"En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas". Evangelio según San Lucas, 16, 19-21.
Hubo un tiempo feliz de inocencia en el que nadie sabía qué era la prima de riesgo, los bancos no quebraban, no nos asustaban casi a diario con una "intervención" (Ahora las nubes se levantan, que sí, que no, que caiga un chaparrón). En ese tiempo feliz había tanto dinero que venía de la nada que los gobiernos podían retirar unas migajas de la mesa del banquete de los Epulones para los Lázaros del suelo. Las rentas del trabajo descendían con la anestesia de los préstamos del consumo, las rentas del capital crecían, el crédito de otros países invadía el nuestro y movía una economía de depredación del suelo y de especulación. España iba bien (Aznar decía) y la economía española jugaba en la Champion League del crecimiento (decía Zapatero), mientras el cemento invadía los espacios rústicos, las casas y las acciones multiplicaban su precio sin mayor valor, las familias y las empresas se amarraban a grandes deudas, el país se encomendaba al Diablo.
Todavía los ciegos con sus partidos piensan que Aznar consiguió que la economía española despegara y que Zapatero repartió algo más que las sobras de una economía creciente en la aberración. Así cualquiera.
Con el dinero español y extranjero prestado se construyó y se vendió, una economía dedicada a la fabricación de ladrillos. Para los economistas queda la tarea de calcular qué mínima parte de esa billonada prestada se usó para producir mejor los productos y servicios de toda la vida o para satisfacer necesidades de otra forma. Por supuesto, no se rehusó la invitación al endeudamiento excesivo e irracional ni se alertó de que tan grande era indigerible. Ni nos paramos a pensar en qué mundo de esclavos del afán productivista-rentista-consumista y de las deudas estábamos definiendo, esclavos cada vez más sirvilizados en la ensoñación de ser tan señores como los verdaderos amos.
En ese pasado ingenuo crecía, sin advertencia de las personas que son elegidas para que vigilen los peligros, el monstruoso presente que ahora nos azota. ¡Qué buenos gobernantes fueron González, Aznar, Zapatero!. En sus reinados se pusieron las espinas que ahora se nos clavan. González sigue dando lecciones, Aznar es recordado por los suyos por haber puesto la piedra fundacional de la abundancia, a Zapatero lo reivindican los propios como el socialista que aprobaba la hueca ley de la dependencia. Sus correlegionarios no ven en sus mandatos la responsabilidad sobre la génesis del gran agujero presente, de la gran polarización social que acelera con el desempleo, los recortes, las ayudas a los bancos que pagan grandes salarios a sus gestores (también grandes accionistas); sólo encuentran unos supuestos logros económicos y sociales.
Así, mientras el triste presente fue edificado durante nuestra siesta popular, poniendo piezas nuevas, recambiando viejas, ajustando el senil sistema, sin hacer ruido para no despertarnos demasiado, ahora no hay responsabilidad. Medallas, sí quieren; tirones de oreja, no. En la Transición no se depuraron responsabilidades por la Guerra Civil, por la represión, por la Dictadura pues los gestores de la dictadura eran los directores de la transición (con el papel secundario de partidos que habían combatido por la República o la Revolución y llegaban a España y la legalidad para colaborar en la continuidad). Después de años actualizando las cadenas del pueblo aquellos mismos prohombres con algún rejuvenecimiento no pagarán su responsabilidad por esta situación, a menos que el pueblo se organice.
El pueblo debe despertar de la somnolencia que tanto les conviene y de la pesadilla que han erigido. Debe exigir y crear una sociedad que mucho antes de exigir austeridad o el pago de un par de cafés al mes al que vive ahogadamente recupere del que ha acumulado y escondido su gran patrimonio al holgado, que lo ha ajuntado porque las reglas sociales no tienen sentido, los promotores de la gran obra.
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