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lunes, 21 de mayo de 2012

La rápida erosión de Gobierno alienta la teoría de una remodelación * La voracidad de la crisis y los roces internos han hecho que en los mentideros del PP se barrunte esa posibilidad en un futuro no lejano.







Los populares ya eran tan conscientes de la herencia que iban a recibir que, desde el mismo momento en que Mariano Rajoy anunció la composición de su primer Consejo de Ministros comenzaron las quinielas sobre cuánto tardaría ese equipo inicial en quemarse en la hoguera de los durísimos ajustes y se produciría la primera crisis de Gobierno.

Los más pesimistas no le daban entonces más de un año de vida. Sorprendente, sobre todo si recordamos el precedente más cercano: José Luis Rodríguez Zapatero tardó dos años en efectuar los primeros cambios en su Ejecutivo, y no por voluntad propia, sino obligado por la decisión de José Bono de renunciar a la cartera de Defensa.

Con una realidad tan convulsa como en la que vive inmersa España, es imposible pronosticar qué va a pasar en los próximos meses, como hace sólo unas semanas era impensable que Bankia acabara nacionalizada y Rodrigo Rato, el hombre del milagro económico español de la entrada en el euro, fuese arrojado a los pies de los caballos por sus compañeros de partido. Sin embargo, lo cierto es que sólo han transcurrido cinco meses desde la tradicional foto en las escalinatas de La Moncloa y el desgaste del Gobierno de Rajoy es tal que parece que hubiera pasado diez veces más. Hasta el punto de que en los mentideros populares se barrunta una primera remodelación no muy lejana.

Al más puro estilo de la célebre ballena de Jonás, el Ejecutivo se haya atrapado en las entrañas de una crisis de tal voracidad que engulle la actualidad con una rapidez inusitada.

Este mismo jueves, sin ir más lejos, el Pleno del Congreso aprobó las reformas educativa y sanitaria, pero ya hacía días que habían dejado de ser noticia. Y lo que es peor: devora también a los ministros. En el primer barómetro del CIS con intención de voto tras las elecciones del 20-N tres de ellos aprobaban, Soraya Sáenz de Santamaría, Alberto Ruiz Gallardón y Ana Pastor. En el segundo, el que se conoció el pasado 8 de mayo, ni uno solo.

La crisis, pues, afecta a todo el gabinete, aunque a algunos miembros más que a otros.

Las actuaciones de varios ministros les han colocado en el punto de mira de sus compañeros del Gobierno y del partido. Con José Ignacio Wert, la aportación de Pedro Arriola al equipo de Rajoy, a la cabeza. Un ministro que no se pone rojo por llegar a su despacho a las 10 de la mañana y que descarga casi todo su trabajo en sus segundos de a bordo --secretarios de Estado-- mientras se dedica a cultivar sus buenas relaciones con los periodistas.

Sin olvidarnos de Fátima Báñez, que desde que amarró la cartera de ministra está escondida y huye de las comparecencias como de la peste. Ya se habla en el Partido Popular de que el encargo le viene grande y que estaba mejor como portavoz adjunta del PP en el Congreso la pasada legislatura. Por otra parte, a Rajoy tardará en olvidársele la metedura de pata de Jorge Fernández Díaz con el plan de reinserción de los terroristas, que enojó, y mucho, al presidente. Y luego está el caso de Ana Mato, a la que se valora tan escasamente en La Moncloa que le filtran a la prensa las reformas que atañen a su Ministerio desde México nada menos.

Esto último es debido a que en el Gobierno existe un núcleo duro en el que Rajoy tiene fe ciega y, después, ministros títere. En el primero de los grupos se encuentran Soraya Sáenz de Santamaría, Alberto Ruiz Gallardón, Ana Pastor, Miguel Arias Cañete y Luis de Guindos. A pesar de que este último cuenta con el apoyo cerrado del presidente --ni siquiera el episodio Bankia ha hecho mella en su relación--, el hecho de que no sea vicepresidente económico sino mero ministro de Economía ha contribuido a aumentar las tensiones internas en el Consejo de Ministros.

Porque, salvo Sáenz de Santamaría, sobre el papel todos los demás están al mismo nivel. Y ni la todopoderosa vicepresidenta se libra de haberse visto salpicada por las tensiones, puesto que algunos la culpan de los errores de la comunicación del Gobierno. Tampoco ayuda la brecha abierta entre el Ejecutivo y el partido, o más bien cabría decir entre la propia Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal. Al menos la formación ha sabido reaccionar a tiempo e iniciar una campaña de explicación y defensa de las medidas del Gobierno por toda España.

Por todo ello, no es descabellado pensar en una crisis ministerial como revulsivo en el medio plazo. Y a quien le parezca una locura no tiene más que mirar hacia Castilla-La Mancha, donde Cospedal remodeló su Ejecutivo siete meses después de tomar posesión. Y aun así esperó hasta tener una excusa (el nombramiento de su consejero de Presidencia y Administraciones Públicas, Jesús Labrador, como delegado del Gobierno en la región), porque las campanas de una remodelación en su equipo venían sonando desde comienzos del otoño anterior.

A Rajoy no le gustan demasiado los cambios radicales. Es partidario de las reformas graduales para mejorar el sistema. Aunque sabe bien los días que le toca vivir. Por ello, a no tardar, su equipo va a necesitar los retoques precisos para mejorar aquello que no funciona. Ministros en privado, incluso, ya arrojan la toalla: "Hacemos lo que hay que hacer, pero ni los mercados ni la gente nos entienden". Se acerca el momento de liberar nuevas fuerzas que hagan pasar algunos ministerios del inmovilismo a la acción.





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