¿Por qué llora el maíz, en los relatos de los indígenas centroamericanos? Una interpretación dominantemente culturalista
insiste en su carácter sacro, en su papel religioso, simbólico, que lo
ha convertido en objeto de veneración, de modo que lloraría por
‘desatención’, por ‘abandono’, por menoscabo de su dignidad y pérdida
del debido respeto… Lloraría por una afrenta.
Sin embargo, muchos relatos sugieren que el maíz no es tan egoísta y, de hecho, llora por la Comunidad, por la unidad eco-social del pueblo indio. Podríamos sostener, con un juego de palabras grato a Baudelaire, que el maíz piensa y siente por la comunidad y en ocasiones se aflige. Piensa y siente por la comunidad, y llora por lo que descubre…
Me cuenta Felipe
Francisco una leyenda de Juquila Vijanos, poblado zapoteco de la Sierra
Norte oaxaqueña, en la que el maíz también llora. Su origen data de los
años convulsos de la Revolución, que en Oaxaca se desfiguró notablemente
y ha sido recordada como tiempos de violencias y atropellos, de caos y
de desórdenes sin par.
“La tierra para el que
la trabaja” es un lema que solo tiene sentido allí donde se ha
sacralizado la propiedad, donde ya nada escapa al Mercado y el concepto
de “trabajo” gobierna la vida de las gentes. Los eslóganes zapatistas
eran casi ilegibles para los zapotecos; y, en la medida en que lograban
acceder a su significado, los aborrecían sin más.
Por eso, no estando
para nada del lado del Mal Gobierno, tampoco podían adherirse a la causa
de los “revolucionarios” sin menoscabo de su identidad, de su
cosmovisión no-occidental.
Los ciudadanos de
Juquila, ante el cariz que tomaban los acontecimientos, y los rumores
insistentes acerca de una ocupación del pueblo por una u otra facción,
decidieron en asamblea abandonar la localidad. No tendrían tiempo de
recoger la cosecha, pues estimaban que sus vidas corrían peligro.
Marcharon al amanecer, sin despedirse de sus milpas.
Unas semanas después
la aldea seguía sin ocupar; y el maíz sin cosechar.
Unos mercaderes que
caminaban habitualmente por una senda próxima a los sembrados oyeron en
cierta ocasión unos sonidos estremecedores: les pareció que una
criatura, un bebé asustado o un niño perdido, o un animal herido en todo
caso, lloraba desesperadamente. Escalaron una ladera y se asomaron a la
milpa: era el maíz, todo el maíz, el que gemía.
Felipe me cuenta eso y
se calla. Para él todo ha quedado ya dicho, todo es evidente y casi
sabido. Pero yo me desespero, como casi siempre:
-¿Qué significa el cuento? ¿Qué me quieres decir? ¿Por qué llora el maíz?
Felipe me mira y
sonríe. Muy a menudo, su forma de responder a mis preguntas coincidía
con la empleada por Sócrates, denominada a veces “erotemática”: no me
explicaba nada directamente, sino que iba escalonando preguntas para que
yo mismo alcanzara la respuesta.
– ¿Por qué llora el maíz, pues, Pedro?
Me obligó a pensar, y
respondí casi al instante, con el automatismo que caracteriza a los
profesores, quienes creen saberlo todo…
– Llora porque ha
pasado el tiempo de la cosecha y sigue sin recolectar, porque se hizo
tarde para esa labor, tan importante en la Comunidad…
– ¡No manches, Pedro!
El maíz no tiene calendario. A veces lo cogemos verde, y lo llamamos
“elote”, para comerlo asado y para otras cosas. A veces lo recogemos
maduro. A veces después, ya pasado. Y otras ni siquiera lo recolectamos.
¿Por qué llora el maíz, pues, Pedro?
Me paré, consciente de
que había hecho el ridículo y de que el asunto era más serio. Pensé un
poco, lo que en mí ya era casi extraño. Y me expresé despacio, como si
labrara un aforismo:
– El maíz no llora por
un asunto de calendario, no. Son los humanos, una parte de los humanos,
los que viven pendientes de un calendario. El maíz llora porque siente
que, al margen de la fecha, se ha vuelto inútil, superfluo, desde que
los hombres se fueron. Como ya no puede alimentarlos, llora de
inutilidad…
– “¡No manches, Pedro!
Las cosas no son “para”; las cosas no son “útiles” o “inútiles”:
simplemente “son”. El maíz no es “para nosotros”, no es para nada ni
para nadie; solo “es”.
Si no lo comemos nosotros, otros animales pueden
aprovecharlo, las aves, los venados y los cerdos salvajes por ejemplo, o
queda para alimentar a la madre tierra.
Ya sabes que nosotros nunca
recolectamos todo el maíz, sino solo el que necesitamos para nutrirnos, y
que dejamos el resto, que a veces e muy grande, para que alimente a los
otros animales y a la misma madre tierra. ¿Por qué llora el maíz, pues,
Pedro?
Percibí, por fin, que
la respuesta no era sencilla. Sentí que debía expresarme en términos
“filosóficos”. Recordé los escritos de Fritjof Capra, Gregory Bateson y
otros exponentes del “pensamiento sistémico” a propósito del “holismo”
de estas culturas, del carácter “unitario” de estas cosmovisiones…
– ¡Ya lo sé, Felipe!
¡Ya lo comprendo! El maíz no llora por las fechas, no llora por sentirse
inútil. Llora porque está vinculado a los hombres, en el “todo” que
constituye la Comunidad; y, al marcharse las personas, y no pudiendo él
seguirlas, la Comunidad ha quedado dividida, escindida, partida en dos.
– “¡No manches, Pedro!
La Comunidad no puede dividirse porque es una. “Uno” es o no es, está o
no está, pero no puede dividirse en dos. Uno vive o muere pero, como es
uno, no puede partirse en dos. De “uno” que es uno de verdad no pueden
salir nunca dos.
Nosotros, ya lo sabes, no creemos en vuestras
matemáticas y no simpatizamos con la idea de la “división”… La Comunidad
no había quedado dividida, partida; simplemente, había muerto. La
Comunidad ya no era, ya no estaba, ya no vivía. Había muerto para
siempre. Y el maíz lo sabe…
– Entiendo, Felipe, por fin lo entiendo. El maíz llora porque la Comunidad ha muerto…
– ¡No manches, Pedro!
No has entendido nada. Ven, acércate, mira el maíz: ¿dónde están sus
ojos?, ¿dónde las lágrimas?, ¿tú te crees de verdad que el maíz llora?
Nosotros lo contamos así para que ustedes comprendan, pero ni por esas…
Pedro, ¿cuándo llora el maíz, quién llora “en” el maíz?
Me puse casi nervioso. Me sentí el más necio de los necios, un ignorante profundo; y quise que el asunto se aclarara de una vez:
– Me rindo, Felipe, me
rindo. No sé ya qué decir, porque seguro que, aunque el maíz llora, no
es el maíz el que llora. Y yo ya no entiendo nada… ¿Quién llora cuando
el maíz llora, y por qué?
Su respuesta no la
olvidaré nunca, y me llegó como un golpe seco en la cabeza, como un
mazazo de la realidad sobre una mente poblada por fantasmas:
– “Toda la Comunidad llora en el maíz; y lo que llora es su propia muerte”.
Pedro García Olivo
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