Estaba hace unas semanas pidiendo el desayuno en
una remota ciudad perdida por la costa de África del Sur cuando empezó a
hablarme un tío más o menos de mi edad.
"¿Viajas sola?", me preguntó.
"Anda, qué valiente".
Y entonces empezó a hablarme del presunto asesinato de una turista en la costa hacía pocos meses.
Me quedé mirándolo. ¿Me estaba tomando el pelo?
Vale, puede que mi coleta y mi mono estuvieran pidiendo a gritos que me trataran como a una niña, pero este tío —por cierto, solo tres años mayor que yo— estaba hablándole a una treintañera que ha visto mundo y habla con fluidez el idioma local. ¿Por qué había sentido la necesidad de compartir su sabiduría? ¿Habría hecho lo mismo si yo fuera un tío cachas de la misma edad?
Desde el mismo momento en que tenemos la edad suficiente para emanciparnos, tenemos que ir puliendo un maldito sistema de evaluación de riesgos de última generación grabado a fuego en la mente. Aprendemos a planificar nuestros viajes, a vigilar nuestras bebidas, a permanecer alerta en el taxi ya entrada la noche, a cruzar la calle o a escabullirnos dentro de alguna tienda cuando tenemos la impresión de que un tío lleva siguiéndonos más tiempo del que nos gustaría.
Tío, ¿sabes lo que cansa todo eso? ¿Te das cuenta ahora de por qué todo ese rollo de caballero sobre por qué no conviene que vaya a pasear por la playa de noche es un poco innecesario?
Con esto no estoy diciendo que esté por encima de todo y que mis truquitos de viaje me hagan inmune al peligro. Pueden pasar cosas terribles en cualquier momento y lugar, pero adivina qué: son peligros que tenemos que afrontar a diario por ser mujeres, da igual en qué parte del mundo estemos.
Sé lo que estás pensando: "No te pases con el pobre chaval, mujer, que solo quería alejarte del peligro". Pero para mí, sus palabras solo reafirmaron lo poquísimo que muchos hombres saben sobre los extremos a los que tenemos que llegar día sí y día también para mantenernos a salvo y lo capacitadas que estamos para ello.
¿Es mucho pedir que cambiemos el cuento?
Sí, las mujeres que viajamos solas somos tremendamente valientes, pero no porque estemos recorriendo el mundo sin compañía, expuestas y vulnerables. Llevamos toda la santa vida haciendo eso. No, somos valientes porque creemos que podemos ir en busca de nuestros sueños, como haría cualquier hombre. Somos valientes porque queremos descubrir mundo y no estamos hechas para esperar a que se presente un hombre y nos acompañe.
Somos valientes porque hemos escogido sacudirnos los estereotipos que nos ponen límites y defender que somos fuertes, autosuficientes, que no tenemos miedo.
Y esto es lo que me habría gustado oír cuando le respondí que sí, que estaba viajando sola:
"¡Anda, qué guay!".
Son solo tres palabras, una de ellas cambiada, pero el significado es completamente diferente. Con este comentario, habría dado a entender que soy capaz de pasármelo genial y cuidar de mí misma, sin importar mi sexo.
Una gran reflexión.
Este post fue publicado originalmente en la edición británica del 'HuffPost' y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco
No hay comentarios:
Publicar un comentario
GRACIAS POR TU OPINION-THANKS FOR YOUR OPINION