Por poner un ejemplo , los niveles en vitamina C en cítricos ecológicos pueden superar entre un 10% y 20% a los cultivados de forma convencional.
Sin embargo, Breda conviene en que la etiqueta "eco" no es la más fiable cuando hablamos de nutrición. Es la proximidad y la ingesta de frutas y verduras de temporada. Esto
se debe a que en el mercado hay alimentos de gran calidad que han sido
recogidos antes de su punto óptimo de maduración y nutrientes, y
posteriormente congelados para su transporte a miles de kilómetros de
distancia.
Por eso a veces el colmado de barrio, que compra las verduras
a payeses de la zona, puede ser la mejor opción.
Lo más chocante, sin embargo, es que el propio experto de la OMS admite
que a día de hoy el valor nutritivo de los alimentos no se tiene en
cuenta a la hora de medir su calidad:
"El
criterio nutricional no se analiza mucho a la hora de determinar la
calidad de un alimento. Las instituciones europeas priorizan la
detección de contaminantes, de tóxicos, es lógico porque pueden causar
la muerte. La calidad de los nutrientes todavía no está incluida como
criterio. En el futuro será muy interesante".
¿Micronutrientes para todos?
Parece obvio que la solución a la pérdida de micronutrientes en los
vegetales puede contrarrestarse fomentando los cultivos ecológicos,
subvencionándolos y extendiéndolos más población.
Pero, ¿habría suficiente tierra en el mundo para garantizar alimentos
nutritivos para todos? Hay quien dice que si disminuyéramos los cultivos
dedicados a alimentar animales que luego nos comemos (la OMS recomienda
un consumo muy reducido de carne, en contra de la tendencia actual),
sería posible.
Pero no
es tan fácil y hay muchos elementos en juego. Más allá de los
intereses económicos de los gigantes de la industria alimentaria, y del
supuesto protagonismo de los transgénicos contra el hambre en el mundo,
pesa la protección de la salud pública.
"Hay una desigualdad nutricional de los más pobres. Quienes menos
micronutrientes consumen son los niños de los padres con menos
ingresos", explica Breda. No solo las personas con menos ingresos
consumen más grasas y azúcares al ser más baratos. En un futuro, la
desigualdad nutricional podría dividir a aquellos que tienen dinero para
comprar vegetales ecológicos, nutritivos, y los que no.
En un futuro, la desigualdad nutricional podría dividir a aquellos que tienen dinero para comprar vegetales ecológicos, nutritivos, y los que no
"Debemos ser muy cuidadosos al promover la alimentacion biológica porque no dará para todos. Hemos de buscar una solución equitativa e igualitaria, no podemos aumentar las desigualdades sociales. La verdura de más calidad es más cara, y quienes tienen menos recursos tienen derecho a acceder a una dieta saludable".
Como representante de la OMS, João Breda sigue apostando por una
ecuación responsable a gran escala: primero comamos más verduras y
frutas. Después, podremos encargarnos de mejorar su calidad. En este
sentido, confía en la ciencia para encontrar la forma de mantener el
valor nutricional en la agricultura intensiva.
Sin embargo, Breda asegura que comprende la preocupación.
Se atisba un futuro en el que una mínima calidad alimentaria —que no
seguridad— puede llegar a ser un lujo al alcance de una minoría, en el
que los suplementos tendrán cada vez más peso en la salud.
Sencillamente, la receta de físico griego Hipócrates,
"deja que la medicina sea tu alimento, y el alimento tu medicina",
puede llegar a convertirse en una experiencia estética, meramente
saciante.
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