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miércoles, 30 de noviembre de 2016

Cubren la nuclear de Chernóbil con un gigantesco caparazón para evitar que salgan radiaciones en un siglo


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Treinta años después del peor accidente nuclear de la historia, la central de Chernóbil se cubre de un inmenso caparazón de acero para evitar fugas de radiación durante el próximo siglo, según aseguran sus constructores. 


El temor ante los efectos de nuevos escapes tóxicos de la agrietada estructura colocada justo después del desastre por la Unión Soviética una vez cumplidos sus 30 años de vida útil ha llevado a un grupo de donantes internacionales impulsados por el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo a implicarse de lleno en garantizar su seguridad. Juntos han reunido los 1.500 millones de euros que ha costado la nueva armadura, la mayor estructura móvil fabricada hasta ahora, de un tamaño casi equivalente al de dos campos de fútbol, con la Comisión Europea como mayor contribuyente con 431 millones.


El ambicioso proyecto de ingeniería empezó a levantarse en 2012, casualmente pocos meses después de que los fantasmas de Chernóbil resucitaran ante el escape radiactivo de la ciudad japonesa de Fukushima tras un fuerte terremoto. La tragedia llevó a Europa, con Alemania a la cabeza, a replantearse su relación con la energía atómica. “Hemos aprendido muchas lecciones del accidente de Chernóbil y del más reciente de Fukushima. La Comisión apoyó los exámenes para detectar debilidades en las plantas nucleares y la UE actualizó sus normas de seguridad, asegura el comisario europeo de Cooperación, Neven Mimica.


Este martes se ha inaugurado la instalación en presencia de autoridades ucranias e internacionales después de tres años de trabajos cerca del reactor, pero el equipamiento con que cuenta la infraestructura, con forma de arco gigante —aparatos de control de radiación, respiraderos, protección frente a incendios—, no estará listo hasta finales del año que viene.


Los números muestran la envergadura del nuevo sarcófago de metal que hará de escudo frente a las partículas: 108 metros de altura, 162 de largo, 257 de ancho y un peso de 36.000 toneladas, casi cuatro veces el de la Torre Eiffel, y lo suficientemente amplio como para que en su interior quepa el Estadio de Saint-Denis. El caparazón está preparado para soportar terremotos de más de seis grados en la escala Richter, aseguran los responsables.








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 El sábado 26 de abril de 1986 a las 1.23 de la madrugada el reactor número 4 de la central de Chernóbil explotó durante unas pruebas de seguridad. Ese día el ser humano empezó a conocer una nueva forma de temor tan invisible como destructivo. “Lo que ha pasado es algo desconocido. Es otro miedo.


 No se oye, no se ve, no huele, no tiene color; en cambio nosotros cambiamos física y psíquicamente. Se altera la fórmula de la sangre, varía el código genético, cambia el paisaje”, narra uno de los supervivientes en Voces de Chernóbil, el relato coral sobre el sufrimiento que siguió a la catástrofe de la Nobel de Literatura Svetlana Alexievich.


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