La Reina Sofía está de visita en Granada, donde, entre otras cosas, ha asistido a un concierto de un coro Bizantino celebrado en la catedral de la ciudad nazarí. Esta es la historia de tres ciudadanos que esa misma mañana habían tenido la "mala" idea de asistir como oyentes a dicho concierto...
En una mañana soleada y tórrida típica del verano granaíno, nos dispusimos a visitar la Santa Iglesia Catedral (por la gracia de Dios) de Granada para poder disfrutar de un concierto del coro bizantino “San Juan Damasceno” del arzobispado de Chipre. Una propuesta sugerente y exótica, al menos para mí y para mis acompañantes que no solemos visitar lugares tan sacros en horario tan sacramental (las 12 horas) y que corresponde con el programa del Festival Internacional de Música y Danza de Granada (FEX 2012).
Tras advertir la presencia de un gran número de agentes, imaginamos la presencia de algún que otro jerifaltillo local al mismo, sin imaginarnos, hasta que nos advirtieron fehacientemente, que dicho despliegue policial y securitario se debía a la presencia de “S.M. la Reina” según las palabras de un agradecido súbdito real uniformado.
Tras impedirnos la entrada, a un evento de entrada libre y gratuita pagado por todos y todas, a pesar de llegar minutos antes de comenzar el mismo, expresamos nuestra disconformidad ante dicho agravio y ante el desproporcionado despliegue policial que impedía incluso la libre circulación desde la entrada de la Catedral hacia la Plaza de las Pasiegas.
Si bien, expresamos verbalmente nuestra molestia ante dicho despliegue, al igual que otras personas presentes que pretendían disfrutar de un concierto de música coral chipriota, no hicimos ningún despliegue de banderas republicanas, independentistas, ni otras que pudieran calificarse de “antisistema” y ni tan siquiera proferimos grito alguno que nos pudiera catalogar como peligrosos antimonárquicos. Vamos, que ejercimos algo que según la Constitución post-franquista de 1978 califica como “libertad de expresión” y que está hasta consagrada en la misma.
Pasados unos minutillos y visto que no pintábamos mucho en aquel lugar, visitamos unas librerías, de cuyo nombre prefiero no acordarme por respeto a su posible acusación por colaboración con malhechores. En la segunda librería, distante a más de 200 metros de la Catedral, unos agentes aguardaban a la salida de la misma y nos identificaron cual sospechosos de cometer un delito de causa mayor: la deshonra a un estamento cuasi celestial, la Monarquía. Si en un principio no reconocieron que se debía al acto del concierto, tuvieron que reconocerlo posteriormente y decir que buscaban a “una mujer de naranja con tres hombres”. Y como no podía ser de otra manera, los agentes, cual inspectores Poirot, nos inquirían sobre nuestra posible participación en movimientos, asociaciones o manifestaciones.
No sabemos qué ocurrirá con estas identificaciones “aleatorias”, quizás nos sancionen con alguna burda multa por “alteración del orden público” o quizás pasemos a la lista negra de sospechosos del Ministerio del Interior, si es que ya no lo estábamos antes. Pero lo que es evidente, es que el nerviosismo es demasiado patente en los cuerpos represivos del Estado, una muestra de que a pesar de Eurocopas, Juegos Olímpicos y triunfos deportivos, el barniz democrático de este Estado se está diluyendo cada vez más para un mayor volumen de población.
Por: Uno de los tres chicos que quiso asistir al coro.
Publicado en Andalucía
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