Falta una semana para que finalice, y 2016 ya tiene el nefasto privilegio de ser el año en que más inmigrantes han muerto en aguas del Mar Mediterráneo.
Hasta el momento, según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los
Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones
(OIM), fueron 5000 seres humanos los que dejaron su vida en el Mare Nostrum escapando de la guerra y el hambre.
Este número, ya de por sí impactante y
terrible, eleva en un 25% la cantidad de muertos del año anterior, que
ya había sido un récord en la materia.
Frente a esta realidad, la mayor parte de Europa mira para el costado
y se desentiende de una realidad que ayudó a construir, primero como
continente invasor y desde entonces como continente extractor de
riquezas, y pretende erigir muros y vallas, reales y legales, creyendo
que con eso soluciona los problemas que pretende ocultar.
La Europa que mientras leés estas líneas
está en varias partes del mundo vendiendo armas y haciendo guerras,
avalando dictaduras, sometiendo pueblos y diseminando pobreza y
destrucción, es la que rechaza a quienes escapan de esas realidades y
luchan por sus vidas.
La misma Europa que es, históricamente, el continente con mayor cantidad de emigrantes sufre una repentina amnesia que olvida que en el último siglo,
cuando la guerra y el hambre asolaba sus tierras, el mundo, y América
Latina en particular, dio cobijo a sus hijos. Como canta León Gieco,
‘Europa no recuerda de los barcos que mandó. Gente herida por la guerra
esta tierra la salvó.’
Pero no se trata sólo del súbito olvido,
peor aún es el trato que en muchos de sus países se da a los
inmigrantes que consiguen llegar a ellos, donde por sus costumbres, su
religión o sus ideas son marginados, situación que es aprovechada por
los partidos xenófobos y de ultra derecha como caldo de cultivo de sus
discursos excluyentes y totalitarios.
Cada elección que pasa se ve como estas
posiciones van ganando terreno en desmedro de propuestas más inclusivas,
y este tipo de partidos racistas y extremistas que tiempo atrás eran
marginales en el sistema, comienzan a perfilarse como opciones concretas
para el electorado, y ejemplos concretos de eso son Austria y Francia.
Y mientras tato, gran parte de la ciudadanía calla,
cuando lo que es necesario es protestar, gritar, exigir un trato
diferente para quienes pretenden encontrar en Europa un futuro que se
les niega en sus lugares de orígenes, realidad de la cual la propia
Europa es responsable.
El ejemplo estadounidense del triunfo de Donald Trump
no debe verse como algo pintoresco que pasa al otro lado del océano
sino como una llamada de atención concreta y contundente de como ciertas
realidad socioeconómicas sirven de caldo de cultivo para el odio y la
exclusión.
Decía Martin Niemöller que ‘Cuando
los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque
yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé
silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a
los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista. Cuando
vinieron a por los judíos, no pronuncié palabra, porque yo no era judío.
Cuando finalmente vinieron a por mí, no había nadie más que pudiera
protestar.’, es momento de no guardar silencio, de protestar,
de hablar, porque cuando van contra los inmigrantes, van contra todos
nosotros.
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