Unos por formar parte de una
organización criminal diseñada para delinquir. Otros por no alcanzar la
mínima capacidad intelectual, y política, exigible para ofrecer
esperanza, y alternativas, a los ciudadanos. Ya sabe usted a quienes me
refiero… Disuélvanse. Por el bien de la población, por la credibilidad
de la política, por el futuro de un país en descomposición.
En una tuerca de la silla de ruedas de Pablo Echenique, o si lo prefiere en un regüeldo de Íñigo Errejón, hay más talento que en las obras completas de Susana Díaz y Pedro Sánchez. Incluso si cuentan con la colaboración de Patxi López, convidado de piedra a una representación teatral en la que está condenado a interpretar un papel trágico (Judas). No les puede salvar ni Eduardo Madina, la sangre jóven de un partido fósil.
Los sermones de este último reflejan a
la perfección la crisis del PSOE. Madina pone rostro circunspecto, de
gran analista, y lanza discursos serios, trascendentales incluso,
pronunciados con voz grave y vocabulario rotundo, de diccionario de
términos políticos, que carecen del más mínimo contenido. El autor, en
su simpleza verbal, saborea con deleite su propio monólogo.
El oyente lo
olvida de inmediato: no dice nada, son solo palabras de político
engarzadas con un soniquete solemne. Es el vacío, la ausencia, el espejo
en que puede mirarse un PSOE que agoniza.
Lejos de cuestionarse su propia
mediocridad, de avergonzarse de su pabellón de momias giratorias, de
preguntarse qué están haciendo mal desde hace años, los socialistas
señalan con el dedo a la chavalería: “Los populistas, los populistas,
ellos tienen la culpa de todos nuestros males”.
Creen que Podemos quiere
acabar con el PSOE, cuando quizá solo pretendan despejar de telarañas
el camino hacia una nueva política: apártense a un lado, viejos
camaradas burgueses, y dejen que lo intente una nueva izquierda… de
izquierdas.
El PSOE y el PP son el pasado. Un
pasado, mediocre en el mejor de los casos, corrupto hasta las trancas en
el peor, al que se aferran todos aquellos que no quieren que nada
cambie. Desde las constructoras hasta los bancos pasando por, cómo no,
los grandes medios de comunicación.
Disuélvanse cuanto antes y tratemos
de salvar esta democracia enferma, birriosa, obscena.
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