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lunes, 26 de diciembre de 2016

El discurso del rey en diferido


 El rey Felipe VI pronuncia el tradicional mensaje de Navidad 2016. EFE/Angel Díaz
El rey Felipe VI pronuncia el tradicional mensaje de Navidad 2016. EFE/Angel Díaz


 Felipe VI podría haber aparecido en uno de sus salones estilo Downton Abbey, pero escogió la esquina recortada de un grave despacho, más acorde con los tiempos. Era la forma de tapar el bosque con un árbol


Debo empezar por reconocer que vi el discurso navideño de Felipe VI a la manera Cospedal: en diferido. No en Nochebuena, al pie del cañón de la caja tonta, sino la mañana de Navidad, en la pantalla del miembro portátil. Un detalle significativo. Si la de su padre era una cita anual ineludible antes del cenorrio, la del hijo es una de esas otras que pueden posponerse.


Mientras al padre lo esperábamos, aunque fuera para no escucharlo (incluso solo para desbaratar el cenódromo antes de empezar: más de una vez he visto dar servilletazos a la tele), se nos pasa la hora de aparición del hijo, que ya no sabemos cuál es. Si, de alguna manera, Juan Carlos representaba el absolutismo de la cadena única, Felipe encarna el poder popular del mando a distancia.


Felipe VI podría haber aparecido en uno de sus salones estilo Downton Abbey, pero escogió la esquina recortada de un grave despacho, más acorde con los tiempos. Era la forma de tapar el bosque con un árbol. Fiel a la tradición, no parecía que fuera él quien dijera lo que decía.


Como si se tratase de un acto fallido que pudiera ser metáfora del agua que nos llega al cuello a todos (incluido a él mismo, aunque por distintos motivos), Felipe VI comenzó haciendo referencia a las inundaciones. No las relacionó, sin embargo, con el cambio climático, que debiera haber mencionado incluso si esas recientes inundaciones no se hubieran producido.


 Por hablar de lo que importa, quiero decir, y no quedarse en ambigüedades como “el respeto al entorno natural”.



Se refirió después Felipe VI a las familias, aunque ya puesto a mencionarlas bien pudiera haber hecho alguna alusión a su diversidad actual, cosa que, por supuesto, no sucedió. Mucho nos tememos, por tanto, que se refería a la familia tradicional, es un suponer.


 Tampoco se refirió a la situación de las mujeres dentro de ese núcleo patriarcal y machista, muchas de las cuales son víctimas de una violencia que sostienen los cimientos del edificio familiar. Ni mu sobre ese terrorismo. Si Felipe VI se remitió a las familias fue para reforzar la idea de que esa forma clásica de organización social viene al rescate de las personas precarizadas por el sistema.


 Él lo ha visto a lo largo y ancho del Titánic, digo de España. Conmovedor. Bien es cierto que también dijo haber visto a gente cuya obra de toda la vida ha sido “destruida”, un lapsus línguae lo tiene cualquier negro escribiendo un discurso.


Luego vinieron las vaguedades propias de quien no sabe a quién se dirige. Cuando Felipe de Borbón habló del “patrimonio común que compartimos” no se entendió a qué se refería. Cuando habló de solidaridad no mencionó, por ejemplo, los compromisos incumplidos con los refugiados, aunque dijo, eso sí, que siempre hay “un español” dispuesto a echar una mano “allá donde haga falta”. Allá o acullá, oiga.


También dijo que muchos compatriotas “velan por nuestros valores dentro y fuera de España”. No especificó qué valores son esos, aunque me da en la nariz que si se defienden fuera de España pueden ser los de la supervivencia. Qué valor. Y añadió que tenemos que sentirnos “auténticamente orgullosos”. 


Si yo fuera negra no habría usado ahí, en ningún caso, ese adjetivo en mente. Pero en el caso que nos ocupa entiendo que el negro que le escribe los discursos al rey quería decir que no vale un orgullo fake, aunque no sepamos cuál pueda ser: ¿un orgullo independentista?, ¿un orgullo gay?, ¿un orgullo y satisfacción?.


Por supuesto, el rey más joven se refirió a la “memoria colectiva”, que no a la “memoria histórica”, metiéndose en el charco de esas cunetas con las que aún no se ha hecho justicia. Lo cual le ha valido ya una queja de la Asociación por la Memoria Histórica al Defensor del Pueblo, qué necesidad.


 (¿Qué necesidad tenía Felipe VI de enfangarse así? Seguro que lo sabe Catalá). Tenemos que seguir, prosiguió, “construyendo Europa”. Ajá. Europa. Lo que no dijo es cuál. ¿La Europa de los neofascismos -en cuyos campos de exterminio acabaron, por cierto, tantos de esos españoles que sortearon las cunetas de su “memoria colectiva”- o la Europa de acogida a los refugiados de las guerras de los amigos de papá? 


Claro que quizás estas preguntas huelgan si nos atenemos a lo principal: al “espíritu positivo para que la prosperidad y el bienestar sean la base de una convivencia ilusionada”. Vamos, un retrato de la actual Europa de un realismo que ni Antonio López.


Y, en fin, llegó lo que podríamos llamar el ‘momento rector Universidad Rey Juan Carlos’ (¡qué casualidad!) del discurso: el rey Felipe aplicó a la llamada crisis “una recuperación que ya hemos iniciado”. Esto es un plagio en toda regla: se lo ha copiado a Rajoy. Blanco y en botella, negro.


 Plagio que vino apoyado por el siguiente análisis de la situación política: “Es importante ahora que en nuestra sociedad se haya recuperado serenidad y los ciudadanos puedan tener la tranquilidad necesaria para poder llevar a cabo sus proyectos de vida”. 


¿Quééé...? (Perdón, que se me atragantó el tofu).


 ¿Quiere decir Felipe VI que debemos respirar aliviados, ya que tenemos otro gobierno del corrupto PP?. Venga españoles, serenidad, tranquilidad, proyectos de vida. Y aplausos de Pablo Casado, que califica el discurso de “optimista y ambicioso”.


Falsamente lanzado (¡el adjetivo en mente!), Felipe habla de diálogo y entendimiento entre los grupos políticos para “preservar e impulsar los consensos básicos”, aunque en democracia lo más básico para alcanzar un consenso sea la pregunta, la consulta, la urna, que no aparecen por ningún lado del plasma.


 Falsamente atrevido, Felipe se refiere a una “norma” que hay que respetar, aunque no especifica cuál y olvida que, en última instancia, las normas (como los individuos, como las sociedades, como los regímenes, como las formas de gobierno) no son inamovibles, sino que son y han de ser cambiantes.


 Y aquí llego y me encuentro con que estoy de acuerdo con Pablo Casado: “A buen entendedor, pocas palabras bastan”. I tant, Casado, i tant. Pero yo no estaba preparada para semejante consenso. 


Así que me abro otra de cava. Bon Nadal, que diría Felipe IV. ¿O era Aznar?




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