Ilustración con las principales
mujeres que han marcado la vida de Juan Carlos I. De ziquierda a
derecha: la reina Sofía, Gabriela de Saboya, Corinna zu
Sayn-Wittgenstein, Marta Gayà, Bárbara Rey y Olghina de Robilant
Las conversaciones grabadas por los servicios secretos españoles en las décadas de los 80 y 90 a relevantes personajes de la vida pública y económica española, entre ellos el propio rey Juan Carlos, han vuelto a reabrir viejas heridas en la casa real española y sacan de nuevo a la luz las relaciones sentimentales que mantuvo el monarca español durante los muchos años de su ya longeva vida.
Otro tsunami que acecha a la reina doña Sofía, que lo pasó realmente mal cuando en enero resurgió el escándalo de los amoríos de don Juan Carlos con la vedette murciana Bárbara Rey. También estaba implicado el servicio de espionaje español, que en este caso buscaba tapar el affaire.
De nuevo, doña Sofía está desolada, como sucedió semanas atrás cuando volvió a hablarse con detalle de la relación del rey emérito con la actriz Bárbara Rey. Ahora ha reaparecido el fantasma de Marta Gayà. En total, seis mujeres han marcado la vida de Juan Carlos I, como sucedió con el monarca inglés.
Las conversaciones grabadas por los servicios secretos españoles en las décadas de los 80 y 90 a relevantes personajes de la vida pública y económica española, entre ellos el propio rey Juan Carlos, han vuelto a reabrir viejas heridas en la casa real española y sacan de nuevo a la luz las relaciones sentimentales que mantuvo el monarca español durante los muchos años de su ya longeva vida.
Otro tsunami que acecha a la reina doña Sofía, que lo pasó realmente mal cuando en enero resurgió el escándalo de los amoríos de don Juan Carlos con la vedette murciana Bárbara Rey. También estaba implicado el servicio de espionaje español, que en este caso buscaba tapar el affaire.
El
pasado lunes la reina emérita asistió con don Juan Carlos al acto de la
imposición de la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio a
Francisco Luzón López. Se la vio, como siempre, impecable en las formas.
Casi todo el tiempo estuvo seria, pero incluso en algún momento dedicó
algún gesto de complicidad a su marido.
Sus más allegados dicen que de nuevo está desolada,
aguantando estoicamente un nuevo golpe. Y son ya muchos. La mala suerte
o el azar llevaron a que el cénit del escándalo del caso Bárbara Rey la
cogiera en España, con recepciones privadas y otros actos públicos
previstos como el que le obligó a acudir con Don Juan Carlos y
sus majestades Felipe VI y doña Letizia a la entrega de los Premios
Nacionales del Deporte (23 de enero de 2017).
Dicen sus allegados que a
la reina, más que los afectos, le duele mucho en lo personal que en el
recuerdo de sus casi 39 años de reinado junto a Juan Carlos I quede al
final un legado lleno de amantes y escándalos. Algo que ha pasado con muchos monarcas a lo largo de la Historia.
Históricamente, Enrique VIII
no tiene parangón. Pocos reyes han sido más famosos en Inglaterra y en
toda Europa que él por sus amoríos e infidelidades. Testarudo y
temperamental, consiguió muchos logros para una entonces pequeña
Inglaterra que seguía lamiéndose las heridas de lo perdido en Francia y
de una guerra civil que había asolado el país en décadas anteriores.
Nadie duda que creó las bases de lo que sería un imperio, pero todo ello
quedó eclipsado por sus relaciones amorosas y la
ruptura con Roma, en este caso bajo la influencia de una de sus amantes,
Ana Bolena. Esposas engañadas, repudiadas o ejecutadas.
También
el propio monarca fue víctima a menudo de intrigas, de las malas artes
de sus esposas, de consejeros poco competentes o de la mala fortuna.
Diferente peso, intensidad y consecuencias para la Historia tuvieron las
relaciones que mantuvo Enrique VIII con todas ellas: Catalina de Aragón, Ana Bolena, Juana Seymour, Ana de Cléveris, Catalina Howard y Catalina Parr. Mujeres que marcaron su vida.
Han pasado 470 años desde
que Enrique VIII reinase. Ahora es en otra Corte, la de España, donde el
escándalo se repite. Ambos monarcas tienen paralelismos, pero también
diferencias (Juan Carlos I solo se casó con una mujer, mientras que Enrique VIII se casó con seis).
Seis también han sido, al menos, las féminas que han marcado la vida
del hoy rey emérito de España: Doña Sofía, Corinna zu Sayn-Wittgenstein,
Marta Gayà, Bárbara Rey, Olghina de Robilant y Gabriela de Saboya.
Mujeres que perdieron la cabeza por el monarca.
Sofía de Grecia, la sufridora profesional
Su mujer, su única esposa.
Sofía de Grecia y Dinamarca conoció a don Juan Carlos en el verano de
1954 a bordo del yate Agamenón, un crucero que organizó su madre, la
reina Federica de Grecia. La futura reina de España tenía 15 años, y
Juan Carlos, 16. Los Reyes no congeniaron en aquella ocasión, ya que
ella estaba enamorada del entonces príncipe Harald de Noruega y él mantenía una relación con María Gabriela de Saboya.
Tres
años más tarde volvieron a encontrarse en la boda de uno de los hijos
del Conde de París y poco después, en el enlace de un pariente lejano de
don Juan Carlos, Antonio de Borbón Dos Sicilias.
Allí fue donde surgió
la chispa. El siguiente gran encuentro fue el 8 de junio de 1961, cuando
asistió en York a la boda de los duques de Kent. Por entonces, la
relación ya estaba consolidada. Desde ese momento se precipitaron los
acontecimientos.
La petición de mano se produjo el 13 de septiembre de 1961 en Lausana y la boda tuvo lugar en Atenas, el 14 de mayo de 1962.
A
pesar de lo que se vendió en aquellas fechas, don Juan Carlos y doña
Sofía siempre mantuvieron una relación de cariño mutuo y afecto real que
perduró hasta la llegada de la democracia a España.
Lo que ningún
experto en Casa Real pone en duda es que Juan Carlos I sí sacó un buen
partido de esta boda, pues se trataba de una princesa real. Podemos
decir que es como la Catalina de Aragón de Enrique VIII
para Juan Carlos I.
Primogénita de una casa real reinante, hija de
Pablo I de Grecia y la reina Federica, renunció a todos sus derechos al
convertirse al catolicismo tras su boda.
Doña
Sofía nació el 2 de noviembre de 1938 en el Palacio Real de Tatoi de
Atenas. La Segunda Guerra Mundial la obligó a pasar sus primeros años de
la infancia en Egipto, Sudáfrica y Londres, para regresar a Grecia en 1946.
Allí su padre fue coronado rey un año más tarde, tras la muerte de su
tío Jorge II. Vivió su juventud entre constantes fiestas y encuentros
reales, gracias a lo cual se fraguó su relación con Juan Carlos I.
Durante los primeros años de casados, los reyes de España convivieron como lo haría cualquier matrimonio al uso,
bajo el férreo control de la dictadura de Francisco Franco. Fueron los
años más sobrios para el matrimonio real, pues el dictador, que tenía al
príncipe sometido a un estricto control, no permitía ningún devaneo.
Dicen los expertos consultados que si hubiera habido alguno, habría
tenido lugar en algún viaje de don Juan Carlos fuera de España. Pero la
reina ni la opinión pública conocieron por entonces ninguno. Según ha
contado doña Sofía a sus más próximos, fueron los días más felices que
ha vivido en su matrimonio, a pesar de las privaciones económicas y del
control.
Tras la muerte de Franco en 1975 y la llegada de Adolfo Suárez, comienza el punto de inflexión en el matrimonio real. La libertad de acción que empezó a reinar en el pueblo español permitió a don Juan Carlos comenzar ciertos devaneos, recordando quizá el código moral de los Borbones.
La primera gran quiebra de la pareja se produjo en enero de 1976. Según se ha contado, la reina se desplazó con sus tres hijos a una finca en Toledo para dar una sorpresa a don Juan Carlos,
que estaba cazando. Pero la sorpresa se la llevó ella. Doña Sofía,
aparentemente enterada de esta sonada infidelidad, se marchó a la India
llevándose con ella a sus tres hijos sin aparente permiso explícito del
Gobierno.
Aquello dio lugar a una gran
rumorología, y se cubrió bajo la pantalla de un viaje de la reina y de
sus hijos a la ciudad de Madrás para visitar allí a su madre, la reina
Federica de Grecia. Parece que aquella marcha de la reina se debió a una relación del rey con una folclórica, que podría haber sido Sara Montiel.
Fue un punto y aparte. Su madre, su suegra y la abuela de su marido la
convencieron para que volviese. “Los españoles son muy malos maridos, y
los Borbones ni te cuento”, afirman que le dijo la reina Victoria
Eugenia. Doña Sofía decidió regresar. Pero cada uno comenzó a hacer su
vida, a dormir en dormitorios separados.
Desde
ese día, han sido cuatro décadas en la que ha asumido su papel como
reina. “La reina doña Sofía es una gran profesional”, ha dicho siempre
don Juan Carlos sobre ella. Ante los escándalos y supuestas
infidelidades del monarca, muchos han intentado buscar algún desliz de doña Sofía, pero no ha habido éxito.
Se llegó a especular que tenía una casa en Londres, donde mantenía sus
aventuras. Además, se la relacionó con un médico radicado en la capital
británica, también con un empresario con gustos afines por el arte, así
con uno de sus guardaespaldas. Pero nunca se demostró con pruebas. La
reina se refugióen sus hijos y nietos.
Los últimos escándalos de la cacería de Botsuana y el caso Urdangarin,
que alejó a su hija Cristina y a sus nietos fuera de España, han pesado
como una losa y han derrumbado parte del muro de naipes que fue
construyendo para protegerse. Todo ello provocó el fin del disimulo
realizado durante décadas.
Del mismo
modo, Catalina de Aragón pasó sus últimos días en soledad, apartada y
lejos de la Corte. Sofía sin esa soledad estricta, y aun participando en
algún acto institucional, se ha refugiado en su círculo familiar más cercano:
su prima Tatiana, sus hermanos Constantino e Irene.
Y también con sus
nietos: Felipe Juan Froilán, Victoria Federica, Juan, Pablo, Miguel,
Irene, Sofía y la futura reina de España, Leonor de Borbón y Ortiz .
Corinna zu Sayn-Wittgenstein, reina en la sombra
Enrique VIII tuvo como cuarta esposa a una princesa alemana, Ana de Cléveris. Don Juan Carlos tuvo a la princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein
(53 años) como una “amiga entrañable”.
La alemana (de soltera, Corinna
Larsen) y él se conocieron en una cacería en Ciudad Real, en 2004. Ella,
aunque aún no se había divorciado de su segundo marido
(el príncipe Johann Casimir zu Sayn-Wittgenstein), hacía ya vida
separada.
Desde entonces mantendría una larga relación con el rey
emérito no exenta de altibajos hasta hace poco. Don Juan Carlos la
introdujo en los círculos de la buena sociedad madrileña, presentándola
en cenas, acudiendo a monterías e incluso formando parte de la comitiva
real en viajes de Estado.
Corinna ha sido
una escaladora social toda su vida. Tras estudiar Relaciones
Internacionales en Ginebra, se fue a trabajar a París con 21 años. Tres
años después, contrajo matrimonio con Philips Adkins,
padre de su primera hija (Anastasia) y persona que mantuvo una relación
de confianza con Juan Carlos I hasta hace unos años.
De hecho, estaba en
la cacería de Botsuana junto al monarca y Corinna. En 2000, Corinna se
convirtió en princesa consorte al contraer matrimonio con el príncipe zu
Sayn-Wittgenstein, con el que tuvo un hijo, Alexander.
El acuerdo de divorcio
permitió a la aristócrata utilizar de manera vitalicia el título de
princesa y el apellido de la familia de su ex. El campo de acción de Zu
Sayn-Wittgenstein siempre ha estado en el Golfo Pérsico y en los países
de la extinta Unión Soviética.
Hay que recordar que la princesa era una de las organizadoras de cacerías para estos magnates a través de la influyente armería británica Boss, de la que era directora general.
La relación fue como una montaña rusa. Al menos dos veces Corinna quiso romper con don Juan Carlos
por no tolerar supuestamente las infidelidades del monarca.
Tras ello,
en 2009, Juan Carlos I vivió la época más intensa con la princesa
alemana.
Mantuvo contactos periódicos con ella hasta 2012, en un dúplex
del complejo de lujo Domaine Rochegrise en los Alpes, que después vendió
Corinna en 2013.
El dúplex era un lugar
de mucha más privacidad que la casita del recinto real en el monte del
Pardo habilitada para Corinna zu Sayn-Wittgenstein y su hijo.
Esa
casita, situada a menos de dos kilómetros del palacio de La Zarzuela,
conoció una ingente actividad social: desde el director del CNI, Félix
Sanz Roldán, hasta el exministro de Asuntos Exteriores, José Manuel
García Margallo.
El dúplex en Suiza, sin embargo, era su refugio más íntimo.
Don Juan Carlos pasó allí casi una semana en febrero de 2012,
coincidiendo con el décimo cumpleaños del hijo pequeño de Corinna. Fue
entonces cuando se comprometió con el niño a llevarlo a su primera
cacería en África, en Botsuana.
Y así lo hizo en abril de 2012, cuando
todo se torció. La madrugada del 14 de abril de 2012, un avión trasladó
de Botsuana a España al rey: tenía la cadera rota y había que ingresarlo
en el hospital San José de Madrid. Ese día estalló todo.
Corinna
abandonó su residencia de El Pardo, pero no se fue muy lejos del rey,
tan solo a 10 kilómetros de Zarzuela. Allí, al parecer, adquirió un
chalé en una exclusiva zona residencial de Somosaguas, con 500 metros
cuadrados distribuidos en dos plantas, y 2.915 de terreno destinado a
zonas ajardinadas y aparcamiento. Pero los acontecimientos se
desbordaron.
La opinión pública se abalanzó sobre el monarca, que tuvo que entonar el mea culpa.
Nos relatan conocidos miembros de la nobleza que don Juan Carlos se
“volvió loco y que no le importaba ya nada”.
Tras décadas de intento de
un aparente disimulo, conocido por muchos, el monarca quiso acabar de golpe con esa pantomima, divorciarse de doña Sofía y casarse con Corinna.
Pero esto no se produjo por dos razones. Por un lado, la propia Corinna
no quiso, según fuentes próximas a ella. Prefería ser “reina en la
sombra” antes que exponerse directamente a la opinión pública.
Por otro
lado, fue determinante el papel de uno de los amigos más fieles del rey,
el General del CNI Félix Sanz Roldán. El jefe de los servicios secretos
españoles visitó a la princesa consorte en Londres en junio del 2012,
en el hotel Connaugth, para pedirle que, por el bien de España,
terminara con la relación con rey y se apartara definitivamente de él.
En
estos últimos años, Corinna ha seguido con un papel estelar: más
discreto pero influyente. Retornó a su base de operaciones en Mónaco,
donde es una persona cercana al príncipe Alberto e,
incluso, enseñó “buenas formas” a su mujer, Charlène de Mónaco. Su
contacto con don Juan Carlos se ha reducido de forma importante en los
últimos años, aunque su poder sigue indemne.
Enrique
VIII compensó a su cuarta esposa, la princesa alemana Ana de Cléveris,
con diversas propiedades a pesar de que solo reinó durante siete meses.
Ana de Cleveris nunca dejó de acudir a la Corte y tener la gratitud del
monarca. Enrique VIII decretó que se le diera preferencia por delante de
todas las mujeres de Inglaterra, solo estaban por delante su esposa e
hijas.
Marta Gayà: el gran amor
Como han desvelado las conversaciones grabadas por el CNI, Marta Gayà fue el gran amor del rey emérito, como lo fue Juana Seymour para Enrique VIII. Sin embargo, la relación de Juan Carlos I con Marta Gayà fue larga, mientras que la de Enrique VIII con Juana Seymour se truncó por la muerte prematura de la misma.
La
mallorquina formaba parte del núcleo duro de amistades que rodeaban a
don Juan Carlos en la isla. Durante años disfrutaron de una relación que
era un secreto a voces. El rey, recién entrado en la cincuentena,
empezó a perder la cabeza rápidamente por ella: pasaban muchos fines de
semana juntos y otros períodos no vacacionales.
Ese amor le llevó a descuidar las obligaciones familiares e, incluso, las oficiales. En un principio, sus encuentros eran protegidos con gran cautela, pero no duró mucho.
La
reina Sofía fue una las primeras personas en enterarse. En una cena con
unos 200 comensales, en honor al multimillonario Aga Khan, llegaron el
rey, la reina y sus invitados ilustres. Sin embargo, todavía había una
mesa vacía. Ya casi en los postres, se presentaron el escritor José Luis
de Villalonga y Marta Gayà, así como el príncipe Tchokotua junto a su
mujer, Marieta Salas.
Y en lugar de enfadarse, el rey se levantó de la
silla y fue a saludarles efusivamente, gesto que denigró a la reina. Fue
una presentación relativamente pública de la relación de Juan Carlos I
con Marta Gayà, pero también un golpe muy duro para la reina Sofía.
La
relación sentimental fue más seria de lo habitual. Una relación que por
entonces hizo temblar seriamente la estabilidad del matrimonio real.
Marta llevó aquello muy discretamente a pesar de que era vóz pópuli.
De hecho, siempre intentó no dañar a doña Sofía.
Los encuentros tenían
lugar preferentemente en Mallorca, en Gstaad (Suiza) o en París, donde
ella se instalaba en casa de José Luis de Vilallonga a la espera de ser llamada por el rey.
Pero para don Juan Carlos no había, de nuevo, mesura alguna.
En un
momento muy duro para la vida de Marta Gayà, el rey no dudó en dejar sus
obligaciones como monarca y acudir junto a ella a Suiza, donde Marta se
había recluido con un estado de gran ansiedad en la finca del príncipe
georgiano Zourab Tchokotua, el gran confidente de don Juan Carlos
durante esos años.
El rey quería animar a la decoradora, que había sufrido un shock tras vivir in situ la muerte accidental del propietario de la compañía Spantax, Rudy Bay, y de su compañera, Marta Girod (amigos de ambos).
Todo ello provocó una pequeña crisis política, ya que el rey, que no tenía ningún viaje previsto en la agenda oficial, dejó incluso de sancionar algunas leyes publicadas en el BOE.
El entonces jefe de la Casa del Rey, Sabino Fernández Campo, que
siempre intentó aplacar las decisiones muchas veces impetuosas del
monarca, recomendó a don Juan Carlos que volviera rápidamente a España.
Don
Juan Carlos regresó el sábado 20 de junio por la mañana, despachó a
Felipe González antes del mediodía y comió en privado con el presidente
de Sudáfrica, Fredierik De Klerk, que estaba en Madrid de visita
oficial. Por la noche ya estaba de nuevo en Suiza.
Dejó
plantada a doña Sofía, entre lloros, en la celebración familiar del
último aniversario de don Juan Carlos, que cumplía 69 años, y que se
celebró en el Club Financiero de la calle Génova de Madrid.
La reina, al
día siguiente, sustituyó al monarca en la apertura de la Cumbre
Iberoamericana. La desaparición del rey desde el 15 al 23 de junio
levantó por primera vez en España todo tipo de especulaciones sobre una supuesta relación extramatrimonial.
El
escándalo continuó, primero con informaciones de medios extranjeros y
después con publicaciones en medios españoles como El Mundo o Época. La
confirmación pública de esta supuesta amistad provocó un terrible
abatimiento en la reina Sofía, como ha ocurrido ahora los artículos
sobre las grabaciones del CNI, en las que reconocía su gran y verdadero
amor.
Los servicios secretos españoles acusaron al exbanquero Mario Conde de la filtración.
También en el caso de Bárbara Rey estuvo, supuestamente, involucrado,
aunque queda claro que el propio CESID (hoy CNI) hacía un seguimiento y
grababa conversaciones sobre las relaciones de don Juan Carlos.
Además de doña Sofía, el chivo expiatorio de la relación con Marta Gayà fue Sabino Fernández Campo,
que acabó siendo sustituido como jefe de la Casa Real por Fernando
Almansa, acólito de Mario Conde. Después de ese verano tumultuoso, Marta
Gayà dejó de aparecer en las primeras planas de la prensa.
Ella vive
actualmente a medio camino entre su piso madrileño, su apartamento en
Palma y sus viajes por América y las Islas Griegas. Le gusta mucho el
mar, como a don Juan Carlos, con el que nunca ha perdido la amistad.
Amistad que sí perdió Enrique VIII con la muerte prematura de Juana
Seymour, a quien siempre llevó en el recuerdo hasta en el día de su
muerte. Fue enterrado junto a un estandarte con el nombre de su
verdadero amor.
Bárbara Rey: depositaria de intimidades
La vedette murciana Bárbara Rey es la que más se parece a la Ana Bolena de Enrique VIII. La relación más tórrida, sí, aunque por suerte la actriz no ha acabado sin cabeza.
Bárbara Rey no vive hoy sus mejores momentos. La relación con Juan Carlos I comenzó a principios de la Transición.
Se hicieron amigos por medio de Adolfo Suárez, otro amigo de la
entonces vedette en una etapa en la que ella apoyaba al líder de UCD.
La
relación, iniciada a comienzo de los 80, continuó de manera
intermitente a lo largo de muchos años. Hasta que un buen día, en junio
de 1994, don Juan Carlos de manera sutil le hizo saber que la historia había acabado.
Pero la presentadora de televisión disponía de todo un arsenal de
grabaciones y fotografías obtenidas en varios encuentros. Por alguna
razón desconocida, la vedette siempre había tenido la afición de dejar
constancia de las conversaciones privadas con sus parejas.
La discreción nunca ha sido nunca uno de los mejores atributos de Juan Carlos de Borbón, y con su supuesta amante hablaba sin tapujos de todos sus problemas,
incluyendo aspectos íntimos sobre la reina y el golpe militar del 23-F.
Durante esos años, parece que Bárbara Rey recibía de los fondos
reservados del Ministerio del Interior unas atribuciones de entre uno y
dos millones de pesetas, pero según algunas fuentes podrían ser más. Más
tarde, los agentes del CNI le abrieron una cuenta bancaria
en el Kredietbank de Luxemburgo, donde ingresaron 26'3 millones de
pesetas, según publicó Ok Diario.
Sin embargo, los ingresos se cortaron
cuando la relación se interrumpió. Fue cuando ella intentó llegar a un
acuerdo indicando que tenía material gráfico y audiovisual que podía
comprometer al rey.
Esta fue una relación discontinua,
de más de una década de duración, en la que la pasión se impuso por
encima de otros sentimientos y de la que muchos han intentado sacar
provecho. Como la que mantuvieron Ana Bolena y Enrique VIII. Fue tan
tórrida que llevó al rey a romper con la Iglesia católica para poder
casarse con ella. Eso sí, cuando Enrique VIII descubrió sus
infidelidades no dudó en pedir su cabeza.
Olghina de Robilant: "No puedo casarme contigo"
“Surgió un flechazo entre compañeros de mesa. Me enamoré como una colegiala. Era una relación alegre, simpática, sin pretensiones, sin compromisos”. Así definió la condesa Olghina Nicolis de Robilant
su sonadísimo romance que, con una fuerte carga sexual, tuvo durante
cuatro años.
Fue la Catalina Howard de don Juan Carlos: esplendorosa,
vivaz, risueña, con un largo historial de relaciones. Fue una relación
de locura la vivida con don Juan Carlos durante los años 50 y 60, a
medio camino entre Italia y Estóril (Portugal).
Aquella
relación, que para todos los círculos reales españoles no era la
adecuada, tuvo otra historia paralela. La oficial. La de las relaciones
entre el heredero al trono español y la hija de María Gabriela de
Saboya, hija del exiliado Rey de Italia Humberto II. “Sabes que estoy enamorado de ti como de ninguna otra chica hasta hoy.
Pero sabes también que, por desgracia, no puedo casarme contigo.
Debiendo, por tanto, escoger, creo que Gabriela es la más conveniente”,
llegó a declarar por carta don Juan Carlos a Olghina. Unas misivas que
la propia Olghina vendió en 1984 al editor del grupo Zeta, el ya
fallecido Antonio Asensio.
El editor catalán paró su publicación durante
algunos años tras una audiencia con el Rey en el Palacio de la
Zarzuela. Sin embargo, al menos, parte de ellas salieron a la luz en
Interviú en 1988.
Con 25 años, Olghina se convertía en madre soltera
para escándalo de la familia y, especialmente, de su madre, que no paró
hasta conseguir la custodia de su nieta Paola. Nunca ha revelado el
nombre del padre, aunque en 1989 el semanario Oggi publicó declaraciones
suyas asegurando que el progenitor era el Rey de España. Olghina lo
desmintió tajantemente.
Casi cinco siglos después, esta italiana de la dolce vita, también adelantada en su tiempo, gozó de una existencia parecida a la de Catalina Howard.
Sin embargo, la condesa Olghina hubiera acabado en algún cadalso u
hoguera inquisitoria de haberse relacionado con Enrique VIII.
Gabriela de Saboya: el primer destello
Se asemeja a la última mujer de un ya enfermo Enrique VIII, Catalina Parr,
ya que fue el amor más bucólico, la relación más discreta de don Juan
Carlos, al igual que la de Enrique VIII. Una relación muy semejante en
momentos de su vida muy diferentes. La relación que mantuvo el rey de
España con Gabriela de Saboya también se produjo años previos a su matrimonio con doña Sofía. Fue un periodo de efervescencia amorosa de don Juan Carlos.
"Juan Carlos era muy simpático. Yo lo quería mucho.
Íbamos al cine y al casino los domingos. Él no pasaba mucho tiempo en
Portugal porque estudiaba en el Palacio de Miramar (San Sebastián), pero
nos escribíamos muchas cartas", llegó a declarar Gabriela de Saboya.
El entonces príncipe bebía los vientos por aquella princesa, su gran amor de juventud para muchos, aunque ella le hacía sufrir por momentos eligiendo otras parejas para los bailes. De hecho, Gabriella de Saboya, ya había flirteado con varios jóvenes sin llegar nunca a comprometerse a fondo con ninguno.
Entre don Juan Carlos y Gabriela se fue forjando un noviazgo de juventud, él tenía fotos de ella en su cuarto de la Academia General Militar de Zaragoza.
Esta relación fue, con toda probabilidad, la de carácter más platónico
del monarca español. “Yo no tenía ningunas ganas de casarme, ni vocación
para ser reina”, afirmó Gabriela.
Lo que sí está claro para todos los
especialistas reales es que Gabriela de Saboya era la candidata con más
bendiciones de don Juan de Borbón para un posible matrimonio
de su hijo, aunque encaraba toda la oposición del General Franco. El
amor platónico de Gabriela de Saboya fue sustituido paralelamente por el
de Olghina Nicolis de Robilant.
Pero al margen, según la rumolorogía, hay otras intensas relaciones
amorosas. Muchas que se atribuyen al monarca español que van más allá de
estas seis mujeres que han marcado su vida.
En la rumolorogía hay todo
tipo de historias y vivencias. Desde la vedette Sara Montiel o la
alemana Julia Steinbusch, pasando por la actriz Sanda Mozarowsky o la cantante Paloma San Basilio, hasta la propia Diana de Gales.
Hoy nadie se aventura a poner cifras ni a separar lo que es rumor de lo que es realidad, pero lo que queda claro es que la vida amorosa de Juan Carlos I ha marcado finalmente su reinado.
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