Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


sábado, 8 de julio de 2017

SAN FERMIN



Y esto se supone que es lo más de lo más en diversión y adrenalina, ¿no? Una pandilla de tarados, a veces borrachos por el alcohol y casi siempre embriagados por su eterna tajada de cretinismo, que corren como papanatas entre toros, pensando que con eso ofrecen una fascinante demostración de habilidad y de huevos. 


Normalmente ellos están más interesados en fardar de lo segundo, como si el valor se midiese con magnitudes de estupidez o en tallas de crueldad, pero esto no es nuevo, ya sabían hace siglos que lo que la Naturaleza no da, Salamanca no presta. La frase sigue siendo vigente y los encierros de los Sanfermines son un buen ejemplo de ello.

Tal vez sea algo muy entretenido para ese fárrago de fanfarrones, aunque no siempre, porque su rostro petulante muda en espantado, y sus colosales testículos se transforman en guisantes agazapados en el interior de su pánico, cada vez que quedan a merced del toro. Pero ni en ese instante son conscientes de su necedad. 


Si salen ilesos del lance se jactarán de haber estado al borde la muerte. Si mueren, serán considerados por otros no más listos que ellos héroes. Lo cierto es que aquí muy pocos se atreven a llamarlos por su verdadero nombre: majaderos con más o menos suerte y un cerebro notoriamente perjudicado.

¿Y cuántos se preguntan cómo vive el toro los sanfermines? Porque esos no van voluntariamente. Son los esclavos al servicio de una fiesta ridicula y despiadada.

Estos animales sienten miedo durante el recorrido del encierro. Un entorno extraño, su pavor ante la muchedumbre y el aturdimiento por el ruido, el desasosiego frente una situación extrema y desconocida para ellos, les producen un profundo suplicio psicológico. 


Y por otra parte el daño físico, teniendo que correr sobre superficies a las que no están habituados, víctimas de resbalones y de torceduras de patas, que a menudo terminan con la rotura de sus huesos. Todos hemos visto cómo se estrellan contra las talanqueras al no poder coordinar sus movimientos en tales circunstancias. ¿De verdad tiene gracia?

Y no olvidemos que al fin, esos toros acabarán muriendo en la plaza esa misma tarde. El sufrimiento previo durante el encierro es sólo la antesala de un tormento mucho peor, más sangriento e intolerable todavía, cuyo momento álgido para esta horda de energúmenos, es la agonía y muerte del animal atravesado repetidas veces por la ferocidad y la imbecilidad humana.

Habría que saber qué opinaba San Fermín de todo esto. Murió decapitado, pero igual se hacía el haraquiri al ver las salvajadas que perpetran en su honor. 



Aquí, con llamarlas tradición, ya arreglan el asunto. Debe ser que la inteligencia y la sensibilidad tienen problemas para nadar o hacer montañismo, porque apenas penetraron en España.


 Julio.ortega





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