No se habían levantado aún los cadáveres en el
mercado navideño de Berlín arrollado por un enormemente siniestro camión
negro cuando Marcus Pretzell, el líder del emergente partido de derecha
extrema Alternativa para Alemania, ya hablaba de "los muertos de
Merkel".
Donald Trump aparecía también en Twiter, el único lugar donde
se atreve a comparecer, para prometer erradicar el yihadismo de la faz
de la Tierra. Y Nigel Farage, el campeón que salió corriendo al día
siguiente del Brexit, ha pontificado sobre el "legado de Angela Merkel".
El populismo fascistoide siempre ha sabido aprovechar sin complejos sus
oportunidades para alimentarse de una acabada mezcla de oportunismo,
miedo y sangre y dolor ajenos.
Ni una sola voz se
alzó desde alguna cancillería o desde gobierno alguno para
desautorizarlos como los buitres carroñeros que son, o para reclamar
prudencia y respeto por la verdad; mucho menos aún para defender la
presunción de inocencia de los miles de refugiados que tratan de salvar
su vida pidiendo asilo en Europa…
Y aún nos sorprende y asombra que, a
lo largo y ancho del continente, los partidos de extrema derecha
progresen en las encuestas y en las votaciones a lomos de un fantasma de
xenofobia y racismo que ningún líder democrático parece tener el coraje
necesario de enfrentar con compromiso y convicción.
Como sucedió tras el crimen del club de Orlando, desde
el minuto uno se dio por supuesto que era terrorismo y obra de un
yihadista. Desde el primer instante se añadió, además, la certeza de
tratarse de uno de los miles de refugiados que tantos se han empeñado en
presentarnos como terroristas contra nuestra seguridad y ladrones de
nuestra riqueza y bienestar.
Ni siquiera Angela Merkel pudo resistirse a
la tentación de salir a apedrear públicamente a los refugiados por
miedo a quedarse sin piedras.
Ahora ya poco importa
que la policía alemana dude de la autoría y no sepa si tiene algo que
ver con la masacre el sospechoso, primero detenido y luego liberado por
falta de pruebas; convenientemente un solicitante de asilo pakistaní a
quien alguien siguió durante dos kilómetros seguramente por el color de
su piel.
La primera versión es la que cuenta, aquella que permanece en
el universo de las redes y la realidad virtual. Y la primera versión
siempre es la que inventan y difunden gente como Donald Trump, Nigel
Farage y Markus Pretzell, porque para ellos hace tiempo que la verdad
sólo es otra víctima más y la matarán las veces que haga falta.
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