Felipe VI podría haber aparecido en uno de sus salones estilo
Downton Abbey, pero escogió la esquina recortada de un grave despacho,
más acorde con los tiempos. Era la forma de tapar el bosque con un árbol
Debo empezar por reconocer que vi el discurso
navideño de Felipe VI a la manera Cospedal: en diferido. No en
Nochebuena, al pie del cañón de la caja tonta, sino la mañana de
Navidad, en la pantalla del miembro portátil. Un detalle significativo.
Si la de su padre era una cita anual ineludible antes del cenorrio, la
del hijo es una de esas otras que pueden posponerse.
Mientras al padre lo esperábamos, aunque fuera para no escucharlo
(incluso solo para desbaratar el cenódromo antes de empezar: más de una
vez he visto dar servilletazos a la tele), se nos pasa la hora de
aparición del hijo, que ya no sabemos cuál es. Si, de alguna manera,
Juan Carlos representaba el absolutismo de la cadena única, Felipe
encarna el poder popular del mando a distancia.
Felipe VI podría haber aparecido en uno de sus salones
estilo Downton Abbey, pero escogió la esquina recortada de un grave
despacho, más acorde con los tiempos. Era la forma de tapar el bosque
con un árbol. Fiel a la tradición, no parecía que fuera él quien dijera
lo que decía.
Como si se tratase de un acto fallido
que pudiera ser metáfora del agua que nos llega al cuello a todos
(incluido a él mismo, aunque por distintos motivos), Felipe VI comenzó
haciendo referencia a las inundaciones. No las relacionó, sin embargo,
con el cambio climático, que debiera haber mencionado incluso si esas
recientes inundaciones no se hubieran producido.
Por hablar de lo que
importa, quiero decir, y no quedarse en ambigüedades como “el respeto al
entorno natural”.
Se refirió después Felipe VI a las
familias, aunque ya puesto a mencionarlas bien pudiera haber hecho
alguna alusión a su diversidad actual, cosa que, por supuesto, no
sucedió. Mucho nos tememos, por tanto, que se refería a la familia
tradicional, es un suponer.
Tampoco se refirió a la situación de las
mujeres dentro de ese núcleo patriarcal y machista, muchas de las cuales
son víctimas de una violencia que sostienen los cimientos del edificio
familiar. Ni mu sobre ese terrorismo. Si Felipe VI se remitió a las
familias fue para reforzar la idea de que esa forma clásica de
organización social viene al rescate de las personas precarizadas por el
sistema.
Él lo ha visto a lo largo y ancho del Titánic, digo de España.
Conmovedor. Bien es cierto que también dijo haber visto a gente cuya
obra de toda la vida ha sido “destruida”, un lapsus línguae lo tiene cualquier negro escribiendo un discurso.
Luego vinieron las vaguedades propias de quien no sabe a quién se
dirige. Cuando Felipe de Borbón habló del “patrimonio común que
compartimos” no se entendió a qué se refería. Cuando habló de
solidaridad no mencionó, por ejemplo, los compromisos incumplidos con
los refugiados, aunque dijo, eso sí, que siempre hay “un español”
dispuesto a echar una mano “allá donde haga falta”. Allá o acullá, oiga.
También dijo que muchos compatriotas “velan por nuestros valores dentro
y fuera de España”. No especificó qué valores son esos, aunque me da en
la nariz que si se defienden fuera de España pueden ser los de la
supervivencia. Qué valor. Y añadió que tenemos que sentirnos
“auténticamente orgullosos”.
Si yo fuera negra no habría usado ahí, en ningún caso, ese adjetivo en mente. Pero en el caso que nos ocupa entiendo que el negro que le escribe los discursos al rey quería decir que no vale un orgullo fake, aunque no sepamos cuál pueda ser: ¿un orgullo independentista?, ¿un orgullo gay?, ¿un orgullo y satisfacción?.
Por supuesto, el rey más joven se refirió a la “memoria colectiva”, que
no a la “memoria histórica”, metiéndose en el charco de esas cunetas
con las que aún no se ha hecho justicia. Lo cual le ha valido ya una
queja de la Asociación por la Memoria Histórica al Defensor del Pueblo,
qué necesidad.
(¿Qué necesidad tenía Felipe VI de enfangarse así? Seguro
que lo sabe Catalá). Tenemos que seguir, prosiguió, “construyendo
Europa”. Ajá. Europa. Lo que no dijo es cuál. ¿La Europa de los
neofascismos -en cuyos campos de exterminio acabaron, por cierto, tantos
de esos españoles que sortearon las cunetas de su “memoria colectiva”- o
la Europa de acogida a los refugiados de las guerras de los amigos de
papá?
Claro que quizás estas preguntas huelgan si nos atenemos a lo
principal: al “espíritu positivo para que la prosperidad y el bienestar
sean la base de una convivencia ilusionada”. Vamos, un retrato de la
actual Europa de un realismo que ni Antonio López.
Y,
en fin, llegó lo que podríamos llamar el ‘momento rector Universidad
Rey Juan Carlos’ (¡qué casualidad!) del discurso: el rey Felipe aplicó a
la llamada crisis “una recuperación que ya hemos iniciado”. Esto es un
plagio en toda regla: se lo ha copiado a Rajoy. Blanco y en botella, negro.
Plagio que vino apoyado por el siguiente análisis de la situación
política: “Es importante ahora que en nuestra sociedad se haya
recuperado serenidad y los ciudadanos puedan tener la tranquilidad
necesaria para poder llevar a cabo sus proyectos de vida”.
¿Quééé...?
(Perdón, que se me atragantó el tofu).
¿Quiere decir Felipe VI que
debemos respirar aliviados, ya que tenemos otro gobierno del corrupto
PP?. Venga españoles, serenidad, tranquilidad, proyectos de vida. Y
aplausos de Pablo Casado, que califica el discurso de “optimista y
ambicioso”.
Falsamente lanzado (¡el adjetivo en
mente!), Felipe habla de diálogo y entendimiento entre los grupos
políticos para “preservar e impulsar los consensos básicos”, aunque en
democracia lo más básico para alcanzar un consenso sea la pregunta, la
consulta, la urna, que no aparecen por ningún lado del plasma.
Falsamente atrevido, Felipe se refiere a una “norma” que hay que
respetar, aunque no especifica cuál y olvida que, en última instancia,
las normas (como los individuos, como las sociedades, como los
regímenes, como las formas de gobierno) no son inamovibles, sino que son
y han de ser cambiantes.
Y aquí llego y me encuentro con que estoy de
acuerdo con Pablo Casado: “A buen entendedor, pocas palabras bastan”. I tant, Casado, i tant. Pero yo no estaba preparada para semejante consenso.
Así que me abro otra de cava. Bon Nadal, que diría Felipe IV. ¿O era Aznar?
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