¿Puede tener algo de relación la corrupción en España y el peligroso metro de la Nueva York de la década de los ochenta?
Sí, ambos mundos, pese a estar separados por los kilómetros y las
décadas, tienen en común mucho más de lo que puede parecer a primera
vista.
Lo más interesante de esta relación es que, de cómo se hizo del metro de Nueva York un lugar seguro, podemos aprender una
interesante lección para acometer con éxito la aparentemente imposible
tarea de atajar los altos niveles de corrupción de España, con el sanitario objetivo de situarlos como mínimo en niveles que dejen al menos de ser cancerígenos (y vergonzantes).
El metro de Nueva York: uno de los lugares más peligrosos de los años 80
La ciudad de Nueva York era una ciudad
realmente peligrosa en los años ochenta. Infinidad de películas de
aquella década retratan la peligrosidad que allí reinaba, y cómo la
delincuencia campaba a sus anchas en una ciudad en la que muchos barrios
estaban prácticamente al margen de la ley.
Los neoyorkinos arriesgaban su vida y su cartera con sólo poner un pie en numerosos barrios,
como por ejemplo “Hell’s Kitchen”, que hacía honor entonces a la
leyenda que dice que su nombre le llegaba por su delincuencia, o también
era un deporte de riesgo viajar en el mismo metro de Nueva York.
Pero aquello dió un brusco giro cuando
en 1994 Rudolph Giuliani llegó a la alcaldía de la metrópolis.
Todos
recordarán su famosa frase que resumía el espíritu con el que pretendía
meter en vereda la desaforada delincuencia de una ciudad castigada por
la criminalidad: “Mano de acero con guante de terciopelo”.
A buen seguro esta frase despertará algunas reticencias, puesto que
este tipo de soluciones tiene muchos detractores, pero lo cierto es que
hay un segundo aspecto de la política de Giuliani menos conocido, pero
que en la sombra fue el segundo eje maestro que le permitió tener éxito
en la difícil misión que le encomendaron los neoyorkinos.
Si bien es cierto que la tasa de
criminalidad neoyorkina siguió la misma marcada tendencia bajista que en
las otras grandes metrópolis estadounidenses, donde obviamente Rudolph
Giuliani no fue alcalde, en el caso de Nueva York la tendencia es
claramente más acentuada que en las demás ciudades. Las cifras que
arroja NYC durante el mandato de Giuliani suponen una reducción
porcentual de la criminalidad superior al 50%, mientras que en los demás
casos la reducción se sitúa claramente por debajo de esta cifra.
El experimento Zimbardo y las ventanas rotas
Obviamente, con Giuliani, la presión policial aumentó considerablemente. Pero la mano dura no es una receta que asegure por sí sola el éxito contra la delincuencia en sociedades democráticas.
Durante la alcaldía de Giuliani además se aplicó una interesante teoría
psicológica que complementó su política policial. Dicha teoría se basa
en un experimento realizado en 1969 por el psicólogo de la Universidad
de Stanford, Philip Zimbardo, sobre el cual pueden leer en esta noticia.
Pueden tener acceso al capítulo que nos interesa del estudio original en este artículo de investigación que lo reproduce en formato indexable, y para los amantes de los incunables, pueden acceder también al paper original de 1970 en este otro link
que incluye el documento original mecanografiado y escaneado.
El
experimento en cuestión, consistió en abandonar en el Bronx neoyorkino
un coche que ya presentaba huellas evidentes de haber sufrido algunos
actos de vandalismo. Obviamente, en pocos días, el coche acabó
completamente depredado.
Zimbardo prosiguió con su experimento haciendo lo propio con otro coche en similar estado, pero esta vez abandonado a su suerte en una acaudalada calle de Palo Alto, California.
Tras algún efectista “retoque”, este segundo coche acabó en el mismo
estado que el primero, con las enormes diferencias que separaban a ambos
barrios a casi todos los niveles.
A raíz del sorprendente resultado de este experimento, quedó confirmada la ya entonces famosa teoría de las ventanas rotas,
según la cual, en un edificio donde aparece una ventana rota, si no se
procede a arreglarla rápidamente, en breve acabarán todas las demás
ventanas también rotas, y el edificio acabará por ser depredado. Como
concluye el artículo enlazado antes, el mensaje de dejar una ventana
rota para los individuos que por allí pasen es claro: aquí no hay nadie
que cuide de esto.
Volviendo al caso del metro de Nueva
York, desde el ayuntamiento de Giuliani se hizo un esfuerzo no sólo por
sacar de la red del metropolitano al grueso de delincuentes que hacían
su particular Agosto día tras día, sino que también se realizó una intensiva tarea de limpieza general, borrado de grafittis, buena iluminación, etc.
Se prestó una sutil atención tanto a la criminalidad de mayor orden como a los pequeños detalles,
porque la realidad es que las conductas incívicas se contagian a gran
velocidad. Y el efecto que consiguió Giuliani fue justamente el deseado.
El segundo eje psicológico de su política fue más allá del mero
castigo, con la ventaja añadida de que, además, el efecto de esta
psicología es preventivo.
Es evidentemente más edificante, además de más
efectivo, no que sólo que todo crimen tenga su castigo, sino el tener
en cuenta que la mejor política de seguridad ciudadana es la del crimen
que ni siquiera llega a cometerse.
Y del metro de Nueva York a los cristales rotos de las instituciones españolas
Y tras la exposición anterior de la
consecución de los experimentos, las consiguientes teorías, y la exitosa
puesta en práctica en situaciones aparentemente irreconducibles como la
de la gran urbe neoyorkina, ¿No hay similitudes entre la situación
actual de corrupción generalizada en España y un metro en el que no
queda una baldosa sin grafitti y que nadie viene a limpiar?
¿No es
posible que el patio de España SA no es que tenga un cristal roto, es que le han apedreado la cristalera entera y está pintado con botes de espray fluorescente hasta el último centímetro?
DerBlaueMond | magnet | 31/08/2016
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