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domingo, 24 de septiembre de 2017

Alemania: el miedo como arma política


Ante las próximas elecciones federales de este domingo 24 de septiembre, la política se ha convertido en una película de terror


Cuando andas por la calle en Berlín, es inquietante pensar que una de cada diez personas con las que te cruzas ha votado a la ultraderecha y te quiere fuera de su país. Mientras vuelves a casa en el autobús, pasas el tiempo pensando quiénes de los que viajan contigo serán votantes de la ultraderecha. La mitad de tu barrio, que es turco, romaní, senegalés, polaco y ruso, queda descartada.


 La otra mitad son alemanes de clase trabajadora, que en Berlín dio un 28% de los votos al partido nacionalista Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland, AfD) en las pasadas elecciones locales. Los separas en dos grupos: los que se sientan al lado de una mujer con hiyab, y los que prefieren quedarse de pie. No es una categorización sistemática, pero te sirve para darte cuenta de que nadie se sienta a tu lado si puede evitarlo.


Esta sociología de andar por casa es la que no te permite entrar tranquilo a un bar alemán. Desde que has llegado a Berlín, te sientes mucho más cómodo en los restaurantes turcos, comiendo un kebab, que en los tradicionales Kneipen alemanes. Esas tabernas de madera oscura, barrocas y kitsch al mismo tiempo, con banderas de la selección alemana de fútbol y una clientela familiar se te aparecen como fortalezas impenetrables


. Con una gramola, cubremesas blancos de ganchillo y neones desgastados, estos bares se levantan como el último reducto de la cultura alemana. La uniformidad étnica que te encuentras en su interior te coloca en el centro de silencios incómodos y miradas de reojo. Tus balbuceos en alemán no ayudan a aligerar la atmósfera. Sales con tu café en la mano y te prometes no volver.


De vuelta a casa, caminas bajo farolas que se visten de todos los colores. La campaña electoral ha decorado tu barrio con lemas y retratos para todos los gustos. Los ultraderechistas de Alternativa para Alemania saben bien qué tipo de eslóganes controvertidos escoger para que la gente hable de ellos. 


Toda tu calle está llena de uno de sus carteles, en los que una mujer alemana embarazada muestra su barriga a los viandantes. “¿Nuevos alemanes?”, pregunta el cartel retóricamente, refiriéndose a los inmigrantes, y se responde: “No, los hacemos nosotros”. Este cartel expresa, de manera poco disimulada, el principio nacionalsocialista de basar la ciudadanía en la raza.


 Y aquí estás tú, en 2017, emigrado a un país que vuelve a jugar peligrosamente con sus traumas no resueltos.


Otra cosa que te preguntas en el autobús es qué pensarán los votantes de la ultraderecha de ti. Al fin y al cabo, ya en dos ocasiones el camarero de un restaurante te ha avisado de que la comida que has pedido lleva cerdo: tener la barba negra y rizada hace que encajes más fácilmente en el imaginario de lo árabe-musulmán que de lo europeo, y esto te lleva a la pregunta ¿cuánto de vulnerables somos los españoles ante la discriminación y la violencia xenófoba? 


Recuerdas haber leído que en los años treinta, en la frontera de Alemania con Polonia, el lenguaje dejó claro dónde se situaba la diferencia racial: los alemanes se referían al campesinado polaco como “negros”, mientras que los polacos trataban a los alemanes de “blancos”. ¿Y nosotros? ¿Blancos o negros? Morenos, eso seguro. 


Por si acaso, por la noche te cruzas de acera cuando ves a un alemán con la cabeza afeitada. Nunca se sabe.


Pero aquí el miedo funciona en ambas direcciones, porque los alemanes también pasan sus ratos muertos en el autobús rumiando cuál serán las intenciones de esos dos serbios que hablan demasiado alto o qué llevará ese joven turco en la mochila.


 La prensa y los partidos nacionalistas no han hecho nada por acallar este miedo, al que han dado alas. En 2017 Alemania ha reducido su desempleo, la media salarial ha aumentado y se prevé un crecimiento económico del 1,5%, pero aun así los miedos de los alemanes siguen aumentando


. Según un reciente estudio, tres de cada cuatro alemanes piensan que las posibilidades de un ataque terrorista van en aumento.


 El hecho de que esta paranoia tenga un nombre, “German Angst”, es indicativo de este vínculo histórico entre Alemania y la manía persecutoria. Al menos ya sabes que no eres el único asustado.


¿Recuerdas ese tipo de películas de terror en las que dos urbanitas se van de vacaciones, su coche se estropea, y terminan pernoctando en un pequeño pueblo cuyos habitantes guardan algún secreto y donde nada es lo que parece? En estas películas los lugareños suelen ser una comunidad blanca, cerrada en sí misma y con un miedo irracional a lo desconocido. 


Se trata del paradigma político de la xenofobia en Alemania y  es el tipo de terror que te viene a la mente cada vez que cruzas un barrio residencial del extrarradio. The Wicker Man. El pueblo de los malditos. Y la más reciente, Get Out, donde el terror y la opresión racial van explícitamente de la mano.


Aquellos alemanes que, voten o no a la ultraderecha, no pueden evitar asociar a los extranjeros con una potencial amenaza, encajan con un tipo más tradicional de películas de terror, en las que una comunidad honrada se enfrenta a una amenaza externa bajo la forma del monstruo.


 El vampiro que aterroriza campesinos, el trastornado que acosa familias, o el engendro de la ciencia que pone en cuestión la vida biológica como tal; en estas películas, las más extendidas en el cine alemán, se cierra filas en torno a una comunidad y se delimita un afuera que pone en peligro su existencia. 


Esto explica que cuando tú cruzas de acera de noche ante el peligro latente de un posible ultraderechista, ese padre de familia que vuelve del trabajo suspire aliviado. Tú huyes del campesino endogámico y él se santigua ante la presencia de Nosferatu. 


Que tu percepción y la suya son objetos políticos maleables es algo que saben bien en Alternativa para Alemania. Uno de sus candidatos, Georg Pazderski, se las dio de Goebbels en un debate en el que explicó la clave de su acción política: “La percepción es la realidad”. 


Como bien demuestran las películas de terror, no hay nada mejor para amplificar las percepciones que un pasillo oscuro y unas sombras bien situadas. El populismo nacionalista sabe jugar a este juego mejor que ningún otro actor político, y por eso están ganando terreno. 


La ultraderecha alemana empezó los años noventa asesinando inmigrantes, pero se ha dado cuenta de que su éxito depende precisamente de lo contrario: tienen que hacer creer a los alemanes que van a ser asesinados, ya sea literalmente mediante atentados o simbólicamente, con la suplantación de su cultura por un sucedáneo musulmán como consecuencia de la inmigración.


 El antiguo discurso de las razas, tan denostado en nuestro tiempo, se ha reformado como un discurso sobre las culturas, y el miedo vuelve a ser un arma política. 


Al fantasma que recorría Europa se le ha sumado el resto del elenco propio del cine de terror. El siglo veinte nos dejó un rastro de sangre y el veintiuno, un pasillo mal iluminado. Hay monstruos marinos devorando barcos en el Mediterráneo y cuerpos polvorientos que se agolpan tras la alambrada.


 Tú, sin embargo, estás tranquilo en tu casa viendo una de estas películas. En un momento decisivo para el giro argumental, cuando esa joven pareja discute sobre si deberían parar en un pequeño pueblo a pasar la noche, deciden hacerlo. Son recibidos con los brazos abiertos, hasta que empiezan a notar algo extraño. 


Entre sospechas y señales, llega el momento del clímax, después la persecución, la violencia y, finalmente, la muerte. Aun así, terminas la película sin alterarte demasiado. Sabes que podría ser mucho peor. 


Esa comunidad cerrada que desconfía del extranjero hasta el delirio podría, por ejemplo, entrar en el Parlamento alemán. Eso sí que sería terrorífico. 



Daniel Punzón es redactor en Revista Desbandada, revista de periodismo crítico desde Berlín en español.









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