Sorprender no sorprende, pero llama la atención que seamos el país más
corrupto de Europa occidental. No estoy en condiciones de hablar de la
Europa oriental poscomunista, porque no la conozco salvo los casos
delirantes de Albania, Macedonia y Kosovo. Pero lo más llamativo es que
nadie se haga la pregunta en voz alta, y que nuestros talentos
mediáticos no se hayan detenido en pensar a qué se debe: si a nuestra
tradición, si estará incluido en el ADN de los españoles, a la dieta, al
peso de la familia como única institución respetable, es un decir; a
nuestro inveterado desprecio por el Estado, primer pozo de corrupción
nacional.
Aquí se viene abajo cualquier tipo de patriotismo aldeano. El parecido
entre un delincuente económico catalán y otro madrileño, o asturiano, o
gallego, es absoluto. Hago una excepción para el caso valenciano, porque
cabe reconocer que ahí se han alcanzado cotas de imaginación y
desparpajo que asombran incluso a los que creíamos no sorprendernos ya
de nada. Ni siquiera al añorado Rafa Chirbes, veterano novelista
especializado en la descripción de esas lides, se le hubiera ocurrido
cosa tan simple y al tiempo tan sofisticada como la entrega de un
billete negro de 1.000 euros para que cada militante del PP lo
trasformara en dos billetes blancos de 500.
Nada de improvisación, con sistema. De vivir aún, se quedaría de un pasmo; no hay imaginación literaria capaz de llegar tan lejos.
Nada de improvisación, con sistema. De vivir aún, se quedaría de un pasmo; no hay imaginación literaria capaz de llegar tan lejos.
No se engañen. Superamos a los italianos y no por un asunto de finezza,
como les gusta decir a los cursis, sino porque nuestra corrupción abarca
al conjunto social, desde los jueces a los políticos, desde la banca
convertida en una organización de timadores –eso fueron las preferentes–
hasta la policía –¿se imaginan a un jefe del cuerpo de inspectores
grabando una conversación con su superior máximo? Pues lo hemos vivido–.
Un ejemplo para clarividentes. Es sabido que los jueces italianos y la
sociedad organizaron Mani Pulite (Manos Limpias), que arrasó la
corrupción en la clase política y empresarial italiana, tanto y de tal
manera que el miedo de la clase dominante les trajo a Berlusconi. Pero
nosotros fuimos más lejos.
La organización Manos Limpias estaba formada por un puñado de delincuentes, de la extrema derecha, yo conocí a uno, un tal Bernard, allá por los primeros años de la transición, que trabajaba de sicario político y económico de Blas Piñar, en Fuerza Nueva. Lo escribí.
La organización Manos Limpias estaba formada por un puñado de delincuentes, de la extrema derecha, yo conocí a uno, un tal Bernard, allá por los primeros años de la transición, que trabajaba de sicario político y económico de Blas Piñar, en Fuerza Nueva. Lo escribí.
Nadie dijo nada, nadie se acordaba de nada, como si
se tratara de otra persona. Conservo de él una buena colección de
fotografías en plena acción fascista. ¡Los restos del franquismo se
habían convertido, ante el silencio cómplice de la izquierda, en los
justicieros! (La izquierda, como siempre por las nubes, siempre
exigiendo lo que la derecha, pero con mayor vehemencia. ¡Nosotros lo que
queremos es un referéndum! Volvemos a los éxitos radicales de finales
de los setenta, cuando el mayor triunfo de la izquierda radical fue que
le proporcionaran, la derecha en el poder, un trabajo seguro. Desde
catedrático con mando en plaza hasta asesor áulico).
Estamos atados de pies y manos por la ley de defensa del honor. Una joya
creada por decreto para protegerse aquella clase política abnegada,
comprensiva y patriota. Proteger y amparar a los delincuentes. En el
fondo, digámoslo en voz baja, pero al menos para que quede escrito en
alguna parte: en España no hay extrema derecha con peso político, al
menos de momento, en ninguna parte de Madrid a Barcelona, de Valencia a A
Coruña. Y no la hay por algo tan obvio como que está en el poder.
Buena parte de las leyes de la bendita transición fueron redactadas para
proteger a los delincuentes, de ahí el interés en el garantismo. Un
garantismo jurídico elaborado por los grandes bufetes para crear la
cortina impenetrable que hace imposible que los estafadores, sus
clientes, vayan a la cárcel. Soy lego en asuntos judiciales, pero que el
tema de las tarjetas de Bankia ocupe el lugar que debería servir para
revisar la gestión del banco y llevar a la cárcel a quienes vaciaron el
banco, que fueron varios, me llena de zozobra.
Y esto es válido para la banca en general, una organización profesional que no dudo tendrá a algún empleado aún con manguitos y cierta dignidad profesional, pero que han acabado siendo auténticos nidos de estafadores. Impunes.
Y esto es válido para la banca en general, una organización profesional que no dudo tendrá a algún empleado aún con manguitos y cierta dignidad profesional, pero que han acabado siendo auténticos nidos de estafadores. Impunes.
Leo milagrosamente en un diario –una noticia crítica en un diario es
cada vez más un milagro laico; ahora lo normal es trabajar con la
lengua, y no me refiero al idioma, sino a la lengua propiamente dicha
que te permite ser gracioso charlista para amas de casa o tertulianos–
el nacimiento del ocupa.
No del okupa, de procedencia vasco-abertzale, joven que toma una casa vacía desde hace años. El nuevo ocupa es un señorito atorrante, que dirían en América, porque va con c. Ni siquiera asalta su casa, sencillamente le cambia la cerradura y se instala dentro. Luego usted debe negociar cómo lo saca. No cuente con la policía, porque al menos los Mossos consideran que forzar la puerta manipulada constituiría un allanamiento de la morada del delincuente. El genio del invento es un tal Bruno, sin apellido, la prensa no hará tal desaire a un delincuente, uruguayo.
Suele escoger casas con piscina, dueños ausentes y esperar que le paguen, para volver a repetir la hazaña. Una sociedad que permite esto y la policía y los jueces se muestran graciosos y benevolentes sirve para imaginar qué harán con un dirigente de banca, un mafioso de la droga o un blanqueador internacional.
No del okupa, de procedencia vasco-abertzale, joven que toma una casa vacía desde hace años. El nuevo ocupa es un señorito atorrante, que dirían en América, porque va con c. Ni siquiera asalta su casa, sencillamente le cambia la cerradura y se instala dentro. Luego usted debe negociar cómo lo saca. No cuente con la policía, porque al menos los Mossos consideran que forzar la puerta manipulada constituiría un allanamiento de la morada del delincuente. El genio del invento es un tal Bruno, sin apellido, la prensa no hará tal desaire a un delincuente, uruguayo.
Suele escoger casas con piscina, dueños ausentes y esperar que le paguen, para volver a repetir la hazaña. Una sociedad que permite esto y la policía y los jueces se muestran graciosos y benevolentes sirve para imaginar qué harán con un dirigente de banca, un mafioso de la droga o un blanqueador internacional.
La transición diseñó una legislación para delincuentes; fue uno de sus
éxitos más silenciados. Te daban el caramelo de la urna y al tiempo te
concedían el derecho a militar en un partido que olía a pescado podrido.
Baste como ejemplo el reciente fallecimiento de Joaquín Rivero, el pata
negra del ladrillo, de la ganadería de Jerez de la Frontera. Societario
del Club de los Constructores Medio Muertos, pero forrados: Luis
Portillo, Jové, Fernando Martín, Rafael Santamaría, Díaz de Mera, el
Pocero o Bautista Soler. Una sociedad que los plumillas denominan “los
señores del ladrillo”. ¡Un respeto!
Me ha emocionado leer la necrológica de este “señor del ladrillo” que le
ha dedicado el periódico más influyente. Se le recuerda cuando entró en
la lista Forbes entre las mil personas más ricas del mundo. Léanlo, no
tiene desperdicio y lo firma un tal Noceda, que precisa de este
delincuente del ladrillo que pertenecía “a una familia prócer de Jerez
(era primo de Teresa Rivero, esposa de José María Ruiz-Mateos)”. Ya lo
saben, “prócer” consiste en estafar como Ruiz-Mateos vendiendo acciones
por botellas de vino añejo. Ni los chalanes de mi niñez hubieran osado
tales desvergüenzas.
Y sigue el plumilla, en otra frase sobre este “señor del ladrillo”: “La burbuja estalló sin que Rivero ni la mayor parte de sus colegas hubieran hecho los deberes”. O lo que es lo mismo, haber soltado amarras y pasarle el muerto a los ayuntamientos y a los ciudadanos. Ahora, a esto se le llama “hacer los deberes”. La Fiscalía Anticorrupción le acusó de información privilegiada.
Se lo pasó por sus partes endurecidas de tanto montar a caballo por las dehesas. Lo que sí me gustaría saber es qué ocurría con la condena de cuatro años de cárcel que le impuso el Tribunal Correccional de París, con multa de 375.000 euros y una indemnización de 208 millones por malversación y blanqueo.
¡Ay, estos señores de Jerez! Desde que ganaron la guerra no han dejado
de pensar que la vida es breve y la estafa un incidente. Otro prócer.
¡Tú vota, chaval, lo demás déjanoslo a nosotros! Llevamos toda la vida
ocupándonos de eso. Ese fue el mayor éxito de la transición: que nos
entendiéramos. Pero cada uno en su sitio.
La transición diseñó una legislación para delincuentes; fue uno de sus éxitos más silenciados.
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