Hace nueve años salí de ese mundo. Me suelo topar con hombres que me pagaron para tener mi cuerpo
Desde los 18 años hasta los 23 ejercí la prostitución en el
Estado español, en casi todas las comunidades autónomas y en más de 40
clubes. Pero, ¿cómo se fabrica una puta? Yo nací en Galati (Rumanía) en
una familia de clase media, tradicional. Era la mayor de dos hermanas.
Nunca pasé hambre, ni frío, ni me faltó el acceso al colegio.
Mis
aspiraciones entonces eran trabajar y formar una familia pero a los 13
años, todo se truncó cuando me violaron. Supe que jamás volvería a ser
una buena mujer y me cargaron con el peso de la culpa: "¿Y esa qué hacía allí? ¿Vestida así? ¿Sola?"
Las violaciones siguieron y como ya era una puta mi "no" no
valía. Antes tampoco había servido de nada, pero ahora mucho menos.
Aprendí que resistirme era peor y que lo mejor era quedarme quieta y no
rechistar. Un día pensé: "Esto es así y ya está hecho. Y así quiero que
sea". Me empoderé en el sexo y todo fue más fácil psicológicamente. A
partir de ese momento mis agresores y yo empezamos a comportarnos como
colegas.
A los 17 años y medio me acostaba con facilidad con
cualquier hombre que se me cruzara en el camino. El modelo a seguir que
teníamos las malas mujeres que aún vivíamos en Rumanía eran las
prostitutas que tenían poder a través del dinero y las propiedades que
nos hacían ver que tenían, así que cuando un chico se ofreció
presentarme a un proxeneta que me podría ayudar a ir a España a trabajar
de prostituta, acepté.
Después de una mirada de arriba hasta abajo y
viceversa, el proxeneta decidió "darme la oportunidad" y el chico se
llevó 300 euros. Me había vendido.
Durante medio año permanecí en un piso hasta cumplir la
mayoría de edad. Negarnos a tener relaciones con los hombres que pasaban
por ese piso significaba que no éramos lo bastante putas como para
merecernos la oportunidad de salir del país, así que nos acostábamos con todos.
Una vez cumplida la mayoría de edad me sacaron el pasaporte
y viajé a España. Llegamos a un pueblo de Alicante, Guardamar del
Segura, donde tenían alquilado un piso. Un taxi nos llevaba por las
tardes y nos traía cada madrugada a un pequeño club de carretera, a unos
6 km de distancia.
Mi primera noche allí fue horrorosa. Por mucho que
me hubiese acostado con un montón de hombres, aquello era diferente.
Teníamos que competir entre nosotras y ganarnos al cliente en dos
minutos. Intentábamos ser la más puta entre las putas para conseguir
privilegios y reconocimientos.
Lloré mucho aquella primera noche. A los clientes no les
importaba mucho; a ratos pensé que incluso les gustaba. Mi proxeneta me
recordaba que cuanto antes empezase a ganar dinero antes pagaría la
deuda contratada y empezaríamos a dividir las ganancias al 50%. Aquello
no era justo. Un día él recibió una llamada avisándole de que esa noche
iba a haber redada y que tenía que darnos los pasaportes para no
levantar sospechas.
En el taxi mi corazón empezó a latir muy fuerte
mientras mi mente pensaba: "¡Tienes que escaparte! A saber cuándo
volverás a tener tu pasaporte en la mano". Le pedí ayuda a tres clientes
y uno accedió y me llevó a Torrevieja. A otro club de Alicante. Allí,
seguí llorando. Me vi totalmente colapsada, sin un motivo o un objetivo
que me diese fuerzas para aguantar todo aquello.
Todo cambió un día que llamé a un amigo de Rumanía y me
dijo que quería venir a España, trabajar y tener una buena vida, formar
una familia. Eso me motivó mucho. Le dije que iba a alquilar un piso,
que le pagaría el billete y ahorraría dinero para que pudiésemos vivir
dignamente mientras encontrábamos un trabajo.
Con cada pase que me hacía
me acercaba más y más a mi sueño de libertad. Alquilé un piso cerca de
Burgos, lo preparé con mucho mimo, hice la compra y preparé la comida.
¡Parecía un hogar! Estaba muy, muy feliz porque lo había conseguido.
Tiré, sin pensármelo un segundo, toda la ropa y los zapatos de puta.
El chico vino a España, se convirtió en mi novio y todo era
perfecto. Hasta que me di cuenta de que yo no conseguía trabajo, que el
dinero se acababa y él no se esforzaba en buscar trabajo. Mi sueño se
terminaba. Mi loverboy (así se llama a una categoría de chulo)
decía que era muy injusto y que él sufría mucho también, pero que no
quedaba otra, que tenía que volver al club. Que "yo, por lo menos, tenía
esa oportunidad de ganarme la vida".
Y así volví de nuevo a los clubes, con un dolor tremendo.
Me dolía el cuerpo, la mente y el alma, pero no quedaba otra. Empecé a
acostumbrarme al sufrimiento y a la violencia, empecé a no pensar para
no sentir.
Muchos, miles de hombres paran todas las noches en los
clubes y beben y tienen sexo a cambio de dinero. La mayoría casados o
con pareja. Aunque los hay de todas las edades, los más jóvenes van en
manada y con motivo de alguna celebración. No son buenos clientes:
exigen sexo duro como en las películas porno pero a precio muy bajo.
Luego están los de entre 35 y 55 años que van normalmente solos o en
compañía de uno o más.
Estos se distinguen en dos categorías: los que
buscan demostrar su hombría y su potencia sexual delante de los otros y
los majetes, que se hacen los preocupados y necesitan creer que hacen un
acto de humanidad para pagar por follar con una desconocida e irse a
casa con la conciencia tranquila.
Aprendí a actuar, a mentir diciendo lo
que cada uno quería escuchar, porque lo que todos, absolutamente todos,
tenían en común era que no querían ver a la persona que había detrás de
la puta.
Otra categoría eran los solitarios, raritos que normalmente
pagan mucho dinero para salir del club e ir a su casa o a un hotel.
Estos son los hombres que odian a las mujeres y el único lugar que les
queda muy a mano para canalizar su odio hacia las mujeres es la
prostitución.
Yo intentaba evitarlos al máximo pero, más de una vez y
con el dinero como único incentivo, accedí a estar con ellos. En esas
ocasiones sentí mucho miedo, vi la muerte de frente. Al menos dos chicas
no volvieron después de alguna de estas salidas.
A veces pienso en
ellas y me pregunto qué les pasó. ¿Y si las mataron y nadie dio con
ellas ni con sus asesinos? La vida de las mujeres vale menos, pero la
vida de una prostituta mucho menos. No somos de nadie y somos de todos,
así que no importa.
Un día, harta de todo aquello y viendo que mi loverboy
no iba a cumplir su parte de la promesa, le anuncié que me iba a sentar
en una silla y no volvería a ejercer jamás. Estuvo dos semanas
presionándome para que yo cambiara de opinión y como no lo consiguió,
vino al club donde estaba, me dejó dos bolsas negras y grandes de basura
llenas con mi ropa y mis cosas y se fue.
Después vi una oportunidad y la aproveché. Le pedí a un
cliente joven que me llevara a su casa unos días para descansar y buscar
trabajo, y aceptó.
Le venía bien porque así iba a tener sexo gratis. A
los dos días encontré un anuncio en el periódico para un trabajo de
camarera. Llamé, fui a la entrevista y empecé al día siguiente. Pasé
mucho miedo.
Todo me resultaba extraño. La luz del día, la gente, las
voces de las personas, las risas. Tuve que readaptarme a la vida normal
después de cinco años de vivir bajo las luces rojas de neón.
Con aquel
chico acabé muy mal, con orden de alejamiento por amenazas de muerte y
persecución. Aún así, me di cuenta que ser víctima de tu pareja
sentimental tiene más nivel que ser víctima de un putero. Después de eso
empezó mi renacer como persona.
Hace nueve años salí del mundo de la prostitución y tuve la
gran suerte de encontrar un trabajo en un pueblo muy cercano al último
club donde ejercí. Mis heridas emocionales han sido muy profundas pero
poco a poco he conseguido avanzar y curarme.
El feminismo -y en concreto
la plataforma Feminicidio.net,
en la que participo, y su directora y amiga del alma, Graciela Atencio-
han tenido mucho que ver.
Cuando comprendí que lo que me había pasado,
más que una historia personal era la historia de las mujeres, me liberé
por fin de la vergüenza, de la culpa, del estigma, del peso que conlleva
todo ello y empecé a sanar.
Ahora veo a los clientes desde fuera, veo sus vidas, sus
realidades. Me suelo topar a menudo con hombres que un día me pagaron
para tener mi cuerpo. Pero las otras mujeres solo ven hombres, amigos,
hermanos, vecinos, hijos… Nunca ven puteros. Porque ellos se encargan de
crear una realidad oculta. Se sienten muy seguros y legitimados a hacer
todo lo que hacen y están tranquilos disfrutando de sus privilegios, de
tener mujeres a su disposición. Mujeres privadas y públicas.
No soy capaz de darme cuenta de en qué etapa de mi vida estoy. En la oscuridad no sé si estoy pasando por una violación, si estoy en un club de carretera, si estoy frente a la muerte que se ve cuando sabes que la única manera de escapar es quedarte quieta.
http://verne.elpais.com/verne/2016/06/29/articulo/1467190903_598354.html
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