Creo que todavía no hemos asimilado el
significado de lo que estamos viviendo, por más que algunos lo
esperásemos desde hace muchos años. Y es que es muy difícil hacerlo: es
muy difícil aceptar que por fin se acabó el baile de máscaras aunque
haya dejado de sonar la música y ya se hayan apagado las luces.
Tras
cuarenta años de espectáculo ininterrumpido la orquesta sigue tocando en
nuestra cabeza y seguimos girando al ritmo de la misma melodía en una
sala vacía.
Para unos se trata de de vencer el miedo
a lo desconocido, de asumir que su autoengaño tenía fecha de caducidad…
porque no es verdad que exista quien sea capaz de engañar a los demás
durante tanto tiempo sin la predisposición y/o la colaboración expresa
de los ‘engañados’. Y para otros se trata ahora de librarse de un
discurso de denuncia adaptado a un escenario que ya no existe. Y no, no
nos va a ser útil ese del ‘ya te lo decía yo’. Hay que cambiar el
registro y no hemos preparado mimbres para esa cesta.
Pero no hay nada que el tiempo no cure
por acción o por omisión y el nuevo escenario impondrá su existencia más
pronto que tarde. El régimen ha usado todos sus comodines, y ahora, por
fin, es ya un bloque homogéneo a la vista de todo el mundo: de los que
quieren admitirlo y de los que harán el ridículo negando la mayor por
orgullo o conveniencia. El ‘socialismo obrero’ de chiste y escaparate ha
puesto en manos de la derecha neoliberal el Gobierno, y esto no tiene
discusión ni vuelta atrás.
Pero hay que definir con claridad lo que
significa, porque más allá de lo ya comentado, y de lo que pueda
implicar a nivel emocional esta traición para los más confiados, también
hay mucho despistado que no ha entendido bien hasta dónde llega la
farsa. Y es que quizá lo más insultante dentro del argumentarlo del PSOE
para excusar su claudicación sea el querer hacer creer a sus votantes
que una vez facilitado el gobierno a Rajoy se podrá hacer oposición.
Y
es un argumento de un descaro superlativo. Es más que un insulto.
El que no sepa cómo se articula el
procedimiento de iniciativa legislativa en el Estado español puede tener
la falsa impresión de que aquí todo funciona como dictaría la lógica
más básica: los partidos proponen leyes y las votaciones deciden si se
aprueban o no, ¿verdad? Pues si creías que esto funciona así, olvídalo. Spain is different.
El Gobierno sí tiene capacidad para
proponer leyes y que estas lleguen al Congreso de los Diputados, y en su
caso este procedimiento se conoce como Proyecto de Ley y aquí todo
funciona como se espera. Sin entrar en pormenores procedimentales se
puede resumir en que se presenta y se vota.
Aquí la aritmética sí juega
su papel: si la mayoría de los votos son afirmativos, se aprueba. Fin.
Lo oposición, aunque tenga mayoría
absoluta, como presumiblemente ocurre ahora mismo (porque habría que
definir quién es oposición real), tiene dos herramientas a su
disposición: las Proposiciones de Ley y las Proposiciones no de Ley.
Estas últimas, las Proposiciones no de
Ley, son un auténtico brindis al sol. Porque aunque sí son iniciativas
con posibilidad de llegar a ser votadas, como su propio nombre indica no
implican decisión alguna. Si se aprueban solo queda constancia de que
la mayoría del Congreso quiere que algo sea considerado, pero el
Gobierno no está obligado a promover este ‘deseo’. Y la historia dice
que no suele satisfacerlo casi nunca en cuestiones de carácter social y
jamás en las que versan sobre una ideología económica contraria a la del
propio gobierno de turno.
Las Proposiciones de Ley, que son el
único mecanismo legislativo a disposición de la oposición parlamentaria y
que son las que sí significarían una toma de decisión en caso de ser
aprobadas, pueden ser bloqueadas por el Senado (en el que actualmente el
PP tiene una absurda e injusta mayoría absoluta fruto de una no menos
injusta y absurda LOREG) y por tanto no llegar a votarse.
Seguro que si había algún despistado
ahora mismo ya entiende el desproporcionado poder que tiene en nuestro
sistema parlamentario un Gobierno aunque sea en minoría, y por tanto
entenderá también el alcance de la decisión que ha tomado ese partido
que se presenta como ‘Socialista y Obrero’.
Llegados a este punto quisiera compartir
las preguntas que llevo haciéndome desde el pasado domingo: ¿Qué más le
tienen que hacer o demostrar a algunas de las pocas personas decentes
que quedan en el PSOE para que decidan que ya es el momento de abandonar
ese estercolero condenado a la insignificancia? ¿Qué más le tienen que
hacer a sus votantes para que desistan de su incomprensible empeño?
¿Querrán tragarse sus simpatizantes el propósito de enmienda que
florecerá cuando llegue el otoño de la legislatura? ¿Picará alguien en
la falsa ‘renovación/restauración’ que ya hoy se está preparando en el
seno del PSOE para volver a estafar al electorado?
Supongo que el tiempo dará respuesta a
todas las preguntas. Pero no será antes de tres o cuatro años, que es
justo el tiempo que nos va a tocar sufrir a un triunvirato con prisa por
acabar las tareas que quedaron pendientes: Ahogarnos en deuda, hundir
el sistema de pensiones, firmar compromisos blindados y privatizar lo
poco que queda en poder del Estado.
Gracias PSOE, y gracias también a los
votantes de los partidos muleta de un régimen que, dentro de la ‘social’
Europa, os procura la peor de las vidas posibles en una de las, por
volumen, principales y más desiguales economías mundiales. Más cobardes,
egoístas o necios no podríais ser.
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