«¡Españoles… Franco ha muerto!», escuchábamos decir a un Arias Navarro
roto en lágrimas, ante una pantalla de televisión en blanco y negro. El
acontecimiento esperado se produjo un 20 de Noviembre de 1975; pero el
franquismo, después de cuarenta y un años, sigue vivo
.
Comenzaba la Transición desde la dictadura a la democracia, controlada
desde dentro del Régimen. Ahora conocemos como se nos engañó. Adolfo
Suárez, no sometió a referéndum la monarquía, porque las encuestas le
dijeron que perdería. Franco había dejado todo «atado y bien atado» en
la figura de Juan Carlos.
En 1975 la dictadura agonizaba y el nuevo modelo no quedó conformado
hasta la aprobación de la Constitución en 1978. Todavía hay grandes
dudas sobre si la democracia está consolidada, a la vista de los
retrocesos políticos y sociales ejecutados por el gobierno del Partido
Popular. El régimen del 78 legitimó al franquista modernizándolo, en la
figura de Juan Carlos y ahora en Felipe.
Desde el principio de los tiempos de la Transición, algunos dirigentes
franquistas, se convirtieron en demócratas de toda la vida. Hoy son los
mismos, que desde las alcaldías, parlamentos y desde el propio PP en el
gobierno, siguen defendiendo la dictadura, y con ella los
comportamientos y actos de apología nazi o fascista, que «son
delictivos» y «deben ser perseguidos por la Fiscalía y debidamente
sancionados», como denunció la Unión Progresista de Fiscales.
«Españoles… Franco ha muerto». Imagen de Arias en el recuerdo. «El
hombre de excepción que ante dios y ante la historia asumió la inmensa
responsabilidad del más exigente y sacrificado servicio a España ha
entregado su vida». Aquel hombre, unos meses antes, había firmado las
últimas cinco penas de muerte de la dictadura. El 27 de septiembre se
ejecutó la sentencia por fusilamientos. Franco murió matando. Del
«llanto de España» que decía Arias, a las copas de champán en muchos
hogares. Del «dolor y la tristeza» del carnicero de Málaga, a la
esperanza ante el futuro. En mi memoria, Franco en estado mortuorio, en
la cama de la habitación 103 del hospital La Paz, entubado en su agonía
prolongada por medios mecánicos y por razones políticas.
Fueron tiempos de silencio, cuando Franco, con todo el poder en sus
manos, diseñó el nuevo régimen: una «monarquía del Movimiento». Todo
pretendía dejarlo «atado y bien atado» y no todo salió bien, aunque
dicen que le dijo a Juan Carlos, ya príncipe de España: «No sirve de
nada lo que yo le diga, porque usted lo tendrá que hacer de otra
manera». El tránsito a la democracia culminó en 1978 con la Constitución
y como forma política la monarquía parlamentaria. El referéndum sobre
monarquía o república estuvo encima de la mesa. La mayor parte de los
jefes de Gobierno extranjeros pedían la consulta, pero «hacíamos
encuestas y perdíamos», admite Adolfo Suárez, por lo que se rechazó. La
solución para que la consulta específica no se realizara fue meter «la
palabra rey en la ley» de la Reforma Política de 1976.
La Ley para la Reforma Política fue el instrumento jurídico que permitió
articular la Transición desde el régimen dictatorial a un sistema
constitucional democrático. El resultado final constituyó una voladura
controlada del régimen. «El Rey podrá someter directamente al pueblo una
opción política de interés nacional, sea o no de carácter
constitucional, para que decida mediante referéndum, cuyos resultados se
impondrán a todos los órganos del Estado…» (Artículo quinto). Hasta en
cinco ocasiones aparece «el Rey» en la ley «La potestad de elaborar y
aprobar las leyes reside en las Cortes. El Rey sanciona y promulga las
leyes» (Art. primero.2).
El referéndum sobre el Proyecto de Ley para la Reforma Política se
celebró el 15 de diciembre de 1976. Contó con el apoyo del 94,17% de los
votantes, con una participación del 77,72%, sobre un censo de
22.644.290. En el tuto revoluto, con la introducción del término «Rey»,
se aseguró la permanencia de la institución. El rey ni juró, ni prometió
la Constitución; la sancionó. Su poder era previo y franquista. No se
consolidará la monarquía, mientras no haya un referéndum sobre el modelo
de Estado. No lo hubo entonces; hoy dicen que porque no hay razón para
ello y además ya se hizo.
Juan Carlos juró fidelidad a los principios del Movimiento, aceptó ser
sucesor de Franco, «recibiendo de Su Excelencia, la legitimidad política
surgida del 18 de julio». Casi nada; heredaba un régimen surgido por un
golpe de Estado y una guerra fraticida. Aseguraba para él y los suyos
una corona que hoy ostenta su hijo; y el régimen garantizaba el
franquismo sin Franco. Un príncipe, que juraba fidelidad a los
principios y leyes del Movimiento, traicionando a su padre, sería fácil
de manejar.
El dictador en su testamento, exalta los tópicos patrióticos, como hizo
en todos sus actos y discursos en vida y como colofón en su última
aparición el 1º de octubre del año de su muerte en la plaza de Oriente.
En aquellos momentos de último aliento, recuerda a los enemigos de
España. «No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización
cristiana están alerta» y «Mantened la unidad de las tierras de España,
exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la
fortaleza de la unidad de la patria». Estos planteamientos y algunos
más, siguen vivos en la derecha que hoy nos gobierna.
Misas y homenajes a Franco y a Primo de Rivera se celebran ante la
inacción del gobierno. En un Estado democrático y de Derecho, como el
diseñado en la Constitución, es inadmisible que no se persiga la
apología del fascismo franquista, que tanto sufrimiento causó durante
cuarenta años. Hay que penalizar el enaltecimiento del franquismo, al
igual que se hace con el enaltecimiento del terrorismo. Permitiéndolo,
se ofende a los demócratas, a la memoria histórica de las víctimas y a
la dignidad de los familiares de los miles de asesinados, muertos por
defender la libertad y la democracia.
Desde aquel 20-N han pasado cuarenta y un años. Desde aquella esperanza
contenida, al compromiso político permanente. De la ilusión desbocada,
al desasosiego por el rumbo que toma la historia. Del todo puede ser, a
solo algunas cosas conseguiremos. De lo conseguido a lo que ahora
perdemos. Por cierto un 20-N de 1957 murió mi padre.
Víctor Arrogante, en Nueva Tribuna
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