Como en casa somos muy de
coche y la malvada Carmena ha impuesto el toque de queda en Gran Vía,
cogemos a las niñas y nos vamos de paseo por las autopistas radiales
madrileñas. No se me ocurre un plan mejor para toda la familia, y más
barato que ir al cine.
Por cinco euros y unos pocos litros de gasolina,
allá vamos, con refrescos y palomitas. El sábado nos hicimos la R-3 y el
domingo la R-5.
Para empezar, no encuentras
un sitio más tranquilo. Sin atascos ni aglomeraciones prenavideñas,
kilómetros y kilómetros de silencio y soledad, y unas cuantas áreas de
servicio abandonadas donde las niñas pueden correr sin peligro.
Además, las radiales
madrileñas (pero también la M-12, la AP-36 y hasta nueve autopistas en
quiebra) permiten a cualquier madre o padre soltar a su prole dos frases
míticas y viejunas: “Hija, antes todo esto era campo”,
pues en efecto todos esos kilómetros de asfalto, viaductos,
urbanizaciones fantasma y cementerios de neumáticos, no hace ni quince
años que eran cultivos, prados y arroyos.
Y “Algún día, hija mía, todo esto será tuyo”, con más razón después de que el ministro de Fomento dejase caer lo que todos esperábamos: que las autopistas nos las comeremos. Serán tuyas, hija mía, tú seguirás pagando los 5.000 millones.
Mis hijas son muy de
cuentos, así que aprovecho el paseo por la radial para contarles unas
cuantas historias fantásticas: érase una vez un Gobierno que decidió que Madrid merecía ser la ciudad con más accesos por autopista ( solo superada por Los Ángeles y Singapur),
y planificó la construcción de unas vías que se llenarían de coches y
harían crecer a su paso nuevos barrios, urbanizaciones y polígonos.
Aquel Gobierno concedió la construcción y explotación al habitual top five
del sector (entre ellos, donantes reconocidos del PP), con la
financiación de las cajas de ahorro (esa Caja Madrid que no falte), y el
infaltable aval del Estado, que además ponía la red por si algo salía
mal: compensaría parcialmente el incumplimiento de previsiones, y
acabaría aplicando la “responsabilidad patrimonial de la Administración”
que hace que ahora nos las comamos.
También les van los cuentos
de misterio, como el de esos terrenos que se iban a expropiar por 387
millones y acabaron en 2.190 millones. Mi hija mayor, con los ojos como
platos: “Pero papá, ¿quién ha ganado la diferencia?”.
Y yo, como no
quiero que tenga pesadillas, prefiero no contarle que entre los
beneficiarios del pelotazo hay terratenientes y apellidos ilustres,
así que la distraigo con el primer coche que nos adelanta en toda la
mañana, o cambio de cuento: uno con final feliz, el de esas
constructoras que siempre ganan, pues hasta mi hija pequeña sabe que el
verdadero negocio en autopistas, aeropuertos u hospitales no es la
explotación, sino la construcción.
Para eso se hacen, para que alguien
los construya. Y como además la constructora siempre es accionista de la
concesionaria, ésta tiene especial interés en que la factura sea
abultada (sobrecoste del 31% en la R-2).
Los paseos familiares
también tienen posibilidades educativas. Puedes repasar un poco de
historia, contarles cómo el capitalismo castizo que socializa pérdidas y
privatiza beneficios viene de antiguo en estas tierras. O practicar
matemáticas operando con las previsiones de usuario que hizo Fomento
(40.000 vehículos diarios en la R-4) y el resultado real (4.000).
De vuelta a casa, mis niñas coreaban canciones infantiles: “ Esta autopista va a quebrar, va a quebrar, va a quebrar, ¡ya ha quebrado! ¿Cómo vamos a pagar, a pagar, tanta deuda…?”.
Isaac Rosa | El Diario | 12/12/2016
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