Ellos harán como si nos dejaran dinero, los que lo tomen prestado harán como si pudieran devolverlo, a nosotros harán como que nos pagan y nosotros haremos como que trabajamos.
¿Cuánto vale una vida, unas horas más de vida? Y España, ¿cuánto vale?, ¿cuánto dinero nos pueden seguir dejando? ¿Cuál es el precio del cambio, el precio necesario para romper? Cuando no hay ni un euro asistimos al fin de la idea de ruptura. Imposibilidad para los hijos de dejar a sus familias. Lo mismo para las parejas: ya nunca se dejan; ¿para qué separarse? con otros sería lo mismo pero más caro. Negocian sus indiferencias respectivas. Lo mismo sucede en la coyuntura política.
Sea cual sea el poder, se rehuye el cambio, porque toda ilusión alternativa ha muerto. Como si al subir su precio y no quedar ya con qué pagarlo se acabara su valor para nosotros. Así, la relación política se instala en la misma neurosis conyugal que la de la pareja o la de las nuevas generaciones. El precio que se paga es el de una intensidad débil, una exigencia menor, una inteligencia climatizada que jamás permite franquear el umbral de la ruptura.
Saber cómo piensa un autor es tan malo como saber el precio de un regalo. Una obra que contiene teorías es como un objeto al que se le ha dejado la etiqueta del precio. Puestos a poner precio supongo que hasta los pensamientos pueden tenerlo. Algunos valen poco, otros mucho. Y ¿con qué se pagan los pensamientos?, creo que con ánimo. Una de las causas de la caída de la economía en los países comunistas fue la de no aclarar cómo hacer trabajar a los hombres tanto como los del otro lado, otra no haber inventado para ello algo que funcionara tan bien como la teoría de precios y de la propiedad privada. No hace falta retroceder hasta la edad media para recordar que sólo un necio confunde valor y precio.
Los economistas neoclásicos, obsesionados como tenderos por la competencia de precios, no consiguieron captar el mecanismo central de la economía capitalista: la innovación, la incesante destrucción creadora. La introducción de bienes de consumo nuevos, de nuevos tipos de gestión y la concomitante destrucción de sus precursores. Lo orgánico, lo vital del capitalismo. Apenas hemos abandonado un defecto cuando otro se apresta a reemplazarlo. Nuestro equilibrio tiene ese precio. ¿Cómo determinar el precio de lo que no lo tiene?
Hemos pagado demasiado por mantener el capitalismo funcionando. El poeta sabe del precio que cuesta la sensación de lo moderno: la desintegración del aura al entrar en la novedad es similar a la que padecemos al entrar en la multitud o en el tráfico. En el tráfico al cruzar una calle se resbala la aureola de nuestra cabeza y cae sobre el asfalto mojado, no tenemos ya ni tiempo ni valor para recogerla. Luego perdidos entre la gente somos como hombres residuales cuyos ojos no saben ver hacia atrás, en la profundidad de los años pasados no recordamos más que desengaños y amargura, y por delante una vida tormentosa en la que nada nuevo espera, ni dolor, ni enseñanza.
Oscar Wilde decía que no podemos pagar por los crepúsculos y por eso no los valoramos lo suficiente. La palabra gratuito ha sufrido un deslizamiento semántico. Gratuito es lo que se hace sin obligación, pero ha pasado a significar lo que se hace sin razón, algo por lo que no hay que pagar. Los economistas sin embargo advierten que hay que pagar por todo, que no hay nada gratis, a los españoles nos lo recuerdan ahora.
Hoy sabemos de los miles de millones que maneja la prensa diaria, ahora los contamos perdidos en un laberinto, de la mano de economistas y entendidos soltando ridículas explicaciones, como críos con hiperactividad, su baratería hace el efecto de un pulular de gusanos en el corazón de un cadáver, se banalizan las ideas hasta reducirlas a chascarrillos, a consignas o conjuros, con lo que el pensamiento se abarata hasta convertirse en cháchara de taberna, en la que la complejidad se detesta porque no es divertida. Los artículos son más ilegibles que nunca y los libros que hacen pensar siguen sin leerse, siguen siendo tan pesados como siempre.
Supongo que nos van a dejar mucho menos de lo que necesitamos para mantener una cierta dignidad; no importa, ellos harán como si nos dejaran dinero, los que lo tomen prestado harán como si pudieran devolverlo, a nosotros harán como que nos pagan y nosotros haremos como que trabajamos. Como siempre.
por francisco sanz
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