Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


domingo, 21 de mayo de 2017

El texto del gran Julio Ortega que pongo como preámbulo a la viñeta está lleno de rabia y de impotencia y todo aquél que ame a las aves sufrirá con su lectura.


El texto del gran Julio Ortega que pongo como preámbulo a la viñeta está lleno de rabia y de impotencia y todo aquél que ame a las aves sufrirá con su lectura. Lo he releído y como siempre con todo lo que escribe... me sabe a poco...


Lo inserto con su permiso. He de reconocer que me daba un poco miedo poner esta viñeta, a pesar de que un agente forestal amigo me dijo que quien hace esto ya tiene todas las ideas y aún peores. 
 

Creo además que nunca leerán ni verán lo que aquí se dice aquellos que hacen estas cosas y aquellos que las pueden impedir. Hay que luchar para que estas prácticas que son residuales (creo) nunca más se hagan y tengan su castigo.


Palabras de Julio Ortega: 




Imagina que estás esperando un bebé y que mientras llega le construyes una cunita con tus manos.
Imagina que cuando tiene unos días de vida lo dejas un momento acostado en ella en lo que vas a la cocina a calentarle un biberón.





E imagina que cuando entras en la habitación con un “ya estoy aquí, mi niño”, descubres que la cuna no está y que tu hijo ha desaparecido.






Imagina ese momento, por favor, imagínalo no en una película ni en una novela, no para otra persona sino para ti, y cuando lo hagas sigue leyendo...




Es tan fuerte su sensación de impunidad que ni se molestan en esconder las pruebas vivas y dolientes de su crimen.





Y no es que la ley cure la miseria moral y el desprecio a la vida -las pulseras de alejamiento no inciden en la conciencia del rastrero sino en su miedo-, sin embargo, cuando la ley es efectiva, es decir, cuando se redacta con vocación de honestidad puede hacer aparecer en quien desea saltársela el temor a que se le aplique y al fin prevenir conductas indeseables en él, pero si el canalla la sabe papel mojado su perversión ya no tendrá ataduras.




Exhiben sin alarma ni pudor a las criaturas que robaron. Cuelgan las jaulitas en las paredes, las ponen encima de los coches, se pasean con ellas en la mano con la misma tranquilidad que un torero alza en las suyas las orejas del toro al que torturó y asesinó y así, a la vista de todos, cárceles del tamaño de una caja de zapatos, cada una con una víctima inocente en su interior, forman parte de un paisaje tan cotidiano como lo era el trasiego de carretas con cadáveres en los campos de exterminio.




Cualquiera puede contemplarlo y eso incluye a la policía que pasa al lado y sigue su camino sin inmutarse, aunque vean que tiene muy poco tiempo el pajarillo que hay dentro de esa celda donde sus alas son como la sal en la lengua de aquel al que se le niega el agua..




La compra-venta de fringílidos en Catalunya está prohibida y desde el aňo pasado no se permite su captura que, por supuesto, ni siquiera cuando estaba permitida autorizaba la caza de recién nacidos.
 



Esa gentuza despreciable, ruin, prescindible igual que lo es un tumor, escudriña los árboles y cuando ven un nido, por ejemplo de jilgueros, se suben a ellos y se lo llevan con los pichoncitos que hay en él. A veces no llegan a alcanzarlo y entonces agitan la rama mientras otro sinvergüenza espera abajo para detener con sus manos la caída de las crías.




Yo he sido testigo de cómo fallaba al intentar recogerlas y he visto un segundo después sus cuerpecitos minúsculos chafados contra la acera, porque esto lo hacen en las calles y en pleno día. 



Les da igual, se saben inmunes. No han redactado las leyes pero conocen cómo funcionan aquellas que les pueden afectar tan bien como cualquier juez.



—Había cuatro y uno se nos ha "matao" pero nos llevamos tres —escuché decir a uno de ellos, el que esperaba abajo, mientras sonreía.
 


El cuarto, de tan frágil y pequeño, no hizo ni el más leve ruido al golpear contra la acera. Tampoco él emitió sonido alguno. Murió como lo haría un bebé humano dormidito al que de pronto le dejasen caer encima un yunque de hierro: en silencio.



Sabemos que cuando una cría de pajarito es demasiado tierna su destino está sellado a menos que permanezca junto a la madre, por eso a veces, cuando estos infames ven que el pichón robado no es viable con los productos que les administran para a base de esteroides hacerlos más grandes, resaltar su colorido, estimular su canto y de paso romper su delicado corazón, dejan las jaulas accesibles al exterior en un intento de que esa madre los alimente.
 


Y alguien que conoce bien ese mundo me contó que efectivamente en ocasiones lo hacen, que les llevan comida a sus hijos y se la dan a través de los barrotes de la jaula, pero de vez en cuando ocurre algo: si tras unos días de proporcionarle sustento la hembra comprueba que su pequeňo crece pero que sigue allí encerrado y no puede salir, ella le entrega con su pico la liberación en forma de muerte y lo envenena.



Y ahora, malnacidos, habladme de maldad en esa decisión, que seguro sois capaces conociendo vuestra bajeza. ¿Maldad en la madre que lo alimentó para que no muriera?




No puedo pedirle a esa gentuza que encima jura que en esas jaulas de mierda los pájaros están mucho mejor que libres "porque no les falta de nada" -¿y el volar, miserable, también lo tienen?-, qué se pongan en su lugar y se imaginen el resto de sus tóxicas vidas encerrados en un ascensor, ni que piensen en la desesperación de la madre que no encuentra a sus crías al regresar al nido e incluso llega a matar a sus hijos presos en un acto de amor y dolor.




No porque sería cómo arrojar colonia en un estercolero, pero si puedo y debo exigir a las fuerzas de seguridad que dejen de hacerse los ciegos o los idiotas. Si es que hasta a tomar café se paran de uniforme en bares repletos de jaulas de estas en su interior y en su exterior. Y se lo beben, pagan y se van. Me imagino a los jauleros descojonándose de ellos mientras se alejan.




Hay personas bajo cuyos pies tendría que romperse la rama que los sostiene mientras están robando un nido, debería quebrarse igual que lo hacen al golpear en el suelo los huesecitos de un pajarillo que todavía no puede volar y que se precipitaran de cabeza contra la acera.




Ojalá el destino cerrase las bolsas de basura que la ley obliga a que sean verdes, que suena a ecológico, pero no le importa si permanecen abiertas, y ojalá más cuerpos acabasen en ataúdes y menos cuerpecitos en papeleras.




 Mi viñeta de hoy Domingo 21 de Mayo de 2017.


 Paco Catalán








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