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lunes, 2 de enero de 2017

La erótica de la enseñanza

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El diagnóstico viene de Italia, pero es aplicable al “extravío” de la enseñanza en España y en otros muchos países: “Decepcionada, angustiada, deprimida, no sólo nadie le otorga reconocimiento, sino que es criticada, ignorada, violada por nuestros gobernantes, que han recortado cínicamente sus recursos y han dejado de creer en la importancia de la cultura y de la formación que ésta debe defender y transmitir.


 ¿Ha muerto ya? ¿Sigue viva? ¿Sobrevive? ¿Sirve aún de algo, o está destinada a ser un residuo de un tiempo definitivamente pasado?”.


Más que a una llamada de alerta y socorro, el párrafo parece invitar, si se trata de docentes, a levantar los brazos en señal de derrota y presentarse lo antes posible ante la oficina que tramita las rendiciones. En el caso español, esa oficina de desguace es una de las carencias incomprensibles de la LOMCE, uno de los mayores logros legislativos de la historia en materia forense.


Una ley que nació muerta, con ese entusiasmo sectario de los difuntos hiperactivos que impiden el consenso de los vivos.


El autor del diagnóstico, Massimo Recalcati, no es un coleccionista de apocalipsis ni un teórico kamikaze. Tiene, eso sí, el coraje de desmontar el simplismo con que los conversos neoliberales pregonan el remedio milagroso de la denominada, por sus iniciales italianas, “escuela de las tres íes”: impresa (empresa), informática, inglese. Una formación orientada con estilo fanático a la competitividad productiva y desentrañada de conocimientos y saberes filosóficos y artísticos, desde hace años marcados con el estigma de lo inútil. No, no he venido aquí con Massimo Recalcati para darle otra vuelta de tuerca a nuestro malestar. Él es un hombre maravillosamente práctico. Fíjense.


Entre otras cosas, profesor en la Universidad de Pavia de psicopatología del comportamiento alimentario. Somos lo que pensamos, somos lo que recordamos, somos lo que comemos. Y, sobre todo, somos potencias del deseo.


El autor italiano acaba de publicar La hora de clase: por una erótica de la enseñanza. He ahí la palabra clave: erótica. Es clave la erotización de la enseñanza, el aula como un espacio de encuentro entre generaciones, donde vivir cada hora de aprendizaje como una experiencia de descubrimiento y sorpresa, como un lugar que nos proteja de la rutina burocrática. Llevamos décadas de aburrimiento en que el pensamiento pelma ha machacado la herencia del Mayo del 68 y reclamado su castración definitiva. Pero el peligro para la cultura es Tánatos, el destructor reaccionario, y no la pulsión de Eros, que estaba en la esencia misma del situacionismo y de la inteligencia alternativa.


No solo necesitamos la erótica para sacar del moho a la enseñanza. También la política está pidiendo erótica en lugar de tanta vulgaridad y cainismo. Y la insatisfacción hacia los medios de comunicación por parte, en especial, de mucha gente joven, ¿no obedecerá a una percepción expulsatoria, a una incomodidad erótica? No hablemos de las relaciones laborales dominantes hoy en España, con su precariedad y desigualdad de género, donde a la pulsión del deseo ni se le espera. Hay erótica en los buenos museos, en los cines y teatros, en las bibliotecas y librerías. No la hay en la Administración cultural, ese ente de la España vacía.


La de la educación y la cultura ha sido en España una historia en gran parte dramática, dominada por el Destructor. Los mejores momentos, los que cantan y bullen en la memoria, son aquellos en que se abrió paso la pulsión del deseo: la Escuela Moderna, los ateneos libertarios, la Institución Libre de Enseñanza, la Residencia de Estudiantes, las Misiones Pedagógicas, los cineclubes y las asociaciones vecinales en el franquismo, la movida… Sí, la denostada movida. Un hedonista callejón sin salida, dicen. Pero estaba lleno de gatos con siete vidas. Ahora el callejón está vacío.


Muchas de las mejores iniciativas fueron fruto de las vides torcidas. De eso habla, y con una implicación contagiosa, Massimo Recalcati. Escribe un epílogo entrañable para reivindicar el fracaso como oportunidad para activar el deseo: la belleza de la torcedura. Es conmovedor su “elogio de los tropezones”, de los profesores que transmiten dudas y no se erigen en propietarios de la verdad y del saber total. Como aquel maestro que dirigía la mirada al cielo y decía: “Aquí realmente ya no podemos seguir a Hegel: quién sabe lo que habrá visto”.


Manuel Rivas



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