Bárcenas entró en escena con diferentes estrategias: firmar la paz o la
tregua con el PP, arremeter contra Paco Correa y desvincular de todo a
su mujer, Rosalía Iglesias
Un bodegón es una farsa calculada, por eso se le llama
‘naturaleza muerta’ porque requiere arrancar los frutos de la naturaleza
para disecarlos pictóricamente creando una composición al gusto de los
deseos de imagen del autor, de sus aspiraciones.
El bodegón transmite,
además, la mentira de la invariabilidad; en ellos parece, por ejemplo,
que las frutas han nacido de la vasija, que nunca hubo árbol. Bárcenas
justifica gran parte de su fortuna con la compraventa de cuadros y obras
de arte, principalmente, bodegones del Siglo de Oro.
En su primer día
de declaración en la calle Límite quiso hacer justo eso, un bodegón
político que matara lo que un día, según sus declaraciones e
insinuaciones, todos vimos como un mundo vivo de corruptelas en cadena,
injertadas unas en otras, ramificándose hasta tocar las esferas más
altas del poder y pringar a personalidades como Mariano Rajoy, Dolores
de Cospedal, Mayor Oreja. Pero finalmente sólo mencionó al presidente
del Gobierno ante el tribunal para atribuirle la responsabilidad de
romper relaciones con la red de Paco Correa.
El extesorero nacional del Partido Popular fue, durante
mucho tiempo, una amenaza latente que se definía por lo que callaba.
Bárcenas se cuidaba siempre de hacer como que se mordía la lengua. Hay
imágenes del peligro que significaba: el mofleteo serio de Floriano al
llamarlo delincuente, Cospedal ensoberbecida, incluso azuzaron a
Hernando para que le saltara al cuello. Se captaba una urgencia loca por
neutralizar a Bárcenas entre los dirigentes populares, y eso nos
esperanzaba.
Sin embargo, antes del día de su comparecencia ante el
tribunal se oyeron señales de la reculada. Primero retiró la denuncia
contra Génova por masacrar sus discos duros y hace unos días dijo a Vozpopuli que el PP no tenía nada que ver con la trama Gürtel.
El extesorero nacional del Partido Popular fue, durante mucho tiempo, una amenaza latente que se definía por lo que callaba
A pesar de las señales, desde la prensa no quisimos
privarnos del festín que, después de tantos años de espera, sentíamos
que nos pertenecía por derecho. Desde las jornadas inaugurales del
proceso, la Audiencia Nacional no había vuelto a parecer el escenario
del enjuiciamiento del mayor caso de corrupción de la democracia. El día
16, en cambio, hubo quien contrató hasta una banda de mariachis como
acto de compensación y, quizás sin pretenderlo, confirmó lo que se
intuía que iba a ser ese día de enero: una broma.
El único manifestante
frente al edificio pertenecía a una especie desconocida, un señor calvo,
chaqueta ajada, con un par de carteles en los que acusaba de
prevaricador a Baltasar Garzón. Merodeó entre las cámaras por si alguna
quería enfocarlo, y nada. Hizo un par de intentonas de iniciar una
consigna rimada, pero comprobaba que estaba solo y se callaba.
Bárcenas entró en escena con diferentes estrategias:
firmar la paz o la tregua con el PP, arremeter contra Paco Correa y
desvincular de todo a su mujer, Rosalía Iglesias, que esta vez sí acudió
a la vista: permaneció muy quieta en su silla, sin hacer una sola
mueca, con un aspecto tan higiénico que se diría que acababan de
quitarle el celofán en el que venía envuelta.
El exgerente hablaba a galope, rápido y monótono como una
máquina de coser alemana. Los periodistas tecleaban, se pelaban las
yemas, resoplaban. Luis es un tipo redicho y profesa un amor demencial
por el léxico que esconde ecos periciales y administrativos.
No le cae
bien la fiscala Concepción Sabadell. Le molesta. Cuando le llamaba
“señora” se sentía una pulsión despreciativa, era una forma de agarrarla
virtualmente de la pechera. Se notaba porque, a más irritación, más la
señoreaba. Y al final acabó por demudarse: “¡No tiene ningún sentido el
tipo de preguntas que me está haciendo!”. Se cruzó de brazos y el juez
mandó receso.
A través del trampeo verbal trató, igualmente, de beneficiar al PP. Se vio cuando reconoció la existencia de la caja B del partido, pero la denominó como una caja de naturaleza “extra contable”
A través del trampeo verbal trató, igualmente, de
beneficiar al PP. Se vio cuando reconoció la existencia de la caja B del
partido, pero la denominó como una caja de naturaleza “extra contable”.
Lo repitió cuatro o cinco veces para ocultar un término, el de caja B,
que ha conseguido aglutinar todo el peso de la podredumbre política en
la mente del ciudadano.
Además, dijo, se trataba de una caja no
“finalista”, es decir, que los empresarios que la alimentaban no lo
hacían con expectativas de obtener una compensación. “Todos los
empresarios quieren echar una mano a los partidos… siempre que el
empresario entregaba un donativo, Álvaro Lapuerta les decía que lo
aceptaba pero que no tenía contraprestación”. ¿Para qué lo hacían? Según
Bárcenas, simplemente para que les abrieran algunas puertas, “algo
absolutamente inocuo”.
Su relato fallaba. Antes había dado un detalle de cómo las
aportaciones al partido recibían algo a cambio. Se obcecó en golpear a
Correa, confesó que nunca en su vida le había colgado el teléfono a
nadie, pero que a Don Vito lo había dejado un par de veces con la
palabra en la boca.
Al cabecilla de la trama, según Bárcenas, se le
subió el éxito a la gomina y empezó a creerse que el partido le
pertenecía y a hablar en nombre de él. Al menos, esto fue lo que les
chivó Joaquín Molpeceres, dueño de Licuas, a Acebes, Rajoy y Lapuerta.
El triunvirato decidió cortar toda relación con Correa.
Molpeceres
aparece en los papeles de Bárcenas porque, ese mismo día, para reforzar
el argumento contra Correa, había ingresado 60.000 euros en las arcas
del partido. En la última sesión del proceso, antes de Navidad,
Guillermo Ortega había contado que lo habían expulsado de la alcaldía
porque no concedía obras a Licuas. Leyendo estos hechos, no expulsaron a
un corruptor, lo sustituyeron.
El PP, explicó Bárcenas, siguió trabajando con la Gürtel
en Valencia. Al recibir la comunicación que prohibía contratar con estas
empresas, Francisco Camps llamó a Acebes con el corazón roto diciendo
que, por favor, que Álvaro Pérez el Bigotes era “un genio” y
quería seguir trabajando con él. Acebes aceptó y Camps respiró aliviado:
podía mantener a la vera a su amiguito del alma.
Ángel Hurtado planteó los recesos de hora en hora, cuando
normalmente el lapso ronda las dos horas. Bárcenas, a cada regreso,
traía las gafas más pegadas a los ojos y la cabeza más redonda.
El expresidiario redujo muchas de las declaraciones de Don Vito a “idioteces”. Sentenció que “jamás, ninguna de las empresas de Correa recibió ninguna cantidad en efectivo” del partido
El expresidiario redujo muchas de las declaraciones de Don
Vito a “idioteces”. Sentenció que “jamás, ninguna de las empresas de
Correa recibió ninguna cantidad en efectivo” del partido, que el PP no
tenía necesidad de pagar en negro y que Correa y Cascos “no tenían
relación desde 1997 o 1998”.
En cambio, aseguró que si su nombre
aparecía en la caja B de las empresas de la trama era porque pagaba sus
viajes personales en efectivo (solía tener en la caja fuerte de su casa
unos 30.000 euros sueltos por si tenía que acudir al barbero y
arreglarse las patillas) y que una vez entregado el dinero, Correa
“hacía con él lo que le daba la gana”, por ejemplo, meterlo en la caja extra contable.
Apurando más la veta proestablishment, se burló
de la idea de que los empresarios de OHL y ACS (como confesó el
cabecilla) tuvieran que recurrir a un propietario de una agencia de
viajes y al gerente del PP para acceder a alcaldes y ministros. Eso y
mucho más podían hacerlo en el palco del Bernabéu, que es donde empieza
el mundo.
Sin embargo, el trazo más deshilachado del bodegón de
Bárcenas correspondió, precisamente, a sus mercadeos artísticos. Hay un
préstamo gigantesco y absurdo en la historia. 330.000 euros que recibió y
devolvió tal cual. El ministerio fiscal asegura que se usó como un
justificante de liquidez que le permitiera blanquear dinero con
apariencia de legalidad.
Bárcenas se excusó en que solicitó el crédito
con la intención de darle el dinero a Rosendo Naseiro para la compra de
unos cuadros: llegó al lugar del acuerdo, dejó el paquetito de billetes
de 500 euros y se marchó. Su intervención fue tan anecdótica que,
especuló, las dos personas que estaban en la habitación con Naseiro para
cuadrar el negocio “pensarían que era su escolta”. A pesar de su poca
intervención y conocimiento de esa operación, Bárcenas avaló el préstamo
con su cartera de valores, tranquilamente.
Afirmó que el chalaneo no
cuajó y el dinero regresó al banco como si no hubiera pasado nada, de la
misma forma que él ha acabado regresando al redil del Partido Popular.
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