Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


jueves, 15 de febrero de 2018


 

Afirmar que Pippi Langstrump nos salvó la infancia a muchas niñas puede parecer una exageración. Pero no lo es cuando te has pasado los primeros años de tu vida viendo películas Disney donde las sirenitas renuncian a sus amigos, a su familia y hasta a parte de su cuerpo para gustar a un chico. 


Crecimos pensando que era muy romántico que un desconocido nos besase en los labios mientras nosotras, bellas durmientes, permanecíamos sedadas e indefensas. Y nos enseñaron que la única forma de sobrevivir a un maltratador psicológico como el protagonista de ‘la Bella y la Bestia’ era enamorarnos de él.


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Cuando empezábamos a interiorizar estos roles tan perversos apareció Pippi y descolocó todo nuestro mundo. “Es un personaje muy macarra, muy punki, que se salía del estereotipo de niña buena”, explica María Castejón, Doctora en Historia especializada en representaciones de género en el mundo audiovisual. Vestida con harapos de mil colores y con su mono ‘señor Nilson‘ colgado al hombro, Pippi revolucionó la vida en Villa Kunterbunt y nos dio las primeras lecciones de feminismo de nuestras vidas.


Al contrario de lo que sucede en los cuentos tradicionales, esta niña pecosa creada por la escritora sueca Astrid Lindgren en 1945 no busca la aprobación ajena, sino que la desafía. Vive sin padres, solo va a la escuela cuando quiere tomarse unas vacaciones y se instala una mansión que se convierte en un refugio para sus amigos. “La casa de Pippi Langstrump es maravillosa, allí puede hacerse todo lo que en casa está prohibido”, celebra su vecina Annika mientras ella y su hermano se cuelgan de las lámparas y trepan por los muebles en el primer capítulo de la serie.


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La estricta señorita Praselius —que representa ese modelo de mujer temerosa y obsesionada por el juicio ajeno— intenta una y otra vez que Pippi ingrese en un hogar infantil. “Ya tengo un bonito hogar infantil”, responde la niña, que remata su sentencia con un insolente “no te preocupes, yo sé cuidar de mí misma”. Y lo cierto es que no le falta razón. Porque no depende de nadie ni necesita ningún príncipe azul, asume las riendas de su propia vida y solo es fiel a sus propias ganas de diversión.


Tal y como explica María Castejón, “Pippi se carga el principio de la Pitufina“, un recurso audiovisual muy empleado en las series de nuestra infancia que consistía en introducir un único personaje femenino —generalmente muy caricaturizado— en medio del grupo dominante de hombres protagonistas. Aquí, en cambio, el poder y los focos recaen sobre ella. Es la protagonista absoluta.




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Rompe los estereotipos de género

 

Pippi representa lo contrario de lo que las niñas aprendimos a ser. Trepa por los árboles, come con las manos y no tiene miedo de enfrentarse a sus enemigos. Y, precisamente por eso, se convirtió en el icono feminista que necesitábamos todas las que, a los nueve años, pensábamos que algo fallaba en nosotras por preferir dar patadas a un balón que potitos a una muñeca.


 Ella, que tanto huía de los discursos moralistas, nos hizo comprender que la culpa es una invención de los adultos para castigar lo diferente y que no hay ningún problema si nos apetece tomar la iniciativa y subvertir los roles de género. “Soy la niña más fuerte del mundo”, se reía mientras levantaba a su caballo con una sola mano.


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Pero Pippi Langstrump no se aprovechaba de su fuerza, sino que la usaba para combatir a los abusones. En el capítulo en el que es invitada a una fiesta, ve cómo un grupo de chavales está pegando a otro niño. “Ya está bien, ¿os creéis muy valientes? Seis contra uno, eso solo lo hacen los cobardes”, le espeta a la congregación de machirulos.


En lugar de desestabilizarse cuando la llaman “mocosa” y le dicen que la van a machacar, ella mantiene la calma, sonríe y lanza a uno de los atacantes por los aires. Esta superwoman de metro y medio se venga así por todas las veces que el resto de las mujeres no hemos podido defendernos de quienes han utilizado su superioridad física para invisibilizarnos.

Adelantada a su tiempo

 

Si todavía hoy su personaje resulta subversivo, no cuesta imaginar la revolución que supuso en 1974, cuando la serie comenzó a emitirse en una España que se sacudía el olor a franquismo y naftalina. Por aquel año, las mujeres todavía necesitaban la autorización de sus maridos para firmar un contrato de trabajo o comprar una vivienda en nuestro país. Y Pippi, con solo nueve años, lanzaba a las pequeñas un mensaje claro y potente: las chicas no necesitamos el permiso de nadie.


Se adelantó una década a la canción de Alaska y Dinarama y transformó el A quién le importa en un leitmotiv vital. Prueba de ello es que Mientras Annika simboliza a esa niña modélica, tranquila y bien vestida, Pippi es malhablada, imprevisible y orgullosamente hortera. No le importa vestir con ligeros, llevar la ropa mal combinada y las trenzas tiesas. 


Y, cuando trata de imitar los estereotipos de feminidad normativa y se maquilla, nos hace ver lo ridículos que son. Pulveriza el machismo con su risa descontrolada.


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Su ejemplo fue clave, porque nos dotó de nuevos referentes para construir nuestra identidad cuando éramos pequeñas. “Las ficciones influyen mucho en los niños, se nutren de la realidad, pero también tienen la capacidad de transformarla”, argumenta María Castejón. Y Pippi nos cambió a mejor.


 Antes de que Punky Brewster o Spinelly de ‘la Banda del Patio’ llegaran a nuestras televisiones, este torbellino con pecas nos hizo entender que podemos ser todo lo poderosas que queramos. Basta con que empecemos a creérnoslo.


 Ha llegado la hora de que la Bella Durmiente se despierte y le diga al príncipe azul que ella, de momento, prefiere hacerse unas trenzas pelirrojas y salir a conquistar su vida.


 http://www.codigonuevo.com/pippi-langstrump-nos-enseno-feminismo-cuando-eramos-pequenas1/




 

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