Si entre la gente corriente son los borrachos y los
niños los que dicen siempre la verdad, en el mundillo político quienes
más se sinceran son aquellos dirigentes que hablan creyendo que nadie
les está grabando. Zaplana ya hizo en 1990, sin saber que la línea
telefónica estaba pinchada por la policía, una declaración de
intenciones de los fines que perseguía el homo popularis:
"Tengo que hacerme rico… tú pide la comisión y luego nos la repartimos
bajo mano".
A pesar de esta y muchas otras perlas de similar gravedad,
Aznar nombró ministro a este bronceado político que llegó, incluso, a
darnos lecciones de ética periodística tras el "atentado etarra" del
11M.
Si hubiéramos recordado esos sinceros deseos de forrarse que
expresó Zaplana en el 90, no nos habrían sorprendido tanto las hazañas
perpetradas por los Rato, Matas, Fabra, Granados, Bárcenas, etc., etc.
En esa misma línea de importancia habría que situar las intensas
aseveraciones del número dos del Grupo Parlamentario Socialista en una
reunión con miembros de sus Juventudes. Miguel Ángel Heredia habló como
los niños y los borrachos, diciendo lo que de verdad piensa un sector
muy mayoritario de la dirección del PSOE. El PP es el adversario, pero
Podemos es el enemigo; Rajoy será lo que sea, pero la hija de puta es
Margarita Robles.
Sin duda los gruesos exabruptos pueden ser fruto de un
calentón, como dijo el propio Heredia para excusarse, pero el trasfondo
de sus palabras tiene tanto valor como aquella confesión involuntaria
de Zaplana. No estamos ante los comentarios de un mindundi, sino ante el
que todos definieron como "los ojos y los oídos" de Susana Díaz en el
Congreso de los Diputados.
Son muchos, en la cúpula socialista, los que se sienten
inmensamente más cómodos negociando, charlando o comiendo con Rafael
Hernando o Soraya Sáenz de Santamaría que con Irene Montero o Pablo
Echenique; esos dirigentes se indignan más por la prepotencia del
enemigo Pablo Iglesias que por los sobres en B o los recortes del
adversario Rajoy.
Sin embargo, lejos de los despachos, con quienes buena
parte de los votantes socialistas comparten barrio, cañas, problemas y
airadas aunque reconducibles discusiones políticas, es con los
simpatizantes de la formación morada.
La enorme brecha existente en el
PSOE entre dirigentes y militantes/simpatizantes responde, por tanto y
al menos en parte, a la que podríamos denominar desde ahora como
"doctrina Heredia".
Este tema, la posición respecto
al PP y a Podemos, es una de las tres claves que, en mi humilde opinión,
marcan el actual proceso de primarias y de convulsión interna que vive
el PSOE. La segunda, vinculada en parte a la anterior, es el modelo de
toma de decisiones en el partido.
La tercera es, como siempre ocurre en
estos casos, la lucha por el poder orgánico en las distintas
federaciones que acaba generando insospechados compañeros de cama. Las
dos primeras son las únicas que se pueden analizar desde un punto de
vista lógico e ideológico y se podrían resumir en una disyuntiva: ¿debe o
no debe cambiar profundamente el PSOE?
El casi
unánime apoyo a Susana Díaz de los pesos pesados socialistas obedece a
su firme deseo de mantener el modelo tradicional de partido. Un partido
nada asambleario (Díaz dixit), en el que no se consultan las decisiones a
los militantes (Zapatero dixit) y que no debe cerrarse en banda a la
posibilidad de formar una gran coalición con el PP (González dixit).
No
es solo una alianza de necesidad para evitar que gane Sánchez, es sobre
todo un pacto de sangre para construir un PSOE en el que nunca pueda
surgir otro Sánchez. Es una apuesta a vida o muerte y por eso liquidaron
como liquidaron al anterior secretario general, aunque eran conscientes
del coste político que pagarían por ello.
Es por eso
por lo que varios barones han amenazado con abandonar sus cargos si el
voto de los militantes no se ajusta a sus deseos. Es por eso por lo que
apoyan a una candidata que, según todos los estudios demoscópicos, es la
peor valorada por sus votantes reales y potenciales.
Eran muchos los
lectores que la pasada semana, tras leer el riguroso análisis de Lluís
Orriols titulado " El (escaso) atractivo electoral de Susana Díaz",
se preguntaban por qué alguien con, aparentemente, tan pocas opciones
de ganar unas elecciones generales, contaba con el apoyo cerrado de los
Zapatero, Guerra, González, Chacón, Rubalcaba, Page, Lambán o Puig.
La
respuesta no está en el viento sino en el tempo: ahora de lo que se
trata es de domesticar un partido que había escapado a su control. Es
tiempo de que Susana reorganice un PSOE clásico, de aparato puro y duro.
Ya llegará el momento de preocuparse por las elecciones.
La posición de los susanistas, que son casi todos, es perfectamente
legítima y, lo que es más importante, ninguno de ellos esconde ni
enmascara sus intenciones: quieren su partido de siempre, con ligeros,
medidos y controlados toques de modernidad. Apuestan por lo clásico
frente a la nueva política.
Está por ver si aciertan con el modelo a
estas alturas del siglo XXI, pero esa es su libre y respetable elección.
La que resulta mucho menos clara y sincera es su estrategia sobre las
futuras alianzas electorales que, todo apunta, seguirán siendo
imprescindibles tras el fin del bipartidismo.
El
discurso oficial habla de oposición pura y dura al Gobierno del Partido
Popular, pero los hechos apuntan en otra dirección. Aunque no les guste
que se diga, resulta imprescindible recordar que el Rajoy de la
corrupción y los recortes es presidente del Gobierno gracias a la
abstención del nuevo PSOE.
No es un hecho aislado aunque tuviera mucho
de coyuntural. Felipe González llevaba desde 2014 dejando la puerta
abierta a una gran coalición con el PP. Su tesis fue sumando adeptos, en
público, pero sobre todo en privado, tras los comicios de 2015 y 2016.
Y
el resultado fue el que todos conocemos: el partido utilizó para el
"sí" los cinco millones y medio de votos que recibió para el "no es
no".
Eso es lo único que, en mi modesta opinión, no
resulta tolerable. Es legítimo que el PSOE se sienta más cerca, al menos
a nivel nacional, del PP que de Podemos, pero se lo debe decir con
claridad a sus posibles votantes. No es normal que los electores tengan
que enterarse de las verdaderas intenciones de los dirigentes
socialistas después de unas elecciones.
No es normal que deban esperar a
que a un niño, a un borracho o a un tal Heredia se le caiga del
bolsillo la piedra filosofal que nos permita descifrar el enigma: frente
al enemigo, lo lógico es acabar pactando con el adversario.
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