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jueves, 29 de diciembre de 2016

Madrid, el tráfico y la insostenibilidad

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Este 29 de diciembre será el primer día en el que el Ayuntamiento de Madrid ponga en marcha el llamado escenario 3 del Protocolo de Contaminación, que incluye la restricción de la circulación de la mitad de los vehículos, aquellos con matrícula par o impar, coincidiendo con el día correspondiente en el calendario.


 Un escenario, por otro lado, lógico y esperable: la situación actual en Madrid es que los niveles de contaminación dependen únicamente de un factor tan impredecible como el clima. En cuanto pasan unos cuántos días sin llover o sin vientos fuertes, las lecturas de las estaciones de medición se disparan, y se alcanzan los niveles previstos para la aplicación de las medidas correspondientes.


La gran diferencia con respecto a años anteriores es, simplemente, la seriedad. Niveles de contaminación como los actuales se han alcanzado en muchísimos momentos anteriormente, pero las distintas corporaciones municipales del momento preferían ignorar las lecturas o incluso reubicar las estaciones de medición con el fin de esconder el problema. Que las medidas de restricción no son populares es evidente, pero eso no oculta que esas medidas existen por una buena razón, y que son completamente necesarias.


En este momento, lo que toca es alabar al Ayuntamiento de Madrid por tener la valentía política de hacer algo que, aunque pueda ser impopular, es imprescindible. Los seres humanos podemos llegar a ser profundamente irracionales, hasta el punto de preferir sacrificar uno de los bienes más importantes, nuestra salud, a cambio de un poco de comodidad a corto plazo.


La restricción a la circulación de vehículos en función de su matrícula no es la mejor de las soluciones, pero sí una de las pocas que pueden tomarse de manera sencilla e inmediata. Todos sabemos que, en realidad, este tipo de medidas no solucionan el problema a largo plazo: la gran verdad es que las ciudades, tal y como las concebimos y conocemos, son ya completamente insostenibles.


Mientras un 98% de los vehículos en uso sean propulsados por combustibles fósiles, el problema seguirá reproduciéndose cada vez que los caprichos de la temperie así lo provoquen, y las restricciones se convierten en la única solución. Las emisiones de los vehículos son uno de los principales componentes de la polución, y su restricción es mucho más viable que la de otros componentes, como la calefacción.


Por otro lado, las restricciones, aunque no arreglen el problema a medio o largo plazo, sí resultan esenciales a la hora de generar conciencia sobre el problema. A medida que las restricciones se hacen más habituales, más personas pueden inclinarse por soluciones alternativas, tales como inclinarse por el transporte público, compartir sus desplazamientos con vecinos, utilizar soluciones de car-sharing, ride-sharing o car-pooling, u optar por la movilidad eléctrica.


 Obviamente, si el resultado de unas restricciones cada vez más frecuentes es que aquellos que puedan permitírselo opten por adquirir un segundo vehículo con matrícula par o impar en función del anterior que poseían, habremos conseguido empeorar el problema, de ahí que resulte importante acompañar estas medidas con otras restricciones adicionales, como las de dificultar el aparcamiento o cerrar determinadas zonas al tráfico, dejando clara la voluntad de solucionar el problema.


Eliminar el aparcamiento en la calle libera el 20% del espacio entre aceras para otros usos (bicicletas, reparto, recogida y llegada de pasajeros, etc.) en un entorno en el que el espacio urbano es un bien muy preciado, y eliminar el tránsito derivado de la búsqueda de aparcamiento evita el 23% de kilómetros recorridos en 24 horas, y el 37% en hora punta. Pero mejor aún, elimina el 34% de las emisiones.


El gran enemigo, no lo olvidemos, es el vehículo particular, y solo mejorando el transporte público y posibilitando todas las alternativas adicionales que faciliten que optemos por otros medios de transporte con la conveniencia adecuada podremos pensar en soluciones a largo plazo. En las condiciones actuales, con vehículos aún mayoritariamente sucios, la única vía es convertir su posesión y uso en algo tan incómodo, que termine por resultar disuasorio.


Disuasión. Esa es la palabra mágica. Con la magnitud actual del problema y con niveles de contaminación absolutamente nocivos, ya no se trata de convencer ni de buenas palabras. Se trata de tener la valentía de plantear a los ciudadanos que hay un problema, que es muy importante, y que la única forma de solucionarlo es sacrificando su comodidad, algo que algunos pretenden entender como un derecho, pero que se opone al derecho de la mayoría, el de disfrutar de un entorno razonablemente saludable.


Críticas como las que pretenden que se informe con mayor antelación son absurdas: las medidas de las estaciones de control vienen cuando vienen, no son fáciles de anticipar, y reclaman acciones inmediatas, no tres días después. Lo mejor que se puede hacer con las restricciones es entenderlas como parte de un gran problema, y empezar a plantearse alternativas.


El modelo de ciudad que hemos conocido durante décadas ha alcanzado su techo de sostenibilidad, como lo ha alcanzado también el sueño de Henry Ford de que cada ciudadano tuviese su propio automóvil. Pronto, en 2018, el uso de vehículos autónomos eléctricos para moverse por una ciudad igualará en coste la opción de poseer un vehículo propio, y supondrá un cambio brutal en los hábitos de los usuarios.


 Según datos del International Transport Forum, con una infraestructura adecuada de transporte público de alta capacidad y una oferta adecuada de vehículos compartidos de diversos tamaños (taxis y minibuses compartidos y optimizados mediante apps) se puede ofrecer el mismo número de desplazamientos con tan solo el 3% de los vehículos. Y además, la capilaridad y el alcance se distribuye mucho más democráticamente entre las distintas zonas de las ciudades.


Muy pocas ciudades en el mundo están anticipando los efectos de la disrupción del transporte, y esta anticipación es fundamental de cara a capitalizar sus ventajas. Las restricciones (zonales, de aparcamiento, de circulación, de velocidad, de emisiones, de tipos de vehículos, etc.) deben continuar e incrementarse progresivamente, asociadas a una mayor oferta disponible de otras opciones de movilidad limpia y compartida, para generar así un cambio de cultura.


 La cultura necesaria para entender que es posible que un vehículo no contamine menos por circular a 70 km/h, pero sí se introduce una incomodidad a su uso que puede terminar resultando disuasoria, y eso es lo verdaderamente fundamental. Disuadir, disuadir y disuadir, para terminar con un modelo insostenible.

En ciudades como París o Londres, que han optado por políticas mucho más duras e impopulares como los peajes o los impuestos adicionales, las protestas iniciales por las restricciones ya han remitido completamente , y son consideradas ya como algo totalmente normal, parte de un paisaje necesario. Más restricciones, por favor. Más conciencia social y colectiva, y menos privilegiar la comodidad individual por encima de todas las cosas. Es fundamental que en Madrid tenga lugar ese cambio de mentalidad. Y el Ayuntamiento actual está en el buen camino para ello.


Enrique Dans




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