LA POLÍTICA FISCAL DEL PP, DETERMINADA POR LA CELEBRACIÓN DE ELECCIONES
Aunque no es descartable que la culpa sea de Zapatero,
que es el niño que el PP siempre ha tenido a mano para atribuirle sus
destrozos, todo hace pensar que el desequilibrio de las cuentas está
íntimamente ligado a la última reforma fiscal del Ejecutivo, una jugada
maestra por la que se dejaron de ingresar cerca de 8.000 millones de
euros. De esta cantidad, más de 4.800 millones correspondieron al IRPF y
el resto, en su mayor parte, a la rebaja en el adelanto que las
empresas abonaban a cuenta del Impuesto de Sociedades, medida que ha
tenido que ser corregida y aumentada sin que los responsables económicos
del Ejecutivo hayan experimentado el más mínimo sonrojo.
Tras las
incertidumbres, las certezas. La primera, glosa de lo obvio, es que la
nueva dirigencia del PSOE permitirá que Rajoy renueve el alquiler de Moncloa a precio de amigos, que para eso se comparte paraguas los días lluviosos de desfile.
La segunda, más obvia todavía, es que cuando el presidente sea
investido con el voto vergonzante de los socialistas, se apresurará a
meter la tijera en los nuevos Presupuestos para recortar 5.500 millones
de euros y cumplir así con el déficit que exige Bruselas. Lo de tener un
Gobierno como Dios manda y no uno que haga en funciones lo que le salga
de los BOEs no es barato.
La reforma era un desatino que no
obedecía a ninguna razón económica sino más bien a la proximidad del
período electoral, con sucesivos comicios en los que el PP intentaba
evitar que se le recordara que llegó al poder anunciando la bajada de
impuestos y un telediario después los subió hasta las nubes para que
respirasen aire fresco. El partido que había prometido no tocar las
pensiones y las recortó; el que dijo que Educación y Sanidad eran sus
líneas rojas poco antes de detraer de ambas partidas 10.000 millones y
el que juró sobre la Biblia que no abarataría el despido, necesitaba
demostrar que, si se lo proponía y cerraba los ojos muy fuerte, era
capaz de cumplir alguna cosa de su programa.
Los bienpensantes objetarán que la
reforma no fue una estafa electoral en toda regla sino un simple error
de cálculo, ya que al fin y al cabo, la economía se estaba recuperando y
el conjunto de los ingresos tributarios repuntaron un 4% en 2015 hasta
los 182.000 millones de euros, aunque en su mayor parte se debiera al
cobro de sanciones y a liquidaciones de ejercicios anteriores.
Y lo
seguirían pensando de no haber visto a Rajoy el pasado mes de mayo -se
supone que con algún avance de la recaudación ya en su mano- pasarse por
el forro el compromiso de déficit y prometer otra rebaja de impuestos
adicional “si los ingresos fiscales siguen aumentando como lo hacen
ahora”.
¿Que qué pasaba en mayo para que Rajoy se desmelenara ante el Financial Times? Pues que estábamos a un mes de la repetición de las elecciones generales. Todo muy profesional, como pude apreciarse.
En definitiva, el nuevo Gobierno nacerá
con una hipoteca multimillonaria a la que tendrá que hacer frente de
inmediato. ¿Cómo? Pues adelgazando aún más el gasto público para que
paguen el pato los de siempre o volviendo a subir los impuestos y que
los de siempre sigan pagando el pato y los postres. Guindos,
que en materia de agujeros es un lince, parece inclinado por lo
segundo.
En el deporte de usar la fiscalidad para ganar elecciones y no
para corregir desigualdades siempre hemos tenido atletas de fama
mundial.
JUAN CARLOS ESCUDIER | Cuartopoder
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