Si lo que buscaba era atención
mediática, ayer Pedro Sánchez lo petó.
Harto de que le enmienden la
plana desde su propio partido, el secretario general del PSOE lanzó su
órdago en la rueda de prensa tras la reunión de la Ejecutiva: pretende
convocar unas primarias y un congreso este mismo otoño para cerrar el
«debate interno».
En su anuncio, el candidato Sánchez invitó a quienes
defienden una postura distinta dentro de su partido (la abstención a
favor del PP) a dar un paso al frente y exponerla sin cortapisas. Su
iniciativa deberá someterse a votación en la próxima reunión del Comité
Federal, convocada para este fin de semana. Si lo que se le vino encima
con su negativa a Rajoy fue una tormenta gigante de presiones, Pedro
puede irse preparando para el diluvio de rayos y truenos que se le
avecina.
La veda para abatir a Pedro Sánchez se
abrió cuando acuñó su ya célebre «no es no». Esa tautología desató un
tsunami de críticas feroces, sesudos análisis correctores e insultos
gratuitos en los mass media oficiales que no ha cesado desde
entonces. Nunca antes un secretario general del PSOE había recibido
tantos ataques desde medios presuntamente amigos.
Con la sincronía de un
orfeón, los voceros del régimen están empeñados en convencernos de que
si no se deja gobernar al partido más corrupto de nuestra historia
reciente (el único que ha sido imputado como partido, por destruir «a
conciencia» las pruebas de su propia corrupción), somos poco demócratas,
poco patriotas y poco menos que gilipollas.
Y hay gente que lo compra.
Sánchez ha sido, cuando menos, valiente.
Cierto es que en la legislatura anterior estuvo muy conservador, pero
hay que reconocer que lo tenía muy difícil. El reto era formidable:
salir del cenaGAL, adentrarse en territorio desconocido para encontrar
un castillo lejano, cruzar la línea-río de lava roja y ardiente sobre un
puente anémico, deshacerse del dragón y neutralizar a la chica. Si le
sumamos como guía y compañero de viaje a un asno charlatán, oportunista y
cuñadano, el resultado era más una misión para Shrek que para
el apolíneo candidato de Ferraz.
En esta ocasión la tarea no es más
fácil, pero el secretario general parece afrontarla con más arrestos,
quizá envalentonado porque sabe que facilitar la investidura de Rajoy no
es algo fácil de explicar a la militancia.
Y también, probablemente,
obligado por las circunstancias: no tenía muchas más salidas.
Pero además de demostrar coraje, el
candidato ha hecho algo poco usual en un político: hablar clara (más o
menos) y abiertamente para exponer en público una disputa evidente que
casi nadie en la prensa se había atrevido a analizar. Los mismos
plumillas mamporreros que se apresuran a agigantar cualquier
discrepancia en la cúpula de Podemos, habían pasado hasta ahora de
puntillas por una división mucho más grave y evidente en el seno del
PSOE.
Una división que, en palabras del propio Pedro Sánchez, no es una
diferencia de matices, sino un debate serio y de fondo. Dejar gobernar a
la derecha no puede ser nunca una cuestión trivial. Poniendo el foco
sobre el asunto, el secretario general pretende clarificar posturas ante
su militancia y sus votantes (que, sobre este punto, votaron a ciegas),
obligar a sus enemigos internos a definirse y, de paso, dar una lección
a muchos creadores de opinión que se autoproclaman analistas políticos.
Lo que pasará ahora no está claro, ni
mucho menos. Para empezar, el próximo Comité Federal podría no aprobar
la convocatoria. Ya alguien ha recordado que fue el mismo Sánchez quien
desechó en febrero la idea del congreso, alegando que no era el momento
oportuno. Si su propuesta se rechazara ahora, se convertiría en un
cadáver político dentro del PSOE, y los barones, con la baronesa al
frente, exigirían su cabeza y se esconderían tras una gestora hasta el
próximo congreso.
Si el Comité Federal acepta las primarias y el
congreso, Pedro Sánchez podría utilizar su interinidad como coartada
para no pactar con Podemos y apostar por unas terceras elecciones sin
que su partido tuviera demasiado tiempo para cambiar de candidato. O
todo lo contrario: podría aprovechar esa interinidad para negociar con
quien quisiera y presentarse ante el congreso con un acuerdo de
investidura bajo el brazo. La primera incógnita se despejará el próximo
sábado. Los 250 dirigentes que componen el Comité Federal deberán
decidir si aprueban o no la convocatoria. Para bien o para mal, la llave
para salir del atolladero la tiene el PSOE.
Dos cosas sí son seguras: la primera,
que la tormenta de críticas y presiones sobre el secretario general va a
arreciar desde todos los frentes –el editorial de El País habla hoy de
«partido secuestrado», tilda a Sánchez de «tramposo» y «marrullero» y lo
acusa de «eludir responsabilidades» y de «continuar la fuga hacia
adelante sin causa que defender»–; la segunda, que la oposición interna a
Pedro Sánchez va a tener que dar un paso adelante más pronto que tarde.
Si no Susana hoy, susanará mañana.
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