¿Quién le iba a decir a Felipe González
que el destino le reservaba un espacio junto a José María Aznar? ¿Se le
olvidó a González esa etapa en la que Aznar le acusaba de utilizar cal
viva en la política antiterrorista?
Hoy, cuando vemos a los dos cogidos de la mano
encabezando una pandilla de políticos ajados, empresarios con intereses
nada ocultos –Juan Luis Cebrián, entre otros- e intelectuales de la
televisión –Bertín Osborne, entre otros-, solo nos cabe maldecir al
destino.
Ayer, los dos expresidentes del Gobierno español lideraron una
acción impulsada por una organización privada –Foro Penal Venezolano-,
amparada en España por el despacho de abogados Cremades y Calvo Sotelo.
Esta acción tenía como fin exigir a la Organización de Estados
Americanos (OEA) la expulsión de Venezuela de ese organismo. También
pidieron la liberación de los presos políticos en Venezuela.
Los dos expresidentes del Gobierno español lideraron una acción impulsada por una organización privada -Foro Penal Venezolano-, amparada en España por el despacho de abogados Cremades y Calvo Sotelo
Los expresidentes del Gobierno gozan de un estatuto especial que
incluye ciertas prebendas como el uso de coche oficial, despacho,
secretarias y escoltas. Esa condición que les debería servir para llevar
una vida digna dedicada a resaltar el papel de España en el panorama
internacional, remunerada a través de las conferencias que se les
solicitan desde diversos ámbitos, no les ha impedido hasta ahora
sentarse en consejos de administración, intermediar en mil asuntos y
hasta ponerse al frente de iniciativas privadas cuyos intereses se
pierden en recónditos meandros.
Lo de ayer, en cualquier caso, superó la
estética y la ética política. En la sala de consejos del despacho
profesional de los abogados Cremades y Calvo Sotelo olía a pasado
político rancio. Como escribió en bez.es Gregorio Morán en su artículo “Dos golfos y un destino. González y Aznar”,
“Aquí estamos los dos -podría decir cualquiera de ellos- convertidos en
golferas con un solo destino: asesorar a los ricos, que nos hacen caso,
y aconsejar a los de nuestro partido, que no nos lo hacen.
Pero sobre
todo ganar un dinero que nos consienta mirar a los demás con ese punto
de desdén y superioridad que otorga haber sido un supuesto estadista”
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