Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


martes, 17 de enero de 2017

Las naturalezas muertas de Luis Bárcenas


Bárcenas entró en escena con diferentes estrategias: firmar la paz o la tregua con el PP, arremeter contra Paco Correa y desvincular de todo a su mujer, Rosalía Iglesias


Un bodegón es una farsa calculada, por eso se le llama ‘naturaleza muerta’ porque requiere arrancar los frutos de la naturaleza para disecarlos pictóricamente creando una composición al gusto de los deseos de imagen del autor, de sus aspiraciones.


 El bodegón transmite, además, la mentira de la invariabilidad; en ellos parece, por ejemplo, que las frutas han nacido de la vasija, que nunca hubo árbol. Bárcenas justifica gran parte de su fortuna con la compraventa de cuadros y obras de arte, principalmente, bodegones del Siglo de Oro. 


En su primer día de declaración en la calle Límite quiso hacer justo eso, un bodegón político que matara lo que un día, según sus declaraciones e insinuaciones, todos vimos como un mundo vivo de corruptelas en cadena, injertadas unas en otras, ramificándose hasta tocar las esferas más altas del poder y pringar a personalidades como Mariano Rajoy, Dolores de Cospedal, Mayor Oreja. Pero finalmente sólo mencionó al presidente del Gobierno ante el tribunal para atribuirle la responsabilidad de romper relaciones con la red de Paco Correa.


El extesorero nacional del Partido Popular fue, durante mucho tiempo, una amenaza latente que se definía por lo que callaba. Bárcenas se cuidaba siempre de hacer como que se mordía la lengua. Hay imágenes del peligro que significaba: el mofleteo serio de Floriano al llamarlo delincuente, Cospedal ensoberbecida, incluso azuzaron a Hernando para que le saltara al cuello. Se captaba una urgencia loca por neutralizar a Bárcenas entre los dirigentes populares, y eso nos esperanzaba.


 Sin embargo, antes del día de su comparecencia ante el tribunal se oyeron señales de la reculada. Primero retiró la denuncia contra Génova por masacrar sus discos duros y hace unos días dijo a Vozpopuli que el PP no tenía nada que ver con la trama Gürtel. 

El extesorero nacional del Partido Popular fue, durante mucho tiempo, una amenaza latente que se definía por lo que callaba


A pesar de las señales, desde la prensa no quisimos privarnos del festín que, después de tantos años de espera, sentíamos que nos pertenecía por derecho. Desde las jornadas inaugurales del proceso, la Audiencia Nacional no había vuelto a parecer el escenario del enjuiciamiento del mayor caso de corrupción de la democracia. El día 16, en cambio, hubo quien contrató hasta una banda de mariachis como acto de compensación y, quizás sin pretenderlo, confirmó lo que se intuía que iba a ser ese día de enero: una broma.


 El único manifestante frente al edificio pertenecía a una especie desconocida, un señor calvo, chaqueta ajada, con un par de carteles en los que acusaba de prevaricador a Baltasar Garzón. Merodeó entre las cámaras por si alguna quería enfocarlo, y nada. Hizo un par de intentonas de iniciar una consigna rimada, pero comprobaba que estaba solo y se callaba.


Bárcenas entró en escena con diferentes estrategias: firmar la paz o la tregua con el PP, arremeter contra Paco Correa y desvincular de todo a su mujer, Rosalía Iglesias, que esta vez sí acudió a la vista: permaneció muy quieta en su silla, sin hacer una sola mueca, con un aspecto tan higiénico que se diría que acababan de quitarle el celofán en el que venía envuelta. 

El exgerente hablaba a galope, rápido y monótono como una máquina de coser alemana. Los periodistas tecleaban, se pelaban las yemas, resoplaban. Luis es un tipo redicho y profesa un amor demencial por el léxico que esconde ecos periciales y administrativos.


 No le cae bien la fiscala Concepción Sabadell. Le molesta. Cuando le llamaba “señora” se sentía una pulsión despreciativa, era una forma de agarrarla virtualmente de la pechera. Se notaba porque, a más irritación, más la señoreaba. Y al final acabó por demudarse: “¡No tiene ningún sentido el tipo de preguntas que me está haciendo!”. Se cruzó de brazos y el juez mandó receso. 



A través del trampeo verbal trató, igualmente, de beneficiar al PP. Se vio cuando reconoció la existencia de la caja B del partido, pero la denominó como una caja de naturaleza “extra contable”


A través del trampeo verbal trató, igualmente, de beneficiar al PP. Se vio cuando reconoció la existencia de la caja B del partido, pero la denominó como una caja de naturaleza “extra contable”. Lo repitió cuatro o cinco veces para ocultar un término, el de caja B, que ha conseguido aglutinar todo el peso de la podredumbre política en la mente del ciudadano. 


Además, dijo, se trataba de una caja no “finalista”, es decir, que los empresarios que la alimentaban no lo hacían con expectativas de obtener una compensación. “Todos los empresarios quieren echar una mano a los partidos… siempre que el empresario entregaba un donativo, Álvaro Lapuerta les decía que lo aceptaba pero que no tenía contraprestación”. ¿Para qué lo hacían? Según Bárcenas, simplemente para que les abrieran algunas puertas, “algo absolutamente inocuo”. 


Su relato fallaba. Antes había dado un detalle de cómo las aportaciones al partido recibían algo a cambio. Se obcecó en golpear a Correa, confesó que nunca en su vida le había colgado el teléfono a nadie, pero que a Don Vito lo había dejado un par de veces con la palabra en la boca.


 Al cabecilla de la trama, según Bárcenas, se le subió el éxito a la gomina y empezó a creerse que el partido le pertenecía y a hablar en nombre de él. Al menos, esto fue lo que les chivó Joaquín Molpeceres, dueño de Licuas, a Acebes, Rajoy y Lapuerta. El triunvirato decidió cortar toda relación con Correa. 


Molpeceres aparece en los papeles de Bárcenas porque, ese mismo día, para reforzar el argumento contra Correa, había ingresado 60.000 euros en las arcas del partido. En la última sesión del proceso, antes de Navidad, Guillermo Ortega había contado que lo habían expulsado de la alcaldía porque no concedía obras a Licuas. Leyendo estos hechos, no expulsaron a un corruptor, lo sustituyeron.


El PP, explicó Bárcenas, siguió trabajando con la Gürtel en Valencia. Al recibir la comunicación que prohibía contratar con estas empresas, Francisco Camps llamó a Acebes con el corazón roto diciendo que, por favor, que Álvaro Pérez el Bigotes era “un genio” y quería seguir trabajando con él. Acebes aceptó y Camps respiró aliviado: podía mantener a la vera a su amiguito del alma.


Ángel Hurtado planteó los recesos de hora en hora, cuando normalmente el lapso ronda las dos horas. Bárcenas, a cada regreso, traía las gafas más pegadas a los ojos y la cabeza más redonda.

El expresidiario redujo muchas de las declaraciones de Don Vito a “idioteces”. Sentenció que “jamás, ninguna de las empresas de Correa recibió ninguna cantidad en efectivo” del partido 

El expresidiario redujo muchas de las declaraciones de Don Vito a “idioteces”. Sentenció que “jamás, ninguna de las empresas de Correa recibió ninguna cantidad en efectivo” del partido, que el PP no tenía necesidad de pagar en negro y que Correa y Cascos “no tenían relación desde 1997 o 1998”.


 En cambio, aseguró que si su nombre aparecía en la caja B de las empresas de la trama era porque pagaba sus viajes personales en efectivo (solía tener en la caja fuerte de su casa unos 30.000 euros sueltos por si tenía que acudir al barbero y arreglarse las patillas) y que una vez entregado el dinero, Correa “hacía con él lo que le daba la gana”, por ejemplo, meterlo en la caja extra contable


Apurando más la veta proestablishment, se burló de la idea de que los empresarios de OHL y ACS (como confesó el cabecilla) tuvieran que recurrir a un propietario de una agencia de viajes y al gerente del PP para acceder a alcaldes y ministros. Eso y mucho más podían hacerlo en el palco del Bernabéu, que es donde empieza el mundo.


Sin embargo, el trazo más deshilachado del bodegón de Bárcenas correspondió, precisamente, a sus mercadeos artísticos. Hay un préstamo gigantesco y absurdo en la historia. 330.000 euros que recibió y devolvió tal cual. El ministerio fiscal asegura que se usó como un justificante de liquidez que le permitiera blanquear dinero con apariencia de legalidad. 


Bárcenas se excusó en que solicitó el crédito con la intención de darle el dinero a Rosendo Naseiro para la compra de unos cuadros: llegó al lugar del acuerdo, dejó el paquetito de billetes de 500 euros y se marchó. Su intervención fue tan anecdótica que, especuló, las dos personas que estaban en la habitación con Naseiro para cuadrar el negocio “pensarían que era su escolta”. A pesar de su poca intervención y conocimiento de esa operación, Bárcenas avaló el préstamo con su cartera de valores, tranquilamente. 


Afirmó que el chalaneo no cuajó y el dinero regresó al banco como si no hubiera pasado nada, de la misma forma que él ha acabado regresando al redil del Partido Popular. 








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