Reflexiones en defensa propia
Los periódicos comenzaron a existir para decir la verdad
y hoy existen para impedir que la verdad se diga.”
(G. K. Chesterton, 1917)
En los últimos días, en coincidencia con
la decisión de Cambiemos de hacer de Venezuela uno de sus ejes de
campaña, fui sometido a un ataque sin precedentes desde las ciudadelas
de la oligarquía mediática argentina a propósito de mis opiniones acerca
de lo que está ocurriendo en aquel país. Periodistas y académicos
unieron sus fuerzas para no sólo disentir con mis ideas sino también
para lanzar toda suerte de agravios sobre mi persona.
No tiene sentido
referirme a cada uno de sus autores por separado, y esto por dos
razones. Primero, porque en el fondo su discurso es el mismo: variantes
de un mismo guión dictado desde Washington, reciclado por sus acólitos
neocoloniales y lanzado por ellos a través de los “medios
independientes” (¿independientes de quiénes?) para hostilizar a quienes
piensan distinto. Segundo, porque
individualizarlos sería conferirles a los autores de tales libelos una dignidad que su estatura intelectual y moral hace totalmente inmerecida. Dicho esto, en lo que sigue, va mi respuesta.
individualizarlos sería conferirles a los autores de tales libelos una dignidad que su estatura intelectual y moral hace totalmente inmerecida. Dicho esto, en lo que sigue, va mi respuesta.
Uno. En Venezuela la oposición está
compuesta por dos sectores. Uno, que acepta al diálogo con el gobierno.
Otro, totalmente opuesto a él y dispuesto a quebrar el orden
constitucional y derrocar a Nicolás Maduro apelando a cualquier recurso,
legal o ilegal. Desgraciadamente, esta fracción ha sido la que hasta la
semana pasada ha hegemonizado la oposición amenazando al sector
dialoguista con una brutal represalia si cedía a los llamados del
gobierno. [1] Conversar con éste equivalía, para los violentos, a
una infame traición a la patria, merecedora de los peores castigos.
Este grupo extremista y fascista hasta el tuétano, venía conspirando
contra la democracia desde el fallido golpe de estado del 11 de abril
del 2002 y sus principales líderes: Leopoldo López, Henrique Capriles,
Antonio Ledezma, Freddy Guevara, Julio Borges y María Corina Machado
apoyaron abiertamente aquel golpe. Machado, una de las “demócratas” de
hoy, fue firmante del Acta de Juramentación de la nueva junta de
gobierno presidida por el empresario Pedro Carmona Estanga. En dicha
acta se cancelaban las libertades públicas, se abolían todas las leyes
producidas por el chavismo y se decretaba la cesación en sus cargos de
todas las autoridades electas y los parlamentarios y ediles del país.
Estos fascistas fueron los que, bajo el liderazgo de Leopoldo López,
organizarían la sedición de febrero del 2014 –significativamente llamada
“Operación Salida”- una vez consumada la derrota del candidato Henrique
Capriles en las elecciones presidenciales convocadas luego de la muerte
de Hugo Chávez.
La “Operación Salida” adoptó las tácticas violentas de
control de la calle aconsejadas en diversos manuales de la CIA y en la
obra de uno de sus máximos teóricos, Eugene Sharp. Aquellas contemplaban
la realización de atentados de todo tipo a instalaciones públicas,
autobuses colectivos, erección de barricadas armadas (“guarimbas”)
impidiendo que la gente saliera de sus hogares y matanza indiscriminada
de personas para aterrorizar a la población. A diario López declaraba
que esta insurrección sólo cesaría con la renuncia de Maduro. Finalmente
se restableció el orden público
, pero con un saldo luctuoso de 43 muertos. López fue apresado y enviado a la justicia donde, como veremos más abajo, recibió una moderada condena, desproporcionada en relación a los crímenes cometidos.
, pero con un saldo luctuoso de 43 muertos. López fue apresado y enviado a la justicia donde, como veremos más abajo, recibió una moderada condena, desproporcionada en relación a los crímenes cometidos.
Este mismo grupo
es el que en abril de este año relanzó la segunda fase de la estrategia
insurreccional, pero incrementando exponencialmente la violencia de sus
actos e introduciendo macabras innovaciones en sus tácticas de
“oposición democrática”: arrojar bombas incendiarias sobre jardines
infantiles y hospitales y, como en los viejos tiempos de la Inquisición,
quemando vivas a personas cuyo pecado fuese tener el color de piel
incorrecto según el criterio de los terroristas. Cuando al describir
este deplorable escenario utilicé la expresión “aplastar a la oposición”
era obvio para cualquier lector atento de mi artículo que me estaba
refiriendo a este sector y no a quienes deseaban una salida pacífica,
como felizmente parece estar en marcha en estos últimos días.
Cualquier
interpretación en contrario sólo puede ser producto de la mala fe. Pero
fue dicha lectura la que originó la primera ronda de críticas e
insultos.
Dos, si algo revela la monumental
hipocresía de mis censores es su sepulcral silencio a la hora de
proponer alguna alternativa para detener la violencia en Venezuela.
Críticos que en su enorme mayoría no conocen ese país, que jamás
estuvieron en él, ignoran su historia y no tienen amigos o parientes
viviendo allí se dan el lujo de agraviar a quien piense de otra manera.
Mi preocupación obsesiva por el deterioro de una situación que podría
desembocar en una orgía de muerte y destrucción se funda en la necesidad
de evitar para Venezuela -y para los amigos que tengo en ambos lados,
en el chavismo y en la vereda de enfrente- un final apocalíptico. No es
el caso de mis censores, a quienes en su condición de obedientes
publicistas de la derecha – la de aquí y la de allá, y sobre todo la de
“más allá”, en Washington- se les ordenó que descarguen toda su
artillería contra quienes tuviéramos la osadía de defender el orden
institucional en Venezuela. Mil veces hice la pregunta: ¿cómo se detiene
la violencia iniciada, nuevamente por la derecha golpista, y ante la
cual la respuesta del Estado fue débil e insuficiente? Las respuestas
casi siempre fueron evasivas, pero cuando les exigía mayores precisiones
lo que decían era: “renuncia de Maduro y convocatoria a elecciones
presidenciales.”
Es decir que estos severos críticos de mis opiniones,
autoproclamados (pero inverosímiles) custodios de la libertad, los
derechos humanos y la democracia, no son otra cosa que vergonzantes
apologistas de la fracción terrorista de la oposición. Lo que quieren
estos furiosos escribas es nada menos que el triunfo de la sedición, la
victoria de los golpistas, el retorno de los fascistas y la destrucción
del Estado de derecho. O sea, quieren exactamente lo mismo que la
pandilla de López y sus compinches. Son, por lo tanto cómplices, cuando
no autores intelectuales o legitimadores post bellum, de la
barbarie desatada por la derecha. En su desesperación por acabar con el
chavismo apelan a una retórica que sólo en apariencia es democrática. Lo
que hay debajo de sus huecas palabras es una afrenta a los valores
humanísticos que dicen defender.
Tendrán que hacerse cargo de su
apología de la violencia. Porque, en la reseca llanura de la política
latinoamericana, con tantas “democracias” que empobrecen, marginan y
lanzan a la desesperación a millones de personas no sería de extrañar
que fuera de Venezuela surjan grupos que ante el ostensible vaciamiento
del proyecto democrático decidan también ellos apelar a la violencia
para derrocar gobiernos que los hambrean y embrutecen. Si los sedicentes
custodios de la democracia aprobaron esa metodología en Venezuela, ¿la
apoyarán también cuando se ensaye en otros países? ¿Qué van a decir
entonces: ¿Que saquear, incendiar, matar y quemar vivas a personas está
bien en Venezuela pero estaría mal en Colombia, Argentina, México? ¿No
les suena un poquitín incoherente exaltar la vía insurreccional en
contextos laboriosamente democráticos y que tanto costó construir?
Tres, decíamos más arriba que esta
ofensiva se produce en momentos en que el gobierno argentino hizo de
Venezuela uno de los ejes de su campaña electoral. Este sábado fue la
punta de lanza para suspender a Venezuela del Mercosur, violando las
normas del Mercosur y la Carta Democrática establecida en el Protocolo
de Ushuaia, y los ataques tienen que ver con eso pero también con algo
más. Obedientes, los escribidores y charlistas de los medios hegemónicos
arremeten con saña contra cualquiera que defienda al gobierno legal,
legítimo y constitucional de Nicolás Maduro. La voz del amo imperial les
exige que digan que su gobierno es una feroz dictadura, una manzana
podrida en el cajón donde brillan las ejemplares democracias de
Argentina, Brasil y Paraguay, dignas herederas de la democracia
ateniense y sus grandes líderes como Pericles, Solón y Clístenes, que
empalidecen cuando se los compara con sus actuales sucesores
sudamericanos.
Tremenda dictadura la de Maduro en donde, seguramente al
igual que en tiempos de Videla, Pinochet y Strossner, sus opositores
pueden ir a Estados Unidos para solicitar la intervención armada de ese
país en Venezuela, como lo hiciera el presidente de la Asamblea Nacional
Julio Borges en su visita al Jefe del Comando Sur, Almirante Kurt Tidd,
y regresar al país sin ser molestado por las autoridades, conservar su
inmunidad parlamentaria, ofrecer conferencias de prensa y entrevistas en
numerosos medios nacionales e internacionales y proseguir con su
actividad proselitista sin ninguna clase de limitaciones.
Seguramente
ocurriría lo mismo con los opositores en las dictaduras de Videla,
Pinochet y Stroessner.
Este es un ejemplo entre muchos otros. Uno más:
en Venezuela la mayoría de los medios de comunicación son contrarios al
gobierno y las grandes cadenas de noticias internacionales tienen sus
corresponsales instalados en aquel país que día a día “malinforman” o
“desinforman” al resto del mundo sobre lo que ocurre en Venezuela sin
ninguna clase de restricciones. Es que la “posverdad” y la “plusmentira”
se convirtieron en monedas corrientes en los medios hegemónicos.
Conviene reproducir aquí lo que
recientemente escribiera Boaventura de Sousa Santos, profesor de la
Universidad de Wisconsin y uno de los más distinguidos sociólogos y
juristas contemporáneos.
Luego de adherir a un manifiesto de
intelectuales críticos del gobierno de Nicolás Maduro, de Sousa Santos
sintió la necesidad de escribir un artículo porque, según sus palabras,
“estoy alarmado con la parcialidad de la comunicación social europea,
incluyendo la portuguesa, sobre la crisis de Venezuela, una distorsión
que recorre todos los medios para demonizar un gobierno legítimamente
electo, atizar el incendio social y político y legitimar una
intervención extranjera de consecuencias incalculables.”
Y, poco más
adelante, en ese mismo artículo, nuestro autor, cuya autoridad
científica y moral convierte a mis críticos en deformes pigmeos, termina
diciendo que “El gobierno de la Revolución bolivariana es
democráticamente legítimo. A lo largo de muchas elecciones durante los
últimos veinte años, nunca ha dado señales de no respetar los resultados
electorales. Ha perdido algunas elecciones y puede perder la próxima, y
solo sería criticable si no respetara los resultados. Pero no se puede
negar que el presidente Maduro tiene legitimidad constitucional para
convocar la Asamblea Constituyente.” [2] Suficiente en relación a este tema.
Cuatro, siempre en función de la dupla
“posverdad-plus mentira” ninguno de los órganos de la oligarquía
mediática que nos desinforma a diario en toda América Latina -incluyendo
a El País de España, director de esta desafinada orquesta
mediática- mencionó una noticia que ningún medio de comunicación “serio e
independiente”, como gustan llamarse estas agencias de propaganda que
hoy nos bombardean con sus falsedades, podría haber dejado pasar por
alto. En su conferencia de prensa del 1º de agosto el Secretario de
Estado de Donald Trump, Rex Tillerson, anunció oficialmente que “estamos
evaluando todas nuestras opciones de política acerca de lo que nosotros
podemos hacer para crear un cambio de condiciones donde o bien Maduro
decida que ya no tiene futuro y quiera marcharse por voluntad propia o
nosotros podemos hacer que los procesos gubernamentales en Venezuela
vuelvan a lo que marca su constitución. [3]
O sea: el imperio,
por boca de su encargado de relaciones exteriores, anuncia que está
implicado en la concreción de un golpe de Estado en Venezuela y tan
gravísima novedad es escandalosamente silenciada en los grandes medios,
esos que dedican ríos de tinta y horas y más horas de radio y televisión
para acusar y difamar a diestra y siniestra a quienes denuncian las
maniobras del imperialismo y sus lugartenientes locales para destruir
regímenes democráticos, como lo hicieron –para nombrar sólo los casos
más resonantes- en Guatemala (1954), en Brasil (1964), en República
Dominicana (1965), en Chile (1973), en Honduras (2009), en Paraguay
(2012) y hace pocos meses en Brasil. Pocos días antes había sido el
Director de la CIA, Mike Pompeo, quien declarase en su ponencia ante el
Foro de Seguridad convocado por el Aspen Institute que “basta señalar
que estamos muy esperanzados de que puede haber una transición en
Venezuela, y nosotros -la CIA-, está dando lo mejor de sí para entender
la dinámica allá para que podamos comunicársela a nuestro Departamento
de Estado y a
otros, los colombianos.
otros, los colombianos.
Acabo de estar en Ciudad de México y en Bogotá, la
semana antepasada, hablando exactamente sobre este tema, intentado
ayudarles a entender las cosas que podrían hacer para obtener un mejor
resultado para su rincón del mundo y nuestro rincón del mundo.” [4] ¡
Al demonio con la soberanía nacional, la autodeterminación de los
pueblos y la democracia! Porque si al emperador no le gusta el gobierno
que existe en algunas de las provincias del imperio lo derriba sin
miramientos. Y la prensa de todo el hemisferio, más la española,
convenientemente aceitada y colonizada, acepta el engaño sin chistar y
se esmera por blindar la ominosa noticia con la colaboración de los
habituales saltimbanquis de los medios que dicen los que se les ordena
decir, no importa lo que hayan dicho antes.
No es conveniente que el
pueblo se entere de estos planes la Casa Blanca que producen un daño
irreparable a la credibilidad de la democracia porque esta sólo será
respetada si sus resultados son del agrado del emperador. Caso contrario
el error se corrige con una ayudita de los boys de la CIA y la
“embajada”. Mejor que siga pensando que el imperio tiene su sede en
Orlando y sus personajes más significativos son el Pato Donald y el
Ratón Mickey, que la CIA es una vetusta leyenda soviética y los otros
quince servicios de inteligencia de Estados Unidos productos de una
alucinación colectiva que afectó irreparablemente los cerebros de Noam
Chomsky, Howard Zinn, Tom Engelhardt, Michael Parenti, James Petras, Jim
Cockcroft, Philip Agee y John Perkins.
Que no vaya a recordar ese
pueblo que en el mayor acto terrorista de la historia Estados Unidos
arrojó dos bombas atómicas sobre dos ciudades indefensas cuando Japón
estaba vencido y que sí recuerde, en cambio, que Washington ha
“exitosamente” exportado la democracia a Irak, Libia y Ucrania y ahora
está tratando de hacer lo mismo en Siria y Venezuela. En síntesis, que
Estados Unidos es lo que Hollywood dice que es y que Julian Assange es
el novio despechado de la hija de Donald Trump y por eso inunda al mundo
con sus mentiras desde Wikileaks. Se cumple lo que hace ya un siglo
había pronosticado Gilbert K. Chesterton cuya cita pusimos como epígrafe
a este escrito: los medios existen para impedir que la verdad sea
dicha, que la verdad sea conocida. [5]
Cinco y final. El torrente de mentiras,
falsedades y ocultamientos de mis críticos me obligaría a escribir un
libro para desnudar toda y cada una de sus canalladas. No lo merecen.
Prefiero proseguir con mis análisis y no perder mi tiempo discutiendo
una a una sus acusaciones y respondiendo a sus insultos. Pero haré una
excepción en relación a una de sus más socorridas mentiras: la reiterada
caracterización del líder fascista y golpista Leopoldo López cono un
“preso político.” En su afán por congraciarse con el imperio y la
derecha vernácula los personeros de la oligarquía mediática insisten en
el tema y, aún más, endiosan a ese personaje y a otros de su calaña como
si fueran heroicos combatientes por la libertad. ¿Les suena la melodía?
¡Claro! Washington la empleó varias veces en el pasado: Combatientes
por la libertad fueron los “exiliados” iraquíes que atestiguaron que el
gobierno de su país estaba fabricando armas de destrucción masiva, a
sabiendas de que tal cosa era una flagrante mentira. Pero sus
testimonios fueron decisivos para que el Congreso de EEUU aprobase la
declaración de la guerra contra Irak junto a José María Aznar y Tony
Blair, siniestros cómplices del engaño que todo el mundo sabía era tal. [6]
Antes
habían utilizado la misma virtuosa categoría para exaltar la imagen de
los “contras” nicaragüenses, convirtiendo a unos brutales mercenarios en
heroicos luchadores por la democracia y los derechos humanos. Volvieron
a hacer lo mismo con la “oposición democrática” a Gadaffi supuestamente
bombardeada por este en Bengasi, un hecho que luego se demostró
absolutamente falso pues el monitoreo satelital de la zona reveló que no
existió tal bombardeo. [7] Pero la mentira surtió efecto y las
víctimas de ese supuesto ataque rápidamente se convirtieron en valerosos
combatientes por la libertad. Lo mismo está ocurriendo hoy en
Venezuela, caracterizando como “preso político” a un señor como Leopoldo
López que en realidad es un político preso, y que lo está por haber
sido encontrado culpable del delito de sedición.
En Estados Unidos, por ejemplo, esto
configura un crimen federal y puede llegar a ser purgado con prisión
perpetua y hasta con la pena capital si es que en los incidentes
promovidos por los sediciosos para alterar el orden institucional o
derrocar a las autoridades constituidas se produjeran víctimas fatales.
Parecida es la pena contemplada en España. La sanción a López, en
cambio, fue mucho más benigna pese a los destrozos producidos y las
muertes ocasionadas: 13 años, 9 meses, 7 días y 12 horas de prisión. Con
el ánimo de reducir la crispación política en vísperas de la Asamblea
Nacional Constituyente la justicia venezolana le concedió el benefició
de la prisión domiciliaria. Tal como es habitual en estos casos su
otorgamiento estaba regido por estrictas reglas, una de las cuales era
abstenerse de hacer proselitismo político, norma que el líder golpista
violó repetidamente y por eso fue devuelto a la cárcel. Lo mismo ocurre
en EEUU cuando un reo sale de la cárcel bajo “parole” y viola las condiciones de la libertad condicional. Nada nuevo.
El gobierno argentino, y otros de su
mismo signo, insisten en la liberación del “preso político” Leopoldo
López, mientras mantiene como prisionera política sin cargos y sin
proceso, y en contra de los reclamos de Naciones Unidas y la Comisión
Interamericana de Derecho Humanos, a Milagro Salta en la prisión de Alto
Comedero, en Jujuy. Sin embargo, bastó que dijera que el retorno a la
cárcel de López se ajustaba a derecho y era lo que legalmente
correspondía para que un tropel de críticos se abalanzaran de nueva
cuenta contra mi persona, haciendo lugar inclusive a la inserción en una
de esa notas de ataques soeces y agraviantes extraídos de los mensajes
enviados en las redes sociales, algo que yo al menos nunca había visto
antes y que expresa el grado de putrefacción moral a que han llegado las
oligarquías mediáticas en la Argentina y Nuestra América. [8] ¡Dixit, et salvavi animam meam!
Atilio A. Boron | Rebelión | 07/08/2017
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