Libertalia es el nombre de una república legendaria que fue
fundada por un puñado de piratas a finales del siglo XVII, en una bahía
situada en la costa norte de la isla de Madagascar (territorio que no
había sido reclamado hasta entonces por ninguna potencia colonial).
Estos piratas estaban comandados por el capitán Misson, un noble francés segundón, y por su lugarteniente, el exfraile dominico Caraccioli, un napolitano muy versado que había leído la Utopía de Tomás Moro, la República de Platón y La ciudad del sol de Campanella. Libertalia fue fundada, por tanto, atendiendo a las premisas de estas sociedades utópicas. En ella no existía la propiedad privada, reinaba la tolerancia y todos eran iguales sin distinción de origen, credo, raza o extracción social.
Se gobernaban democráticamente, acatando las decisiones
adoptadas por un Consejo que elegían entre todos y que renovaban cada
cierto tiempo e, incluso, hablaban una lengua propia, una especie de
esperanto, compuesta por la amalgama de muchas lenguas para que nadie se
sintiese discriminado o privilegiado. Se llamaban a sí mismos “liberis”
y a la lengua que hablaban, “liberi”, y su enseña era una bandera
blanca con un lema bordado en ella: A Deo a libertate, por Dios y por la
libertad.
Vivían de la rapiña, es cierto, pues eran piratas, pero en
sus capturas tomaban solo lo imprescindible, liberaban a los cautivos
―fuesen estos esclavos negros o blancos, o tripulantes descontentos
reclutados en levas forzosas― y respetaban la vida y la dignidad de los
aprehendidos, ofreciéndoles sumarse a ellos y convertirse en nuevos
liberis; en caso contrario, los dejaban libres después de tomarles, eso
sí, juramento de lealtad. Fueron los piratas “buenos” del Índico.
Libertalia perduró, al menos, durante veinte años. Y su final no llegó
porque faltase la concordia entre los liberis, sino porque fue atacada
por los nativos de los poblados vecinos.
Parece que el exfraile
Caraccioli murió allí mismo, durante la refriega; que el capitán Misson
logró huir a bordo de su fragata, la Victoire, aunque pereció en una
tormenta frente a las costas del cabo Infantes, cerca del cabo de Buena
Esperanza; y que el capitán Thomas Tew, otro famoso pirata que había
sido nombrado almirante de Libertalia, consiguió salvarse y regresar a
Rhode Island, su patria; sin embargo, Tew fue abatido por un tiro, algún
tiempo después, en aguas del mar Rojo durante una acción de abordaje.
En fin, que el único testimonio que quedó de la hermosa empresa de
Libertalia fue el de un marinero rochelés que falleció en una reyerta en
un puerto francés; entre sus escasas pertenencias fue hallado un
manuscrito que daba cuenta de la crónica de Libertalia… El manuscrito de
La Rochelle.
Hasta aquí, la leyenda. Porque el problema de Libertalia es, precisamente, el de su historicidad.
Sobre Libertalia solo existe una fuente documental conocida y esta no
es otra que la Historia general de los robos y asesinatos de los más
famosos piratas, firmada por el capitán Charles Johnson (aunque
atribuida comúnmente a Daniel Defoe). En el primer volumen, editado en
Londres en 1724, el autor presenta las biografías de diecisiete afamados
piratas contemporáneos suyos cuyo radio de acción principal lo
constituyó el mar Caribe. Cuatro años más tarde se publicó un segundo
volumen (cuyos dos primeros capítulos abordan el tema de Libertalia)
dedicado a las peripecias de los llamados piratas del Índico.
Y si bien,
en general, no existen dudas acerca de la veracidad de las biografías
recogidas en el primero de los dos volúmenes (pues los hechos narrados
se ciñen con bastante fidelidad a los reseñados en otros documentos
históricos de la misma época), no ocurre lo mismo en el caso del
segundo: es muy posible que al menos tres de las semblanzas de los
capitanes piratas que lo protagonizan sean pura invención del autor, a
saber, las de Misson, Lewis y Cornelius, ya que sus vidas y aventuras no
aparecen corroboradas en ningún otro texto, y que las andanzas del
capitán Thomas Tew (de quien se sabe con certeza que existió) sean un
tanto improbables.
Pero los problemas suscitados por Libertalia y por la Historia general no terminan aquí. Está la cuestión de la autoría del libro, que nunca ha dejado de ser un misterio. ¿Existió realmente el capitán Charles Johnson? A lo largo de casi trescientos años la pregunta no ha logrado ser contestada. Todo intento de rastrear su identidad en los archivos marítimos ingleses o franceses ha resultado un fracaso.
Algunos
estudiosos del tema, como Philip Gosse, han suscrito la idea de que el
capitán Charles Johnson fuera un verdadero capitán pirata retirado del
oficio, de ahí su necesidad de anonimato. Otros, en cambio, identifican
en él al escritor, periodista y propagandista político Daniel Defoe,
celebérrimo autor de Robinson Crusoe, El rey de los piratas y Las
aventuras del capitán Singleton. Pero en este caso la pregunta obvia,
que tampoco ha sido resuelta, es: ¿por qué recurrió Daniel Defoe al uso
de un seudónimo? ¿Capricho? ¿Necesidad?
La Historia general alcanzó un gran éxito de público ya con su primer volumen.
En él, además de las diecisiete biografías mencionadas y algunas
consideraciones generales sobre la piratería, se analizan sus peligros
para las naciones, sus causas y su posible remedio; los datos reales
predominan siempre sobre lo novelesco. El tono del segundo volumen es,
sin embargo, distinto: la figura del pirata aparece aquí idealizada como
rebelde social y no cabe ninguna duda de que fue esta nueva dimensión
heroica la que inspiró algún tiempo después a los poetas románticos,
como Byron y Espronceda.
Pero, aun siendo probablemente Libertalia una
especulación, lo cierto es que en aquellos años precarios de finales del
siglo XVII y principios del XVIII se crearon un buen número de
repúblicas piratas, tanto en aguas del Caribe ―en la isla Tortuga y en
Bahamas―, como en las del océano Índico ―en la propia Madagascar, en las
islas del canal de Mozambique y en Nosy Boraha (más conocida como isla
de Sainte Marie)―.
Todas estas repúblicas, efímeras repúblicas fundadas
por proscritos, tuvieron en común el modo de propiedad comunal, el
espíritu de tolerancia, el igualitarismo y la participación de todos sus
integrantes en la toma de decisiones.
Un hombre, una voz, un voto. Sin
importar razas ni credos. Tan solo la libertad. Todavía un hermoso
ejemplo.
Extraído de http://republicadelibertalia.blogspot.com.es
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