Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


martes, 8 de agosto de 2017

¿Quién defiende a Venezuela?


Todos los días y de forma masiva podemos recopilar decenas de noticias basadas en información falsa o manipulada difundidas a través de los medios corporativos occidentales. Pero hay límites, incluso dentro del repugnante ejercicio de la manipulación informativa, que si son rebasados dejan en evidencia a los propios propagandistas hasta el punto de hacernos sentir vergüenza ajena a quienes les escuchamos o leemos.


El último ejemplo de todo esto lo hemos visto a raíz del ataque terrorista contra el Fuerte Paramacay situado en la ciudad de Valencia en Venezuela ocurrido el pasado domingo 6 de agosto. Este ataque fue calificado como un “alzamiento”, “levantamiento” o “rebelión militar” por parte de algunos de los medios corporativos occidentales más reconocidos.


 Sin embargo, como reconocen los propios medios en sus informes, dicho ataque terrorista fue protagonizado por un sólo ex-militar, el ex-oficial de la Guardia Nacional Bolivariana Juan Carlos Caguaripano, quien llevaba tres años prófugo de la justicia venezolana por participar en otras intentonas golpistas anteriores contra el presidente Nicolás Maduro. Este golpista reincidente que reside en Miami (¡cómo no!) estuvo acompañado de otros nueve delincuentes civiles contratados para la ocasión y que nada tienen que ver con la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) (Ataque armado al Fuerte Paramacay: análisis y contexto, Misión Verdad, 6/8/2017)


A pesar de estas evidencias, esta acción paramilitar encabezada por un sólo ex-militar y varios mercenarios civiles es presentada mediáticamente como toda una “rebelión militar apoyada por el pueblo” en contra del “régimen venezolano” y que demostraría una “fractura en las fuerzas armadas venezolanas”. Fractura que llevan años anunciando y nunca se produce, por eso tienen que fabricarla.
No contentos con esta ridícula conclusión, los medios corporativos occidentales (prensa, radio y televisión) añaden que esta “rebelión” cuenta con un amplio “apoyo civil”. Es decir, es una “rebelión cívico-militar”, según la calificaron los propios golpistas y sus correligionarios mediáticos tratando de equiparla con aquella verdadera rebelión cívico-militar que llevó a Hugo Chávez al poder en 1999.


 La prensa corporativa internacional no pudo presentar ni una sola imagen o reporte que respaldara tal afirmación. En las calles de Venezuela el pasado domingo no hubo ninguna manifestación pública que avalara este inexistente “Golpe de Estado” y diera un mínimo de credibilidad a esta interpretación torticera de los hechos. Sólo los dirigentes golpistas de la oposición política (y los grupúsculos violentos habituales) salieron a respaldar esta “rebelión militar” imaginaria.


Obviamente este ataque terrorista también fue apoyado y justificado por sus patrocinadores superiores en Washington y Bruselas, tal y como hicieran en otras ocasiones anteriores como en abril de 2002. (Golpe a un caudillo, editorial de El País, 13/4/2002)


El legítimo gobierno de Maduro y el pueblo trabajador venezolano están sufriendo una estrategia de desestabilización interna patrocinada y dirigida desde el exterior. La guerra económica (acaparamiento de productos básicos, manipulación de la tasa de cambio monetaria, las sanciones internacionales, el aislamiento institucional y político a nivel regional, etc.) llevada a cabo por la burguesía venezolana y el capital financiero anglosajón, así como el “terrorismo callejero” o “terrorismo de baja intensidad” ejecutado por mercenarios pagados en dólares por la oposición golpista, como el que vimos este domingo en el Fuerte Paracumay o el que vemos a diario en algunos lugares muy concretos de Venezuela (“casualmente” controlados por esa oposición), forman parte de una estrategia violenta de desgaste que ya fue puesta en marcha en otros lugares como Ucrania en 2013-2014 contra el gobierno del derechista Yanukovich o muy anteriormente en el Chile del legendario Salvador Allende en los años 70.




Las campañas “humanitarias” llevadas a cabo por algunas ONGs y la manipulación informativa son también armas psicológicas que utiliza el imperialismo occidental para adoctrinar a las masas y lograr que apoyen sus “intervenciones humanitarias” contra los Estados soberanos e independientes.



La debilidad de Venezuela ante una intervención militar imperialista


Frente a esta guerra híbrida y multidimensional que sufre desde hace años el gobierno bolivariano de Venezuela, el presidente electo Nicolás Maduro cuenta con un fuerte apoyo de los militantes de base, de la clase obrera y las clases populares beneficiadas por las políticas de la revolución y del ejército venezolano que se mantiene leal a la Constitución Bolivariana aprobada por el pueblo. También cuenta con el apoyo de la mayoría de movimientos sociales, sindicatos de clase y organizaciones antimperialistas de América Latina y del resto del mundo. Pero esto, que es mucho, puede no ser suficiente cuando de lo que se trata es de repeler un “cambio de régimen” orquestado desde Washington.


Imaginemos por un momento que Estados Unidos (y sus “aliados”) ha encontrado el momento y la excusa perfecta para intervenir militarmente contra Venezuela, algo que, por otra parte, lleva años diseñando y por lo tanto no sería una hipótesis descabellada. Si observamos el mapa regional y el contexto geopolítico global, Venezuela está sola desde un punto de vista estratégico-militar. En realidad Venezuela en estos momentos, en caso de producirse una intervención militar extranjera, sólo podría contar con el apoyo incondicional de Bolivia, Nicaragua y Cuba, básicamente, si damos por perdido a Ecuador que se dispone a regresar al Consenso de Washington de la mano del nuevo presidente Lenín Moreno (escucha la entrevista a Amauri Chamorro, Voces del Mundo, 5/8/2017). 


Estos actores regionales tienen un gran peso moral, político y diplomático a nivel regional para el gobierno de Venezuela, pero son irrelevantes desde un punto de vista militar.


Venezuela no es Corea del Norte, no tiene “dientes nucleares” para defenderse, ni sus fronteras limitan con Rusia y China. Ni es miembro de ningún organismo regional de Defensa o de Seguridad multiestatal que pudiera darle un apoyo militar que disuadiera al enemigo. Tampoco cuenta con un compromiso firme de defensa del país por parte de Rusia y China en caso de una invasión militar de la OTAN contra Venezuela, a pesar del apoyo público de Moscú y Beijing al gobierno de Maduro y de los importantes acuerdos estratégicos que ambas potencias mantienen con Caracas.


No seamos ingenuos: ningún país que esté en el punto de mira de Washington, y que militarmente no pueda hacerle frente con sus propias armas y no cuente con el paraguas nuclear-militar de las potencias eurasiáticas que hoy lideran el mundo, puede salir vivo de una “intervención humanitaria” occidental. Los casos de Libia y Siria, con finales muy distintos en cada caso, nos sitúan ante esta dura realidad de nuestros tiempos. Gadafi estaba solo y fue asesinado públicamente ante las carcajadas sicopáticas de Hillary Clinton por televisión; Al Assad contaba con Rusia y el Eje de la Resistencia y tras ganar la guerra al terrorismo (patrocinado por la OTAN-CCG) se dispone a reconstruir su país junto a sus aliados.


¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el gobierno de Venezuela para encontrar el apoyo militar directo de Rusia? ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar Rusia en Venezuela? ¿Esta Venezuela demasiado lejos de sus fronteras quizás? ¿Estarían las autoridades rusas dispuestas a mirar pasivamente cómo las mayores reservas de petróleo del mundo caen en manos de Estados Unidos al mismo tiempo que la OTAN está asfixiando militarmente a Rusia (y a China)?


A principios del mes de junio de este año 2017 China incrementó sus acuerdos con Venezuela para explotar hasta 325.000 barriles diarios de petróleo procedentes en su mayoría de la Faja del Orinoco, cuya enorme riqueza se disputan todas las grandes empresas energéticas del mundo. Este tipo de acuerdos estratégicos tiene una doble lectura: por un lado parece que obliga a China (y a Rusia) a defender militarmente a Venezuela si fuese necesario para defender sus propios intereses. Pero por otro lado, también incrementa la necesidad y las prisas del Imperio yanqui y sus corporaciones por derrocar al gobierno de Maduro para robarle sus recursos y debilitar a sus principales competidores por la hegemonía mundial.


A día de hoy es una incógnita saber (al menos para mi) con qué escenario geopolítico mundial inmediato nos encontraríamos si Venezuela fuese atacada militarmente. Si el gobierno de Nicolás Maduro lograra despejar a su favor esta incógnita estratégica, el conflicto interno se desactivaría como por arte de magia. Es decir, que si Vladimir Putin y Nicolás Maduro comparecieran mañana ante los medios internacionales para anunciar la instalación de una base militar rusa en territorio venezolano, los terroristas callejeros y los “patrióticos” golpistas y demás mercenarios tendrían que buscarse otro trabajo, como está ocurriendo en Siria e Irak; y los dirigentes políticos opositores regresarían definitivamente a sus casas de lujo en Miami o Nueva York para gestionar su abundante patrimonio.


Otra cuestión diferente sería analizar si el decadente imperio estadounidense está o no en condiciones de emprender una guerra contra Venezuela en el momento de mayor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos acaba de recibir una clamorosa derrota en Siria; Trump se dispone a iniciar una (suicida) guerra geoeconómica y comercial contra China y Alemania; la economía de Estados Unidos presenta problemas estructurales graves; y todo esto al mismo tiempo en que se está librando una guerra civil interna entre las élites políticas y económicas estadounidenses por imponer su agenda y sus propios intereses.


Todavía estamos a tiempo de presionar desde todos los frentes para evitar una desesperada guerra imperialista por su propia supervivencia contra un pueblo digno y su legítimo gobierno.







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