La corrupción de tu régimen aguirrista ha sido profunda y tenaz, tanto
que se apretaba a tu figura como para bailar un chotis en la
Pradera, llenando el espacio público madrileño y cubriéndolo todo
La corrupción no es sólo robar, Espe. No, ni
siquiera es haber hecho la vista gorda o no haber querido saber. No se
extingue en no haber sabido elegir y no haber querido vigilar. La
corrupción de tu régimen aguirrista ha sido profunda y tenaz; tanto que
se apretaba a tu figura como para bailar un chotis en la Pradera.
Y esa
densa y pegajosa materia acabó llenando el espacio público madrileño y
cubriéndolo todo.
Desde aquella mañana del tamayazo en que nos quedamos
suspendidos en el asombro nunca aclarado hasta que asistimos a la
consigna de revalidarte que concitó un afán electoral que ya dejaba
sentir el aliento del hooliganismo.
Después de aquello, Esperanza, todo cambió. Te dejaste acunar por el
corifeo de halagadores que te recordaban, como un coro griego, tu
llamado a ser la jefa suprema, tu cita histórica con los dioses
liberales que te harían darnos una Thatcher castiza y retrechera.
Y ahí
ya, Espe, se mascaba la tragedia porque mientras tú creías a pies
juntillas a los gomosos que te trasmutaban en lideresa de las esencias,
ya los demás veíamos que no habías dejado de ser la torpe ministra de
Cultura sobre la que aún corrían chistes.
Nos diste la razón porque la
inteligencia te hubiera llevado a desconfiar de los babosos y, sin
embargo, te dejaste acunar por sus cantos de sirena hasta creerte la
reina del mambo.
Empezó entonces tu reinado de chulapos y mamandurrias
porque tú, que las criticaste tanto, eras el sustrato perfecto para que
crecieran y acrecieran a los que a ti se acercaban.
Te movías altiva y
despreciativa buscando no ya el "plongeon" que dominaba la marquesa sino
ver el rastro sinuoso que los que eran capaces de arrastrase iban
dejando a tus pies.
Creyendo manejar, te manejaron.
Pusiste todo ese poder omnímodo que atesorabas en la cesta de los que
crearon el ominoso movimiento conspiracionista tras los terribles
atentados del 11-M. Fuiste conspiranoica, Espe, y tomaste venganza de
unos y otros. No fue el único Germán Yanke, ni servidora. Zarzalejos lo
contó en un libro.
Y tantos y tantos que eran para ti peones de un afán
insaciable por exhibir tu poderío. Algunas de las víctimas puede que no
fueran directamente tuyas sino de los esbirros que amamantabas y que
mentaban tu nombre para amparar cualquier fechoría.
En nombre de
Esperanza en Madrid se han decretado muertes civiles, se ha destrozado a
profesionales y se han truncado carreras y destinos.
Eso, Esperanza, también es corrupción aunque no esté escrita en el Código.
Se extraña ahora el público del lenguaje que utiliza tu Nacho para
referirse al Poder Judicial, pero no saben como yo que lo aprendió de
ti. Entrabas en los tribunales ordenando abrir registros sin importarte
que fuera competencia de los magistrados, exigías sentarte al mismo
nivel en sus estrados y cuando comías con ellos en fechas señaladas, les
tratabas con tal displicencia que sólo podía ser consecuencia del
enorme desprecio que, en el fondo, sentías por ellos.
Al menos esa
sensación me daba a mí que fui testigo.
Intentaste
manipular y presionar en todos aquellos casos que para ti eran
políticamente decisivos –me acuerdo de la ignominia del caso que
impulsaste contra el doctor Montes– y no te dolieron prendas ni a ti ni a
tus consejeros para intentar controlar más que los medios de la
Administración de Justicia, la Justicia administrada.
Algunos te
pusieron las uñas y otros, otros te rieron las gracias como Moix. Así
les fue a cada uno.
Luego vino el poner toda la
Comunidad en almoneda. En todas partes había nicho de negocio aunque
sobre todo para los que te rodeaban como se ha visto luego.
No voy a
extenderme mucho en tu megalómano proyecto de la Ciudad de la Justicia,
que impulsaste y defendiste y que tu querida mano derecha quiso dejar
amarrado a hoz y coz antes de tener que salir por pies, porque ya lo de
su ático apestaba.
Justicia poética debe ser que quien quiso trapacear
con las obras de la Justicia acabe entre sus engranajes.
También apostaste por Adelson. Estabas dispuesta incluso a modificar
normas y reglamentos y hasta a exigir al Gobierno central que se
cambiara las leyes penales para que el magnate del juego arrastrara
hasta Madrid su juego de trilero y las mafias que reinan en sus casinos
orientales.
No sólo a él. Criaste a tus pechos a toda una camada de
pseudo empresarios que han resultado de la ralea de los que dan con sus
huesos en prisión. Sin el escenario que les brindaste no hubieran podido
representar la sucia función con la que nos han espantado.
No todo era negativo. Hubo una casta de chupaculos que se llenaron los
bolsillos a nuestra costa para mejor darte con el hisopo. Usurpaste la
tele de todos los madrileños para convertirla en un patio de monipodio
en el que se pagaban cantidades imposibles a tus palmeros mientras se
consumía la savia de la empresa pública, quizá con el objeto de vaciarla
de contenido –como se hizo de trabajadores– para mejor echar sus
despojos en manos de los de turno.
Eso, Esperanza, también es corrupción moral.
Y, por no eternizarme, recordar que no sólo elegiste a los malos sino
que te desprendiste de los que no eran como ellos. Eso no deja de ser
sospechoso. En la pugna entre Alfredo Prada y González, apostaste todo
por tu Nacho. Prada, como Cobo, tuvo que poner pies en polvorosa de tu
reino aunque se refugiara en Génova, que ya ves tú cómo va.
Por eso, en este momento en el que ya sabes que el surco de la historia
se ha cerrado para ti, piensa en ese legado de lodo y polvo que dejaste
que se adueñara de Madrid.
Hoy hay gente sentada en la puerta viendo
pasar tu cadáver político –los que fueron tus víctimas– y gente –que fue
la tuya– que si no están encausados están saliendo en desbandada como
las innombrables cuando se enciende la luz de una cocina infestada.
No sólo es robar. No solo.
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