Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


lunes, 26 de diciembre de 2016

El síndrome de la silla vacía





Los datos están ahí. Un cinco por ciento de la población padece el ‘síndrome de la silla vacía’ cuando llega Navidad. No es odiar la Navidad, con todo ese discurso que acaba siendo más postureo que actitud. Es sentir el déficit hasta sumirte en la más peligrosa de las melancolías.


Se trata de una disonancia entre el ambiente festivo que nos rodea y nuestro estado de ánimo, normalmente marcado por la tristeza que provoca la ausencia de un ser querido.


 No es lo mismo que la pena que responde a la pérdida. Aquí el detonante no es tanto la falta como el entorno, inmerso en una continua y sonora celebración. Esa discordancia potencia la sensación de soledad, de melancolía, focalizándola, clínicamente, en esa ‘silla vacía’ que manifiesta la ausencia.


De la misma manera que el rechazo teórico a la Navidad cada vez me interesa menos como discurso, siento que este síndrome de la silla vacía tiene más que ver con nosotros mismos y con la construcción social de nuestras emociones.


 Lo percibo cuando los argumentos que emplean aquellos que la odian valdrían igualmente para odiar la propia existencia. Que si el consumismo, que si el derroche, que si la hipocresía,… como si cualquiera de esos aspectos se anulase el resto del año.


 A primera vista parece que se ejercitan más en esta época pero ya les digo yo que no. Lo que sucede es que cuando algo se concentra, siempre parece mayor.


 Sin embargo, este síndrome, que todos padecemos tarde o temprano, independientemente de que seamos más o menos hábiles a la hora de gestionarlo, creo que pone en evidencia una cosa: lo poco dispuesta que está nuestra sociedad a tratar la soledad y los disturbios de la emoción.


No solo la que provoca la ausencia de un ser querido. Puede que incluso la ausencia de uno mismo.


¿Han pensado alguna vez qué debe sentir un hombre, o una mujer, metido en el armario, negándose a sí mismo, cuando llegan las celebraciones del Orgullo? Esa pérdida de uno mismo no es irrevocable pero sí igual de dolorosa.


La soledad del individuo alimentó teorías y estudios del pensamiento durante la segunda mitad del siglo XX. Ahora, con la aparición de la sociedad globalizada, de Internet y las redes sociales, parece que si uno se siente solo, echa de menos una compañía, es porque quiere.


Y no hay nada que me ofenda más que esa respuesta. Es tan molesta como esas personas que, cuando llega San Valentín y no puedes disimular tu desánimo ante la ausencia de ser amado, te contestan que estás solo porque quieres.


Es tan ofensivo como irse a la cola del paro y decirle a todas las personas desempleadas que están en esa situación porque quieren, que trabajo hay mucho, que mejor algo mal pagado que nada.


A nadie le gusta que la tristeza de otro le nuble la fiesta. Por eso miramos hacia otro lado, ignoramos esa sensación, procuramos no mirarnos a los ojos no sea que encontremos trazas de llanto.


 Es preferible subir el volumen de los villancicos y lanzar muchos petardos antes que reconocer que la soledad es la plaga del siglo XXI. No solo en Navidad, aunque en esta época, el ‘síndrome de la silla vacía’ haga que duela más.


Me siento incómodo cuando llega la Navidad. No la odio, pero no la disfruto. Y eso dice más de mí mismo que de la propia celebración. No siempre fue así. Hubo un tiempo en el que soñaba con que todo el año fuese Navidad. Luego, la vida se encargó de romper la magia.


 De hecho, aún hoy, pienso que es una época del año que tiene todo lo que me gusta –comer, reuniones con amigos, regalar, recibir regalos, ver a la familia, luces por las calles, exceso en decoración- pero hace tiempo que la vivo con la actitud del caminante exhausto que cruza una tempestad de nieve con el cuello de la chaqueta subido y los hombros encogidos.


 Como si eso fuera a protegerle.


Da mucha rabia negarse un placer de una manera inconsciente. Como si esa negativa fuese tradición.


Antes, cuando el modelo de familia era más extensivo, la familia actuaba como amortiguador del golpe. Ahora, en una sociedad hiperindividualista, la sensación de soledad se incrementa.


 Estamos digitalmente unidos. Más unidos que nunca en la historia. Pero hace semanas que no recibimos un abrazo. Lo escribo y lo siento cursi. Y eso también dice mucho de uno mismo.


A veces pienso que nunca más volveré a disfrutar la Navidad como antes. Y otras pienso que tal vez me equivoque. En cualquier caso, pese a lo incómodo que me siento cuando la sobreactuación de la felicidad me zarandea como un vendaval, quiero seguir viviendo en un mundo en el que, una vez al año, las calles se iluminan para celebrar algo tan hermoso como el prójimo.


 https://musaquontas.wordpress.com/2016/12/25/el-sindrome-de-la-silla-vacia/




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