Todos los días y de forma masiva podemos
recopilar decenas de noticias basadas en información falsa o manipulada
difundidas a través de los medios corporativos occidentales. Pero hay
límites, incluso dentro del repugnante ejercicio de la manipulación
informativa, que si son rebasados dejan en evidencia a los propios
propagandistas hasta el punto de hacernos sentir vergüenza ajena a
quienes les escuchamos o leemos.
El último ejemplo de todo esto lo hemos
visto a raíz del ataque terrorista contra el Fuerte Paramacay situado en
la ciudad de Valencia en Venezuela ocurrido el pasado domingo 6 de
agosto. Este ataque fue calificado como un “alzamiento”, “levantamiento”
o “rebelión militar” por parte de algunos de los medios corporativos
occidentales más reconocidos.
Sin embargo, como reconocen los propios
medios en sus informes, dicho ataque terrorista fue protagonizado por un
sólo ex-militar, el ex-oficial de la Guardia Nacional Bolivariana Juan
Carlos Caguaripano, quien llevaba tres años prófugo de la justicia
venezolana por participar en otras intentonas golpistas anteriores
contra el presidente Nicolás Maduro. Este golpista reincidente que
reside en Miami (¡cómo no!) estuvo acompañado de otros nueve
delincuentes civiles contratados para la ocasión y que nada tienen que
ver con la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) (Ataque armado al Fuerte Paramacay: análisis y contexto, Misión Verdad, 6/8/2017)
A pesar de estas evidencias, esta acción
paramilitar encabezada por un sólo ex-militar y varios mercenarios
civiles es presentada mediáticamente como toda una “rebelión militar
apoyada por el pueblo” en contra del “régimen venezolano” y que
demostraría una “fractura en las fuerzas armadas venezolanas”. Fractura
que llevan años anunciando y nunca se produce, por eso tienen que
fabricarla.
No contentos con esta ridícula
conclusión, los medios corporativos occidentales (prensa, radio y
televisión) añaden que esta “rebelión” cuenta con un amplio “apoyo
civil”. Es decir, es una “rebelión cívico-militar”, según la calificaron
los propios golpistas y sus correligionarios mediáticos tratando de
equiparla con aquella verdadera rebelión cívico-militar que llevó a Hugo
Chávez al poder en 1999.
La prensa corporativa internacional no pudo
presentar ni una sola imagen o reporte que respaldara tal afirmación. En
las calles de Venezuela el pasado domingo no hubo ninguna manifestación
pública que avalara este inexistente “Golpe de Estado” y diera un
mínimo de credibilidad a esta interpretación torticera de los hechos.
Sólo los dirigentes golpistas de la oposición política (y los
grupúsculos violentos habituales) salieron a respaldar esta “rebelión
militar” imaginaria.
Obviamente este ataque terrorista también
fue apoyado y justificado por sus patrocinadores superiores en
Washington y Bruselas, tal y como hicieran en otras ocasiones anteriores
como en abril de 2002. (Golpe a un caudillo, editorial de El País, 13/4/2002)
El legítimo gobierno de Maduro y el
pueblo trabajador venezolano están sufriendo una estrategia de
desestabilización interna patrocinada y dirigida desde el exterior. La
guerra económica (acaparamiento de productos básicos, manipulación de la
tasa de cambio monetaria, las sanciones internacionales, el aislamiento
institucional y político a nivel regional, etc.) llevada a cabo por la
burguesía venezolana y el capital financiero anglosajón, así como el “terrorismo callejero”
o “terrorismo de baja intensidad” ejecutado por mercenarios pagados en
dólares por la oposición golpista, como el que vimos este domingo en el
Fuerte Paracumay o el que vemos a diario en algunos lugares muy
concretos de Venezuela (“casualmente” controlados por esa oposición),
forman parte de una estrategia violenta de desgaste que ya fue puesta en
marcha en otros lugares como Ucrania en 2013-2014 contra el gobierno
del derechista Yanukovich o muy anteriormente en el Chile del legendario
Salvador Allende en los años 70.
[leer también: Venezuela Freedom 2: se incrementa la escalada imperialista contra Venezuela (dirigentes españoles incluidos), El Mirador Global, 20/5/2016]
Las campañas “humanitarias” llevadas a
cabo por algunas ONGs y la manipulación informativa son también armas
psicológicas que utiliza el imperialismo occidental para adoctrinar a
las masas y lograr que apoyen sus “intervenciones humanitarias” contra
los Estados soberanos e independientes.
Frente a esta guerra híbrida y
multidimensional que sufre desde hace años el gobierno bolivariano de
Venezuela, el presidente electo Nicolás Maduro cuenta con un fuerte
apoyo de los militantes de base, de la clase obrera y las clases
populares beneficiadas por las políticas de la revolución y del ejército
venezolano que se mantiene leal a la Constitución Bolivariana aprobada
por el pueblo. También cuenta con el apoyo de la mayoría de movimientos
sociales, sindicatos de clase y organizaciones antimperialistas de
América Latina y del resto del mundo. Pero esto, que es mucho, puede no
ser suficiente cuando de lo que se trata es de repeler un “cambio de
régimen” orquestado desde Washington.
Imaginemos por un momento que Estados
Unidos (y sus “aliados”) ha encontrado el momento y la excusa perfecta
para intervenir militarmente contra Venezuela, algo que, por otra parte,
lleva años diseñando y por lo tanto no sería una hipótesis
descabellada. Si observamos el mapa regional y el contexto geopolítico
global, Venezuela está sola desde un punto de vista estratégico-militar.
En realidad Venezuela en estos momentos, en caso de producirse una
intervención militar extranjera, sólo podría contar con el apoyo
incondicional de Bolivia, Nicaragua y Cuba, básicamente, si damos por
perdido a Ecuador que se dispone a regresar al Consenso de Washington de la mano del nuevo presidente Lenín Moreno (escucha la entrevista a Amauri Chamorro,
Voces del Mundo, 5/8/2017).
Estos actores regionales tienen un gran
peso moral, político y diplomático a nivel regional para el gobierno de
Venezuela, pero son irrelevantes desde un punto de vista militar.
Venezuela no es Corea del Norte, no tiene
“dientes nucleares” para defenderse, ni sus fronteras limitan con Rusia
y China. Ni es miembro de ningún organismo regional de Defensa o de
Seguridad multiestatal que pudiera darle un apoyo militar que disuadiera
al enemigo. Tampoco cuenta con un compromiso firme de defensa del país
por parte de Rusia y China en caso de una invasión militar de la OTAN
contra Venezuela, a pesar del apoyo público de Moscú y Beijing al
gobierno de Maduro y de los importantes acuerdos estratégicos que ambas
potencias mantienen con Caracas.
No seamos ingenuos: ningún país que esté
en el punto de mira de Washington, y que militarmente no pueda hacerle
frente con sus propias armas y no cuente con el paraguas nuclear-militar
de las potencias eurasiáticas que hoy lideran el mundo, puede salir
vivo de una “intervención humanitaria” occidental. Los casos de Libia y
Siria, con finales muy distintos en cada caso, nos sitúan ante esta dura
realidad de nuestros tiempos. Gadafi estaba solo y fue asesinado
públicamente ante las carcajadas sicopáticas de Hillary Clinton por
televisión; Al Assad contaba con Rusia y el Eje de la Resistencia y tras ganar la guerra al terrorismo (patrocinado por la OTAN-CCG) se dispone a reconstruir su país junto a sus aliados.
¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el
gobierno de Venezuela para encontrar el apoyo militar directo de Rusia?
¿Hasta dónde está dispuesta a llegar Rusia en Venezuela? ¿Esta Venezuela
demasiado lejos de sus fronteras quizás? ¿Estarían las autoridades
rusas dispuestas a mirar pasivamente cómo las mayores reservas de
petróleo del mundo caen en manos de Estados Unidos al mismo tiempo que
la OTAN está asfixiando militarmente a Rusia (y a China)?
A principios del mes de junio de este año 2017 China incrementó sus acuerdos con Venezuela para explotar hasta 325.000 barriles diarios de petróleo procedentes
en su mayoría de la Faja del Orinoco, cuya enorme riqueza se disputan
todas las grandes empresas energéticas del mundo. Este tipo de acuerdos
estratégicos tiene una doble lectura: por un lado parece que obliga a
China (y a Rusia) a defender militarmente a Venezuela si fuese necesario
para defender sus propios intereses. Pero por otro lado, también
incrementa la necesidad y las prisas del Imperio yanqui y sus
corporaciones por derrocar al gobierno de Maduro para robarle sus
recursos y debilitar a sus principales competidores por la hegemonía
mundial.
A día de hoy es una incógnita saber (al
menos para mi) con qué escenario geopolítico mundial inmediato nos
encontraríamos si Venezuela fuese atacada militarmente. Si el gobierno
de Nicolás Maduro lograra despejar a su favor esta incógnita
estratégica, el conflicto interno se desactivaría como por arte de
magia. Es decir, que si Vladimir Putin y Nicolás Maduro comparecieran
mañana ante los medios internacionales para anunciar la instalación de
una base militar rusa en territorio venezolano, los terroristas
callejeros y los “patrióticos” golpistas y demás mercenarios tendrían
que buscarse otro trabajo, como está ocurriendo en Siria e Irak; y los
dirigentes políticos opositores regresarían definitivamente a sus casas
de lujo en Miami o Nueva York para gestionar su abundante patrimonio.
Otra cuestión diferente sería analizar si
el decadente imperio estadounidense está o no en condiciones de
emprender una guerra contra Venezuela en el momento de mayor crisis
desde la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos acaba de recibir una
clamorosa derrota en Siria; Trump se dispone a iniciar una (suicida)
guerra geoeconómica y comercial contra China y Alemania; la economía de
Estados Unidos presenta problemas estructurales graves; y todo esto al
mismo tiempo en que se está librando una guerra civil interna entre las
élites políticas y económicas estadounidenses por imponer su agenda y
sus propios intereses.
Todavía estamos a tiempo de presionar
desde todos los frentes para evitar una desesperada guerra imperialista
por su propia supervivencia contra un pueblo digno y su legítimo
gobierno.
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