Nuestra desaparición debería inquietaros porque es una alerta en toda
regla. Al irnos os estamos advirtiendo que envenenar los campos con
plaguicidas, contaminar el agua con todo tipo de vertidos o acumular
gases nocivos en la atmósfera ha convertido nuestro entorno en un lugar
cada vez menos saludable
Vuestras ciudades son cada vez más irrespirables,
por eso estamos desapareciendo de ellas. En 2016, y a pesar de que nos
elegisteis Ave del Año, hemos perdido a un 7% de los nuestros. Es más,
en los últimos veinte años nuestras poblaciones han descendido casi un
20 por ciento.
Somos 25 millones de gorriones menos que hace dos
décadas. Y seguimos para bingo. Porque aunque a la mayoría no os conste
nos estamos yendo, poco a poco y por la puerta de atrás. Sin la alarma
del águila imperial o el quebrantahuesos, en silencio, pero nos vamos.
La cosa no tiene que ver solo con los que vivimos aquí. En Europa hemos
descendido casi un 65% desde 1980. En Londres hemos desaparecido. Mis
famosos primos de Hyde Park o de Regent’s Park, aquellos simpáticos
"sparrows" que acudían a comer de vuestras manos y se dejaban
fotografiar posados graciosamente sobre vuestros sombreros, se han
esfumado.
Pero aprovechando que estamos en Inglaterra, y como sé
que muchos de vosotros pensaréis que nuestra desaparición es un hecho
sin importancia, dejadme que os cuente la historia de otro de los
nuestros, otro fringílido: un pariente al que le tenéis mucha afición
por lo bien que canta, para su desgracia. Me refiero al canario: ese al
que os gusta tanto encarcelar.
Hace un siglo era muy
común que las cuadrillas de mineros ingleses descendieran a las galerías
de las minas de carbón con un canario enjaulado. Cuando llegaban a la
galería lo colgaban de la pared y le iban echando una mirada con el
rabillo del ojo mientras picaban.
No lo hacían para disfrutar de su
canto -allí abajo el ruido era ensordecedor- sino para usarlo como
señuelo. El canario era su salvavidas.
Las
emanaciones de gases tóxicos que se forman en las vetas de mineral, como
el letal grisú, eran la principal causa de muerte entre los mineros que
trabajaban en la profundidad de las galerías.
Como dichos gases son
inodoros e incoloros, cuando los mineros sentían los primeros síntomas
de desfallecimiento ya era tarde: estaban en la antesala de una muerte
segura. Por eso bajaban portando a nuestros primos enjaulados.
Si
comprobaban que el pobre canario yacía inerte en la jaula activaban las
alarmas y abandonaban la galería a toda leche.
Y nosotros somos ahora vuestro canario de la mina, eso que vuestros científicos denominan bioindicadores.
Nuestra desaparición debería inquietaros porque es una alerta en toda
regla. Al irnos os estamos advirtiendo que envenenar los campos con
plaguicidas, contaminar el agua con todo tipo de vertidos tóxicos o
acumular gases nocivos en la atmósfera urbana ha convertido nuestro
entorno, ese entorno que durante tanto tiempo compartimos, en un lugar
cada vez menos saludable.
Tenemos a unos grandes
aliados entre vosotros, nuestros padrinos de SEO/Birdlife. Deberíais
atender a lo que os dicen, porque son los que mejor están entendiendo lo
que os intentamos decir.
Aquíencontraréis
toda la información necesaria para saber por qué nos estamos yendo y
qué podéis hacer para ayudarnos, es decir: para ayudaros.
Ojalá os decidáis a actuar, por vuestro propio bien y por el nuestro.
Mientras tanto no os extrañéis si al echar unas migas en el parque se os
echan encima las palomas, las urracas o esas extrañas que
introdujisteis hace unos años y ahora están por todas partes: las
cotorras. Nosotros estamos en retirada.
Atentamente, un humilde gorrión de barrio.
José Luis Gallego
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