Ana Botella y el fondo buitre Blackstone ya lo advirtieron en 2011
En una operación
relámpago, el diputado de Podemos, Ramón Espinar, tenía planeado comprar
el pasado jueves, a las doce del mediodía, la torre de
telecomunicaciones de Madrid, popularmente conocida como El Pirulí, para
venderla después de comer y poder adquirir antes de las ocho de la
tarde la provincia de Badajoz con la intención de desprenderse de ella
al día siguiente y pujar, minutos después, por la mitad oriental de
Groenlandia, y así sucesivamente.
Esta trepidante estrategia
especulativa conformaba el modus operandi del dirigente de Podemos al
que los medios de comunicación acaban de desenmascarar al saberse que
vendió una vivienda joven en 2007 sin destinar los beneficios de esa
venta a los negritos de África, tal como suele hacerse en la Comunidad
de Madrid.
A partir de ahí, la espiral especulativa de Espinar se
acelera y desemboca en una borrachera inmobiliaria desenfrenada que ni
siquiera los inspectores de Hacienda más sanguinarios y veloces son
capaces de neutralizar.
“Compraba y vendía a una velocidad tan
endiabladamente espantosa que no nos daba tiempo ni a montarnos en el
coche”, aseguran los funcionarios de la Agencia Tributaria.
“Una vez
vendió un bloque de apartamentos media hora antes de comprarlo, y
mientras llegaba el notario se lo alquiló a una corporación francesa
durante diez minutos”, revela uno de los inspectores que seguían los
pasos de Espinar.
“Este tipo de psicópatas siempre actúa igual”, advierten los psicólogos. “Compran rápido, venden raudos y aman despacio”.
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