El próximo martes día 2 de Agosto la sociedad noruega y también sus servicios de inteligencia seguirán metidos de lleno en la espiral de sus contradicciones, con la imagen de Anders Behren Breivik presente en todas sus pesadillas. La matanza de este nuevo guerrero ario ha generado una conmoción tal que ha borrado capítulos de la historia reciente que deberían ser desempolvados del arcón del olvido en interés de la reflexión general. Porque ese mismo 2 de Agosto se cumplirán treinta y un años del atentado en la estación de Bolonia, en el que ochenta y cinco personas murieron y más de doscientas resultaron heridas de diversa consideración. La firma de aquella atrocidad correspondió a la autodenominada organización Ordine Nuovo, un grupo fascista relacionado con otras asociaciones que bordeaban la ley en una trama en la que se vieron mezclados militares, jueces, periodistas, banqueros y una compleja relación de personajes cuyo número e importancia daban a entender la magnitud del complot.
Sólo nueve años antes de la masacre boloñesa, el australiano Morris West dio libertad a la ficción que tantos éxitos literarios le proporcionó para que viese la luz “La Salamandra”, un exitoso best seller que a priori no reflejaba ninguna otra intención más allá del entretenimiento. El libro se centraba en Italia y en los apoyos de muy distintos e influyentes ámbitos políticos, aristocráticos y financieros para acabar con el deteriorado sistema multipartido y devolver al país a un régimen de corte fascista.
Nuevas formaciones políticas
Desde luego, no pretendemos con estas líneas jugar al miedo innecesario aprovechando la coyuntura de la tragedia noruega. Pero lo que es un hecho absolutamente incontestable es el auge de las formaciones políticas que dan la cara sin complejos haciendo alarde de mensajes xenófobos y excluyentes. A estas alturas del siglo XXI no se trata de conseguir el predominio de la raza aria mediante soluciones finales ni tampoco de conceptos de supremacía blanca como en algunos estados norteamericanos del Sur. La civilizada Europa juega ahora a otra cosa, y las políticas migratorias sumadas al efecto que la violencia fanática islamista tiene en determinados sectores dan lugar a la fórmula de una dinamita social incontrolable.
El asesino noruego aparentaba ser un lobo solitario dispuesto a acabar con aquellos que permitieron en su momento que la inmigración y las mezquitas pusiesen en serio peligro las esencias de la nación escandinava. Queda por saber si es cierta esa supuesta conexión de Breivik con grupos ultras británicos y, en ese caso, si la red se extendería a más países. Es decir, si estaríamos ante una nueva “internacional negra” movida por un objetivo idéntico: la guerra total al multiculturalismo.
De momento, bueno sería poner sobre la mesa que de los veintisiete estados miembros de la Unión Europea, en catorce de ellos las opciones ultranacionalistas han conseguido algún tipo de respaldo en las citas electorales y en ciertos casos tienen una capacidad decisiva en la aprobación de leyes, como en Holanda o Suecia. Son estos partidos el rostro oficial de esa forma de odiar a lo extranjero, y en especial a quien esté representado por una media luna. Con la sangre aún caliente, la dirección de la extrema derecha noruega ya ha dejado claro que no corregirá ni uno solo de sus mensajes contrarios a la inmigración. Europa, pues, observa cómo se amplía el mosaico de esa ideología sobre el que la salamandra parece pasear cada día con más tranquilidad.
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